Tomas Alafaro Drake
Este es el 29º artículo de una serie sobre el tema Dios y la ciencia iniciada el 6 de Agosto del 2007.
Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”, “Como pudo aparecer la vida? III”, “La Vía Láctea, nuestro inmenso y extraordinario castillo”, “La Tierra, nuestro pequeño gran nido”, “¿Creacionismo o evolución?”, “¿Darwin o Lamarck?”, “Darwin sí, pero sin ser más darwinistas que Darwin”, “Los primeros brotes del arbusto de la vida”, “La división del trabajo”, “La explosión del arbusto de la vida”, “¿Tiene Dios una inmoderada afición por los escarabajos?”, “Definamos la inteligencia”, “El linaje prehumano”, “¿Un Homo Sapiens sin inteligencia?”, “El coste de un cerebro desproporcionado”, “Si no hay nada que decir, hablar es muy peligroso”, “El regalo de la inteligencia” y “¿Cuántas Evas hubo?”
No cabe duda de que la inteligencia es un regalo poderoso. Tal vez demasiado poderoso. Ha permitido al hombre, no solamente sobrevivir y ser la especie que domina la tierra sino, además, desarrollar tecnologías que pueden ser, por un lado, su salvación, pero que también pueden llevar a la destrucción total del planeta y a la suya propia. Creo que esta bipolaridad de la inteligencia arranca de cuatro factores importantes.
El primero es la percepción de la muerte. Todos los seres vivos mueren. Pero el hombre es el único que sabe desde que tiene uso de razón que tiene que morir. Y lo sabe, precisamente, por ser inteligente. Y ese conocimiento puede llevar al miedo y, del miedo a la parálisis en la acción. Si sé voy a morir, todo “esto” ¿para qué? Esta cuestión le lleva a preguntarse por el sentido de la vida y a interrogarse sobre si ésta merece la pena. En casos extremos esto puede llevar a la parálisis vital e, incluso, al suicidio. No creo que el más “inteligente” de los chimpancés se plantee semejante cosa. Y la única respuesta la encuentra en la necesidad de la inmortalidad. Por eso, hace unos artículos dije que uno de los primeros síntomas de la inteligencia que han dejado huella fueron los enterramientos rituales.
Lo dicho sobre la muerte, y esto sería el segundo factor, puede decirse sobre otos males, no inevitables y menos terribles, pero sí desagradables, como la carencia de alimento u otros bienes. El hombre siente la incertidumbre sobre la posibilidad de que le alcancen determinados males o se vea privado de ciertos bienes. Esto engendra también miedo y lleva a algunos hombres a la acumulación de esos bienes. Si la vida se tratase de un juego suma cero –que no lo es–, esa acumulación supondría necesariamente carestía para otros. La solución sólo se encuentra en la elaboración de códigos éticos de conducta que impidan la injusticia, así como del uso positivo de la inteligencia para evitar el juego suma cero.
El tercero nace de la posibilidad única del hombre, por ser inteligente, de trazar estrategias a largo plazo. Una larga cadena de decisiones, acciones y resultados que pueden llevarle a una situación imaginada como mejor, pero también pueden frustrarse. Un león se lanza sobre su presa y, si falla, intenta, llevado por su instinto, una y otra vez la misma acción, con su resultado inmediato, hasta que logra cazar a su presa. El hombre ve sus planes y, por experiencia, extrae conclusiones de su extrema contingencia. Y esto le puede llevar al desánimo y al abandono. La solución sólo se encuentra en la búsqueda de protección en una inteligencia superior cuyos planes no contingentes pueden ayudar o no a los suyos. Esto le lleva a rituales de llamada de atención y petición a esa inteligencia para que se fije en sus planes y los apoye.
El cuarto nace de la posibilidad que la inteligencia ofrece de comportamientos no cooperativos. Efectivamente, una persona perteneciente a un grupo puede idear maneras de aprovechar los beneficios del grupo sin aportar lo necesario. En grupos pequeños eso supondría la extinción del mismo, pero en grandes sociedades, es una posibilidad muy real. De nuevo la solución es, como en el segundo caso, la existencia de códigos éticos.
Estos peligros de la inteligencia llevan, de forma natural, a algún tipo de religión. Y no creo que al Diseñador del universo que nos regaló la inteligencia, estas cosas se le hayan pasado por alto. Simplemente, diseñó nuestra inteligencia para que tuviese sed de Él y le buscase por dos vías. Una “positiva”, el anhelo de Verdad, Bondad y Belleza de que hablé en un articulo anterior y otra “negativa”, por el miedo a la muerte, el egoísmo y la precariedad de nuestros planes. Sólo esta búsqueda, por ambas vías, podrá librarnos del lado oscuro de nuestra inteligencia. Otra vez, un diez al Diseñador, a Dios.
29 de noviembre de 2008
23 de noviembre de 2008
la dictadura del pensamiento débil
Tomás Alfaro Drake
El pensamiento débil de la tolerancia a ultranza y mal entendida, y del todo vale lo mismo, y del todo el mundo tiene razón, es un lobo con piel de cordero que, de vez en cuando, enseña su negra pata. En esta semana hemos visto dos manifestaciones de esta virulencia latente.
La primera se refiere a la colocación de una placa en la casa en la que nació santa Maravillas. Si uno se pasea por Madrid, o por cualquier ciudad de España, con los ojos abiertos, puede ver en muchas de las casas en las que ha nacido un personaje, aunque sea sólo medianamente célebre en cualquier campo, una placa que lo enuncia. Santa Maravillas es una persona célebre. Célebre por su santidad. Vivimos en un país dónde, más o menos practicantes, hay una inmensa mayoría de católicos y la madre Maravillas es una santa católica. Además, sea de quien sea ahora la propiedad de la casa en la que nació, ella nació allí, ¡qué le vamos a hacer! Me parece que es bastante lógico que en la fachada de esa casa se ponga una placa. Me atrevería a decir que si esa casa fuera hoy una casa de vecinos, la comunidad de propietarios lo habría aprobado orgullosa. Pero con el pensamiento débil hemos topado, amigo Sancho. Tras una votación en la que los presentes votaron por unanimidad la colocación de la placa, (con un diputado socialista presente –nada menos que Bono– aunque otro estuviera de viaje y un tercero se ausentase vergonzantemente de la votación y con el resto de los progres missing), se ha desatado la tormenta. Se puede poner una placa que conmemore el nacimiento de un escritor cuyos libros no haya leído nadie, o de un cantante de rock que haya muerto de sobredosis, y no pasa nada. Incluso me atrevería a decir que si allí hubiese nacido un líder musulmán de cierta importancia, se habría puesto la placa sin mayor problema. (De hecho el llamado “padre de la Patria Andaluza” en el Estatuto de Andalucía, Blas Infante, era un converso al Islam. ¿Dejaría el padre de la Patria Andaluza celebrar el Rocío, criar cerdos en Jabugo y comerse sus extremidades con un poco de fino en la feria de Sevilla?) ¡Ah!, pero si se trata de una monja y, además, santa, entonces ya es otra historia, Porque es un grave crimen contra el laicismo del pensamiento único poner una placa que constate el hecho, simple y llano, de que realmente santa Maravillas nació allí.
Segunda manifestación de la intransigencia ideológica del pensamiento único: un grupo de médicos del Hospital Carlos III ha sacado un documento en el que dice cosas verdaderamente “aberrantes” para ese tiránico pensamiento, tales como que el preservativo no protege totalmente del SIDA, que la homosexualidad es un trastorno conductual y que el aborto supone acabar con una vida humana. Si a mi hijo le dan en el colegio un panfleto –pagado con dinero público o, más aún, un libro de texto obligatorio para la “Educación para la ciudadanía”– en el que le recomiendan que a los 16 años tenga sexo pleno y que procure experimentar tanto sexo heterosexual como homosexual para poder elegir, o si le dicen que da igual el grado de promiscuidad y de frecuencia con el que practique el sexo –homo o hetero– , si se pone un condón está a salvo, o si le cuentan que el aborto se apoya en el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo, me tengo que callar, porque si no lo hago, soy un intolerante. Pero ya está el coro de los grillos que canta al pensamiento único, pidiendo la cabeza de esos médicos que han dicho cosas mucho más plausibles que lo que puede aparecer en un panfleto gubernamental. Conviene recordar, para los legalistas, que hoy por hoy el aborto sigue siendo un delito, si bien está despenalizado en una serie de supuestos. Pero incluso en esos supuestos, sigue siendo un delito. No digamos en la inmensa mayoría de los casos en los que se practica fuera de esos supuestos, mientras se mira hacia otro lado. Pero ya se encargarán unos de que esos médicos acaben en la calle y otros de hacer una ley que convierta a las clínicas abortistas, como la tristemente célebre del Dr Morín, un bien social.
Mientras el pensamiento único se quede en anécdotas como éstas, la cosa, siendo grave, no pasa a mayores, salvo si eres el médico expedientado. Pero el problema de este pensamiento único, blando para lo que quiere y durísimo para otras cosas, es que sustituye por consignas el criterio que deberían tener los ciudadanos. Y una sociedad con unos ciudadanos gobernados por consignas se puede convertir, de la noche a la mañana, en un leviatán que masacra a los que no se adhieren a esas consignas. ¿Vamos hacia eso? Si la sociedad civil, o sea todos y cada uno de nosotros, no lo remediamos, puede que sí.
El pensamiento débil de la tolerancia a ultranza y mal entendida, y del todo vale lo mismo, y del todo el mundo tiene razón, es un lobo con piel de cordero que, de vez en cuando, enseña su negra pata. En esta semana hemos visto dos manifestaciones de esta virulencia latente.
La primera se refiere a la colocación de una placa en la casa en la que nació santa Maravillas. Si uno se pasea por Madrid, o por cualquier ciudad de España, con los ojos abiertos, puede ver en muchas de las casas en las que ha nacido un personaje, aunque sea sólo medianamente célebre en cualquier campo, una placa que lo enuncia. Santa Maravillas es una persona célebre. Célebre por su santidad. Vivimos en un país dónde, más o menos practicantes, hay una inmensa mayoría de católicos y la madre Maravillas es una santa católica. Además, sea de quien sea ahora la propiedad de la casa en la que nació, ella nació allí, ¡qué le vamos a hacer! Me parece que es bastante lógico que en la fachada de esa casa se ponga una placa. Me atrevería a decir que si esa casa fuera hoy una casa de vecinos, la comunidad de propietarios lo habría aprobado orgullosa. Pero con el pensamiento débil hemos topado, amigo Sancho. Tras una votación en la que los presentes votaron por unanimidad la colocación de la placa, (con un diputado socialista presente –nada menos que Bono– aunque otro estuviera de viaje y un tercero se ausentase vergonzantemente de la votación y con el resto de los progres missing), se ha desatado la tormenta. Se puede poner una placa que conmemore el nacimiento de un escritor cuyos libros no haya leído nadie, o de un cantante de rock que haya muerto de sobredosis, y no pasa nada. Incluso me atrevería a decir que si allí hubiese nacido un líder musulmán de cierta importancia, se habría puesto la placa sin mayor problema. (De hecho el llamado “padre de la Patria Andaluza” en el Estatuto de Andalucía, Blas Infante, era un converso al Islam. ¿Dejaría el padre de la Patria Andaluza celebrar el Rocío, criar cerdos en Jabugo y comerse sus extremidades con un poco de fino en la feria de Sevilla?) ¡Ah!, pero si se trata de una monja y, además, santa, entonces ya es otra historia, Porque es un grave crimen contra el laicismo del pensamiento único poner una placa que constate el hecho, simple y llano, de que realmente santa Maravillas nació allí.
Segunda manifestación de la intransigencia ideológica del pensamiento único: un grupo de médicos del Hospital Carlos III ha sacado un documento en el que dice cosas verdaderamente “aberrantes” para ese tiránico pensamiento, tales como que el preservativo no protege totalmente del SIDA, que la homosexualidad es un trastorno conductual y que el aborto supone acabar con una vida humana. Si a mi hijo le dan en el colegio un panfleto –pagado con dinero público o, más aún, un libro de texto obligatorio para la “Educación para la ciudadanía”– en el que le recomiendan que a los 16 años tenga sexo pleno y que procure experimentar tanto sexo heterosexual como homosexual para poder elegir, o si le dicen que da igual el grado de promiscuidad y de frecuencia con el que practique el sexo –homo o hetero– , si se pone un condón está a salvo, o si le cuentan que el aborto se apoya en el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo, me tengo que callar, porque si no lo hago, soy un intolerante. Pero ya está el coro de los grillos que canta al pensamiento único, pidiendo la cabeza de esos médicos que han dicho cosas mucho más plausibles que lo que puede aparecer en un panfleto gubernamental. Conviene recordar, para los legalistas, que hoy por hoy el aborto sigue siendo un delito, si bien está despenalizado en una serie de supuestos. Pero incluso en esos supuestos, sigue siendo un delito. No digamos en la inmensa mayoría de los casos en los que se practica fuera de esos supuestos, mientras se mira hacia otro lado. Pero ya se encargarán unos de que esos médicos acaben en la calle y otros de hacer una ley que convierta a las clínicas abortistas, como la tristemente célebre del Dr Morín, un bien social.
Mientras el pensamiento único se quede en anécdotas como éstas, la cosa, siendo grave, no pasa a mayores, salvo si eres el médico expedientado. Pero el problema de este pensamiento único, blando para lo que quiere y durísimo para otras cosas, es que sustituye por consignas el criterio que deberían tener los ciudadanos. Y una sociedad con unos ciudadanos gobernados por consignas se puede convertir, de la noche a la mañana, en un leviatán que masacra a los que no se adhieren a esas consignas. ¿Vamos hacia eso? Si la sociedad civil, o sea todos y cada uno de nosotros, no lo remediamos, puede que sí.
19 de noviembre de 2008
Respuesta a dos nuevas entradas de Paco Cuéllar
Paco Cuéllar ha dejado un nuevo comentario en su entrada "¿Cuántas Evas hubo?":
Desde mi punto de vista, hay tantas evas como queramos; dependiendo de donde hagamos el corte y de la muestra que se tome. Por ejemplo:Si comparo los genes de las mitocondrias de mis células con los de mis hermanos, el resultado dará que mi “Eva” familiar es mi madre, que ha vivido una generación anterior a la mía. Si a esa muestra le añadimos los genes de las mitocondrias de mis primos, el resultado dará que mi “Eva” sería mi abuela materna, que vivió dos generaciones atrás. Si a esa muestra le añadimos los genes de las mitocondrias de mis primos segundos, el resultado dará que mi “Eva” sería mi bisabuela materna, que vivió tres generaciones atrás. Si a esa muestra le añadimos los genes de las mitocondrias de mis primos terceros, el resultado dará que mi “Eva” sería mi tatarabuela materna, que vivió cuatro generaciones atrás. Etc, etc.Si tomamos una muestra de los genes mitocondriales de las personas de raza blanca, el resultado dará que nuestra “Eva” sería una antepasada que debió vivir hace unos 10.000 años. Si a esa muestra se le añaden genes mitocondriales de las demás razas, el resultado dará una “Eva” que ya no pertenece a nuestra raza, si no que sería negra, de la especie Homo sapiens y que debió vivir hace unos 150.000 años (a esta Eva se refiere el estudio mencionado al principio del artículo). Pero si a esta muestra se le añadiesen genes mitocondriales de hombres de neadertal, el resultado daría una “Eva” que ya no pertenecería a nuestra especie si no que sería una Homo antecesor, que debió vivir hace unos 800.000 años. Etc, etc.Si a esta muestra le añadimos genes mitocondriales de chimpancés, el resultado darían una “Eva” que ya no pertenecería a nuestro género (Homo) si no que sería una protochimpancé que debió vivir hace unos 5 millones de años. Si le añadimos genes del resto de los simios, el resultado sería una “Eva” protosimia que debió vivir hace unos 16 millones de años. Etc con los primates, etc con los mamíferos, etc, con lo vertebrados, etc.Todo esto demuestra nuestro parentesco con el resto de los seres vivos; que es tanto más lejano cuanto más lejano fue el momento en que se separaron nuestras ramas evolutivas. Mi parentesco más cercano es con mis hermanos cuyas ramas evolutivas se separaron tan solo una generación (nuestros genes son prácticamente idénticos, probablemente un 99,99%), después mis primos de los que me separé hace 2 generaciones (mayor diferencia genética)... de los chimpancés hace 5 millones de años (un 99% de semejanza genética), de los demás primates hace 40 (probablemente un 85% de semejanza genética), de los mamíferos 200 millones de años (mayor diferencia genética (70-75%))...de los insectos nos separamos hace unos 1.000 millones de años y nuestra diferencia genética ronda el 40%... hasta llegar a que nuestros parientes más lejanos son las plantas de las que nos separamos hace unos 4.000 millones de años y tenemos muy pocos genes en común.Con quien no tenemos ni un solo gen en común y por lo tanto ningún parentesco biológico es con Dios ni con los extraterrestres.
Respondo:
Lo que dices es absolutamente evidente, pero no es ese el punto. El punto es que lo “normal” sería que si la aparición del hombre hubiese respondido al patrón general de la aparición de nuevas especies, en las que una subpoblación de miles de individuos se hubiese separado de la población principal, debería haber miles de hembras de las que procediese esa población. Ese debería ser el patrón esperable. Pero sorprendentemente no es así. TODOS los seres humanos que hoy existimos sobre la faz de la Tierra procedemos de una sola hembra, lo cual es muy, muy excepcional. Si descendiésemos de varias hembras, hubiera quedado probado que no hubo una sola Eva. Pero no es así. Quiero aclarar que aunque se hubiese descubierto que descendemos de varias hembras –lo que en términos científicos se llama poligenismo– esto no iría contra ningún dogma cristiano, puesto que el monogenismo –el hecho de que descendamos de una sola hembra– no es dogma de fe, como no lo es que Dios nos haya modelado con sus manos a partir del barro. Pero el hecho es que todos los seres humanos actuales descendemos de la misma hembra. Lo que por otro lado tampoco prueba que cuando apareció el ser humano sólo hubiera una hembra. Pero si hubiese habido varias, o muchas,, las demás estirpes femeninas se tendrían que haber extinguido. Así que de momento, la ciencia, sin probar nada, por lo menos, tampoco desmiente que haya existido una sola Eva. Este es el punto.
Paco Cuéllar ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Respuesta a dos entradas de Paco Cuéllar":
Amigo Tomás:Tampoco es mi intención polemizar. Entre nosotros hay una simple discrepancia debido a lógicas dudas por nuestras respectivas partes: tu dudas que mutaciones al azar en los genes produzcan una evolución en una dirección positiva y yo dudo en que la evolución pueda ser dirigida por un ser sobrenatural.En mi anterior escrito, debido a la complejidad del tema y para no extenderme demasiado, solo hice una aproximación a tu duda sobre este asunto. Ahora, trataré de explicarme mejor.Es cierto que cuando hablamos de mutaciones al azar, la inmensa mayoría son negativas; pero los propios organismos vivos tienen recursos para neutralizar buena parte de ellas. Si los seres vivos han desarrollado mecanismos para defenderse del frío, del calor, de los predadores, etc, no es de extrañar que tengan mecanismos para reducir el efecto de mutaciones no deseadas.Una parte de esas mutaciones producidas al azar son neutralizadas porque se producen en genes “basura”; genes que no realizan ninguna función. Otras mutaciones son neutralizadas porque afectan a nucleótidos que no alteran su codificación natural de aminoácidos (son necesarios varios nucleótidos para codificar un aminoácido y la mutación de uno de ellos no altera el trabajo del conjunto). Otras mutaciones son neutralizadas porque, aunque lleguen a afectar seriamente a un gen, este es sustituido por el homólogo que tiene de reserva. Y me explico:Los seres vivos tenemos los genes duplicados; tenemos dos juegos de genes: uno que heredamos de nuestro padre y que llega hasta nosotros a través de sus espermatozoides y otro que heredamos de nuestra madre y que llega a nosotros a través de su óvulo. Esta es la forma en que cada uno de nuestros progenitores nos transmiten sus características. Así pues, tenemos los genes duplicados; nuestro padre nos ha transmitido el color de sus ojos y nuestra madre el color de los suyos, por ejemplo. Si ambos nos trasmiten un mismo color de ojos, se dice que somos homocigóticos respecto a los alelos que definen el color de los ojos y nuestros ojos serán del color que nos hayan transmitido. Pero si cada uno de ellos nos transmite colores de ojos diferentes, uno tomará el carácter dominante (y será en que se refleje en nuestro aspecto exterior) y el otro el carácter recesivo (y aunque no se refleje en nuestro aspecto exterior, lo llevamos y lo podemos transmitir a nuestros hijos; por eso se da el caso de hijos con ojos azules cuando ninguno de los padres tiene ese color de ojos). No se si me explico. Por ejemplo: el padre tiene los ojos negros y porta los genes de los ojos negros (dominante) y el gen de los ojos azules (recesivo) cada uno heredado de cada progenitor. La madre tiene los ojos marrones y porta el gen de los ojos marrones (dominante) y el gen de los ojos azules (recesivo). El padre transmite a su hijo el gen de los ojos azules que tenía recesivo y la madre también, el resultado es un niño con los ojos azules.Bueno, no es exactamente así, pero abrevio para no hacer la explicación muy extensa.Pues bien, cuando una mutación afecta a un gen, en la mayoría de las ocasiones, ese gen adquiere el carácter de recesivo y lo sustituye el gen normal. Así la mutación queda neutralizada. La demostración de que esto es cierto lo explico a continuación con el siguiente ejemplo:Cuando he dicho que todos los genes tiene repuesto, no es del todo cierto (siempre simplifico para no extenderme). En la mujer ocurre así pero en el hombre no. Los genes, en el momento de la división celular, se agrupan en cromosomas. Los humanos tenemos 23 pares de cromosomas que recogen todos nuestros genes; cada juego de 23 cromosomas lo heredamos de cada progenitor. El par de cromosomas número 23 recoge los genes de nuestro sexo. La mujer tienen dos cromosomas “X” (XX) y el hombre un cromosoma “X” y un cromosoma “Y” (XY). Se llaman así estos cromosomas por el aspecto que tienen. Pues bien, si nos fijamos, al cromosoma “Y” del hombre le falta una “patita” para ser idéntico al cromosoma “X”; luego los genes que están en esa “patita” del gen “X” no tienen homólogos en el cromosoma “Y”. En esa zona suelen aparecer los genes que provocan enfermedades como la hemofilia, la calvicie o el daltonismo y cuando afectan a la mujer se convierten en recesivos y son sustituidos por los genes normales del otro cromosoma; pero cuando afectan al hombre, como al cromosoma “Y” no tiene esos genes, no pueden relevar a los genes enfermos; por eso, esas enfermedades son mucho más frecuentes en hombre que en mujeres. Para que afecten a las mujeres tienen que estar dañados ambos pares de genes, lo que es mucho menos frecuente.Bien, ya hemos visto que muchos genes mutados aleatoriamente son neutralizados de estas tres formas1) por que afectan a genes que no tienen utilidad (genes basura)2) por que, aunque afecten a un nucleótido, no afecta al gen3) porque si afecta al gen este es sustituido por su homólogo.Pues aunque la mutación supere esas tres barreras y logre manifestarse en el fenotipo (aspecto exterior) del ser vivo aún hay otros mecanismos que las neutralizan1) mucha mutaciones van acompañadas de esterilidad; por lo que no pueden transmitirse a ningún descendiente.2) La selección natural. Si la mutación produce una gacela de 3 patas, el león se la comerá con facilidad no permitiendo que tenga descendientes. Si produce un enano, un hemofílico, un “Sindrome de Dawn” (trisomía 21) tienen dificultad en encontrar pareja que les facilite el tener hijos.Así, aunque las mutaciones al azar sean “negativas” sean más numerosas que las “positivas”, son escasas con respecto al total de la población.Una vez explicado la forma de neutralizar mutaciones “negativas” ¿cual es el mecanismo de la evolución?. Pues, existe una evolución lenta producido por la mezcla de características genéticas de los progenitores, como te explicaba en el caso de las capacidades de parto de las mueres. Y también hay unos saltos evolutivos producidas por las escasas pero existentes mutaciones “positivas”. Por ejemplo ¿como fue la mutación del simio protohumanoide a los primeros humanoides?. Aún no se sabe con certeza; pero el profesor Francisco J. Ayala, antiguo asesor científico del ex-presidente Clinton, ha expuesto la siguiente teoría:Los chimpancés tienen 24 pares de cromosomas y el hombre 23; sin embargo comparten el 99% de sus genes. ¿Como es posible?. El par de cromosomas 2 de los humanos, es la suma de los cromosomas 2 y 3 de los chimpancés. Probablemente, hace unos 5-6 millones de años, un simio africano tuvo un descendiente con una mutación que afectó al gen “fin de cromosoma 2" de forma que el cromosoma no se cerró y empalmó sus genes con los siguientes. El resultado fue un simio mutante que caminaba anormalmente erguido y que vivía en un territorio con poco arbolado; pero que esa “malformación” supuso una ventaja ante el resto de los simios de su grupo porque les permitía ver antes a los depredadores que se ocultaban en la hierbas altas y porque le permitía tener las manos libres para coger más comida que el resto (que necesitan apoyar las manos en el suelo para caminar). Estas ventajas le hacían un “buen partido” para los miembros de su otro sexo, lo que le facilitó tener descendencia que heredaron esa característica.En la actualidad vive un curioso chimpancé. Se llama Oliver (http://fogonazos.blogspot.com/2007/11/oliver-el-chimpanc-humano.html) camina simepre erguido y tiene un aspecto extrañamente humano. Tiene 24 pares de cromosomas como cualquier chimpancé. Esto desbarata la teoría de Francisco Ayala sobre la unión de 2 cromosomas; pero, aún que no sea esta mutación la que hace caminar erguido a un chimpancé, es un hecho que camina erguido y aún nadie se ha preocupado cual es la verdadera mutación que provoca esta peculiaridad. Me gustaría saber que hubiese pasado si Oliver hubiera nacido en el hábitat adecuado donde caminar erguido sea una ventaja y lo hubiesen dejado a su aire.
Respondo:
Desde luego que no se tata de polemizar, sino de, poniendo nuestras preguntas y respuestas en conjunto, arrojar alguna luz que nos pueda alumbrar sobre la verdad a nosotros y a los que leen este intercambio de ideas.
Interesante la descripción que haces del mecanismo de la evolución, con la que estoy casi de acuerdo y en lo que no lo estoy es por cuestiones que no afectan al meollo de lo que tratamos. Pero creo que tampoco este es el punto.
Los puntos son dos que puedes ver ilustradas con más detalle –y perdona que me refiera otra vez a la serie de “Dios y la ciencia”– en los 6 artículos que va entre “definamos la inteligencia” y “el regalo de la inteligencia” de esa serie.
El primero es que la evolución del cerebro humano es un fenómeno que va contra la adaptación. Y no me refiero una mutación recesiva que no se manifestase anatómicamente. Me refiero un cerebro que consumía una energía imposible de sustentar por ningún mecanismo conocido ni plausible. Por supuesto que sí hay un mecanismo para hacer viable ese cerebro. Precisamente, la inteligencia. Pero resulta que la inteligencia apareció 3 millones de años DESPUÉS de que el primer homínido iniciase la ruta de expansión cerebral. La “prueba” de que ese cerebro tenía un coste evolutivo imposible de soportar es que todas las ramas evolutivas de homínidos, sin excepción, han desaparecido como si después de cumplida su función de pasar el testigo a la especie de la siguiente “generación”, hubiese sido abandonada a su suerte y al no tener “subvención” para aguantar ese cerebro, se hubiese extinguido. ¿Extraño, no? Pero más extraño es que esto se aplica, además de al cerebro, al aparato del habla, al parto y a la pelvis necesaria para dar a luz a crías con una cabeza inmensa.
El segundo punto es la propia inteligencia. No voy a volver a copiar el argumento de C.S. Lewis de mi anterior respuesta, pero sí su conclusión. ¿Cómo una evolución totalmente material pudo crear un fenómeno como la inteligencia que, desde su primera manifestación, buscaba la trascendencia en ese mundo material o que tiene facultades absolutamente inútiles para la supervivencia como el hecho de preguntarse, también desde el primer momento de su aparición, qué son las estrellas y, aunque 30.000 años después, llegar a saberlo o que puede crear, también desde el mismo momento de su aparición, manifestaciones artísticas maravillosas en campos como la pintura, la escultura y la música. Además, si esto hubiese venido por evolución, ¿en qué genes inexistentes está codificada esa capacidad? Todo esto requiere una explicación. Y dado que, como me dijiste en tu primer post, te habías convencido que la ciencia demuestra que el lmarckismo es falso, sólo hay dos. El azar o la guía de un Alguien que quiere que aparezca físicamente un ser con una anatomía capaz de soportar la inteligencia para, después, regalársela. Ninguna de las dos alternativas es demostrable, pero es evidente que es inmensamente más plausible la segunda. Para explicar que salga 1000 veces seguidas en 21 en la ruleta también hay dos posibilidades. El azar o que la ruleta está trucada. ¿Cuál de las dos elegirías tú?
No respondo a una entrada tuya que me acaba de llegar porque por su contenido porque entiendo que va dirigida a otra que publicó Pedromr y porque me parece que ya está contestada en la primera respuesta de esta entrada.
Sólo quiero decirte que me parece muy estimulante el intercambio de ideas que estamos teniendo.
Gracias.
Tomás Alfaro
Desde mi punto de vista, hay tantas evas como queramos; dependiendo de donde hagamos el corte y de la muestra que se tome. Por ejemplo:Si comparo los genes de las mitocondrias de mis células con los de mis hermanos, el resultado dará que mi “Eva” familiar es mi madre, que ha vivido una generación anterior a la mía. Si a esa muestra le añadimos los genes de las mitocondrias de mis primos, el resultado dará que mi “Eva” sería mi abuela materna, que vivió dos generaciones atrás. Si a esa muestra le añadimos los genes de las mitocondrias de mis primos segundos, el resultado dará que mi “Eva” sería mi bisabuela materna, que vivió tres generaciones atrás. Si a esa muestra le añadimos los genes de las mitocondrias de mis primos terceros, el resultado dará que mi “Eva” sería mi tatarabuela materna, que vivió cuatro generaciones atrás. Etc, etc.Si tomamos una muestra de los genes mitocondriales de las personas de raza blanca, el resultado dará que nuestra “Eva” sería una antepasada que debió vivir hace unos 10.000 años. Si a esa muestra se le añaden genes mitocondriales de las demás razas, el resultado dará una “Eva” que ya no pertenece a nuestra raza, si no que sería negra, de la especie Homo sapiens y que debió vivir hace unos 150.000 años (a esta Eva se refiere el estudio mencionado al principio del artículo). Pero si a esta muestra se le añadiesen genes mitocondriales de hombres de neadertal, el resultado daría una “Eva” que ya no pertenecería a nuestra especie si no que sería una Homo antecesor, que debió vivir hace unos 800.000 años. Etc, etc.Si a esta muestra le añadimos genes mitocondriales de chimpancés, el resultado darían una “Eva” que ya no pertenecería a nuestro género (Homo) si no que sería una protochimpancé que debió vivir hace unos 5 millones de años. Si le añadimos genes del resto de los simios, el resultado sería una “Eva” protosimia que debió vivir hace unos 16 millones de años. Etc con los primates, etc con los mamíferos, etc, con lo vertebrados, etc.Todo esto demuestra nuestro parentesco con el resto de los seres vivos; que es tanto más lejano cuanto más lejano fue el momento en que se separaron nuestras ramas evolutivas. Mi parentesco más cercano es con mis hermanos cuyas ramas evolutivas se separaron tan solo una generación (nuestros genes son prácticamente idénticos, probablemente un 99,99%), después mis primos de los que me separé hace 2 generaciones (mayor diferencia genética)... de los chimpancés hace 5 millones de años (un 99% de semejanza genética), de los demás primates hace 40 (probablemente un 85% de semejanza genética), de los mamíferos 200 millones de años (mayor diferencia genética (70-75%))...de los insectos nos separamos hace unos 1.000 millones de años y nuestra diferencia genética ronda el 40%... hasta llegar a que nuestros parientes más lejanos son las plantas de las que nos separamos hace unos 4.000 millones de años y tenemos muy pocos genes en común.Con quien no tenemos ni un solo gen en común y por lo tanto ningún parentesco biológico es con Dios ni con los extraterrestres.
Respondo:
Lo que dices es absolutamente evidente, pero no es ese el punto. El punto es que lo “normal” sería que si la aparición del hombre hubiese respondido al patrón general de la aparición de nuevas especies, en las que una subpoblación de miles de individuos se hubiese separado de la población principal, debería haber miles de hembras de las que procediese esa población. Ese debería ser el patrón esperable. Pero sorprendentemente no es así. TODOS los seres humanos que hoy existimos sobre la faz de la Tierra procedemos de una sola hembra, lo cual es muy, muy excepcional. Si descendiésemos de varias hembras, hubiera quedado probado que no hubo una sola Eva. Pero no es así. Quiero aclarar que aunque se hubiese descubierto que descendemos de varias hembras –lo que en términos científicos se llama poligenismo– esto no iría contra ningún dogma cristiano, puesto que el monogenismo –el hecho de que descendamos de una sola hembra– no es dogma de fe, como no lo es que Dios nos haya modelado con sus manos a partir del barro. Pero el hecho es que todos los seres humanos actuales descendemos de la misma hembra. Lo que por otro lado tampoco prueba que cuando apareció el ser humano sólo hubiera una hembra. Pero si hubiese habido varias, o muchas,, las demás estirpes femeninas se tendrían que haber extinguido. Así que de momento, la ciencia, sin probar nada, por lo menos, tampoco desmiente que haya existido una sola Eva. Este es el punto.
Paco Cuéllar ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Respuesta a dos entradas de Paco Cuéllar":
Amigo Tomás:Tampoco es mi intención polemizar. Entre nosotros hay una simple discrepancia debido a lógicas dudas por nuestras respectivas partes: tu dudas que mutaciones al azar en los genes produzcan una evolución en una dirección positiva y yo dudo en que la evolución pueda ser dirigida por un ser sobrenatural.En mi anterior escrito, debido a la complejidad del tema y para no extenderme demasiado, solo hice una aproximación a tu duda sobre este asunto. Ahora, trataré de explicarme mejor.Es cierto que cuando hablamos de mutaciones al azar, la inmensa mayoría son negativas; pero los propios organismos vivos tienen recursos para neutralizar buena parte de ellas. Si los seres vivos han desarrollado mecanismos para defenderse del frío, del calor, de los predadores, etc, no es de extrañar que tengan mecanismos para reducir el efecto de mutaciones no deseadas.Una parte de esas mutaciones producidas al azar son neutralizadas porque se producen en genes “basura”; genes que no realizan ninguna función. Otras mutaciones son neutralizadas porque afectan a nucleótidos que no alteran su codificación natural de aminoácidos (son necesarios varios nucleótidos para codificar un aminoácido y la mutación de uno de ellos no altera el trabajo del conjunto). Otras mutaciones son neutralizadas porque, aunque lleguen a afectar seriamente a un gen, este es sustituido por el homólogo que tiene de reserva. Y me explico:Los seres vivos tenemos los genes duplicados; tenemos dos juegos de genes: uno que heredamos de nuestro padre y que llega hasta nosotros a través de sus espermatozoides y otro que heredamos de nuestra madre y que llega a nosotros a través de su óvulo. Esta es la forma en que cada uno de nuestros progenitores nos transmiten sus características. Así pues, tenemos los genes duplicados; nuestro padre nos ha transmitido el color de sus ojos y nuestra madre el color de los suyos, por ejemplo. Si ambos nos trasmiten un mismo color de ojos, se dice que somos homocigóticos respecto a los alelos que definen el color de los ojos y nuestros ojos serán del color que nos hayan transmitido. Pero si cada uno de ellos nos transmite colores de ojos diferentes, uno tomará el carácter dominante (y será en que se refleje en nuestro aspecto exterior) y el otro el carácter recesivo (y aunque no se refleje en nuestro aspecto exterior, lo llevamos y lo podemos transmitir a nuestros hijos; por eso se da el caso de hijos con ojos azules cuando ninguno de los padres tiene ese color de ojos). No se si me explico. Por ejemplo: el padre tiene los ojos negros y porta los genes de los ojos negros (dominante) y el gen de los ojos azules (recesivo) cada uno heredado de cada progenitor. La madre tiene los ojos marrones y porta el gen de los ojos marrones (dominante) y el gen de los ojos azules (recesivo). El padre transmite a su hijo el gen de los ojos azules que tenía recesivo y la madre también, el resultado es un niño con los ojos azules.Bueno, no es exactamente así, pero abrevio para no hacer la explicación muy extensa.Pues bien, cuando una mutación afecta a un gen, en la mayoría de las ocasiones, ese gen adquiere el carácter de recesivo y lo sustituye el gen normal. Así la mutación queda neutralizada. La demostración de que esto es cierto lo explico a continuación con el siguiente ejemplo:Cuando he dicho que todos los genes tiene repuesto, no es del todo cierto (siempre simplifico para no extenderme). En la mujer ocurre así pero en el hombre no. Los genes, en el momento de la división celular, se agrupan en cromosomas. Los humanos tenemos 23 pares de cromosomas que recogen todos nuestros genes; cada juego de 23 cromosomas lo heredamos de cada progenitor. El par de cromosomas número 23 recoge los genes de nuestro sexo. La mujer tienen dos cromosomas “X” (XX) y el hombre un cromosoma “X” y un cromosoma “Y” (XY). Se llaman así estos cromosomas por el aspecto que tienen. Pues bien, si nos fijamos, al cromosoma “Y” del hombre le falta una “patita” para ser idéntico al cromosoma “X”; luego los genes que están en esa “patita” del gen “X” no tienen homólogos en el cromosoma “Y”. En esa zona suelen aparecer los genes que provocan enfermedades como la hemofilia, la calvicie o el daltonismo y cuando afectan a la mujer se convierten en recesivos y son sustituidos por los genes normales del otro cromosoma; pero cuando afectan al hombre, como al cromosoma “Y” no tiene esos genes, no pueden relevar a los genes enfermos; por eso, esas enfermedades son mucho más frecuentes en hombre que en mujeres. Para que afecten a las mujeres tienen que estar dañados ambos pares de genes, lo que es mucho menos frecuente.Bien, ya hemos visto que muchos genes mutados aleatoriamente son neutralizados de estas tres formas1) por que afectan a genes que no tienen utilidad (genes basura)2) por que, aunque afecten a un nucleótido, no afecta al gen3) porque si afecta al gen este es sustituido por su homólogo.Pues aunque la mutación supere esas tres barreras y logre manifestarse en el fenotipo (aspecto exterior) del ser vivo aún hay otros mecanismos que las neutralizan1) mucha mutaciones van acompañadas de esterilidad; por lo que no pueden transmitirse a ningún descendiente.2) La selección natural. Si la mutación produce una gacela de 3 patas, el león se la comerá con facilidad no permitiendo que tenga descendientes. Si produce un enano, un hemofílico, un “Sindrome de Dawn” (trisomía 21) tienen dificultad en encontrar pareja que les facilite el tener hijos.Así, aunque las mutaciones al azar sean “negativas” sean más numerosas que las “positivas”, son escasas con respecto al total de la población.Una vez explicado la forma de neutralizar mutaciones “negativas” ¿cual es el mecanismo de la evolución?. Pues, existe una evolución lenta producido por la mezcla de características genéticas de los progenitores, como te explicaba en el caso de las capacidades de parto de las mueres. Y también hay unos saltos evolutivos producidas por las escasas pero existentes mutaciones “positivas”. Por ejemplo ¿como fue la mutación del simio protohumanoide a los primeros humanoides?. Aún no se sabe con certeza; pero el profesor Francisco J. Ayala, antiguo asesor científico del ex-presidente Clinton, ha expuesto la siguiente teoría:Los chimpancés tienen 24 pares de cromosomas y el hombre 23; sin embargo comparten el 99% de sus genes. ¿Como es posible?. El par de cromosomas 2 de los humanos, es la suma de los cromosomas 2 y 3 de los chimpancés. Probablemente, hace unos 5-6 millones de años, un simio africano tuvo un descendiente con una mutación que afectó al gen “fin de cromosoma 2" de forma que el cromosoma no se cerró y empalmó sus genes con los siguientes. El resultado fue un simio mutante que caminaba anormalmente erguido y que vivía en un territorio con poco arbolado; pero que esa “malformación” supuso una ventaja ante el resto de los simios de su grupo porque les permitía ver antes a los depredadores que se ocultaban en la hierbas altas y porque le permitía tener las manos libres para coger más comida que el resto (que necesitan apoyar las manos en el suelo para caminar). Estas ventajas le hacían un “buen partido” para los miembros de su otro sexo, lo que le facilitó tener descendencia que heredaron esa característica.En la actualidad vive un curioso chimpancé. Se llama Oliver (http://fogonazos.blogspot.com/2007/11/oliver-el-chimpanc-humano.html) camina simepre erguido y tiene un aspecto extrañamente humano. Tiene 24 pares de cromosomas como cualquier chimpancé. Esto desbarata la teoría de Francisco Ayala sobre la unión de 2 cromosomas; pero, aún que no sea esta mutación la que hace caminar erguido a un chimpancé, es un hecho que camina erguido y aún nadie se ha preocupado cual es la verdadera mutación que provoca esta peculiaridad. Me gustaría saber que hubiese pasado si Oliver hubiera nacido en el hábitat adecuado donde caminar erguido sea una ventaja y lo hubiesen dejado a su aire.
Respondo:
Desde luego que no se tata de polemizar, sino de, poniendo nuestras preguntas y respuestas en conjunto, arrojar alguna luz que nos pueda alumbrar sobre la verdad a nosotros y a los que leen este intercambio de ideas.
Interesante la descripción que haces del mecanismo de la evolución, con la que estoy casi de acuerdo y en lo que no lo estoy es por cuestiones que no afectan al meollo de lo que tratamos. Pero creo que tampoco este es el punto.
Los puntos son dos que puedes ver ilustradas con más detalle –y perdona que me refiera otra vez a la serie de “Dios y la ciencia”– en los 6 artículos que va entre “definamos la inteligencia” y “el regalo de la inteligencia” de esa serie.
El primero es que la evolución del cerebro humano es un fenómeno que va contra la adaptación. Y no me refiero una mutación recesiva que no se manifestase anatómicamente. Me refiero un cerebro que consumía una energía imposible de sustentar por ningún mecanismo conocido ni plausible. Por supuesto que sí hay un mecanismo para hacer viable ese cerebro. Precisamente, la inteligencia. Pero resulta que la inteligencia apareció 3 millones de años DESPUÉS de que el primer homínido iniciase la ruta de expansión cerebral. La “prueba” de que ese cerebro tenía un coste evolutivo imposible de soportar es que todas las ramas evolutivas de homínidos, sin excepción, han desaparecido como si después de cumplida su función de pasar el testigo a la especie de la siguiente “generación”, hubiese sido abandonada a su suerte y al no tener “subvención” para aguantar ese cerebro, se hubiese extinguido. ¿Extraño, no? Pero más extraño es que esto se aplica, además de al cerebro, al aparato del habla, al parto y a la pelvis necesaria para dar a luz a crías con una cabeza inmensa.
El segundo punto es la propia inteligencia. No voy a volver a copiar el argumento de C.S. Lewis de mi anterior respuesta, pero sí su conclusión. ¿Cómo una evolución totalmente material pudo crear un fenómeno como la inteligencia que, desde su primera manifestación, buscaba la trascendencia en ese mundo material o que tiene facultades absolutamente inútiles para la supervivencia como el hecho de preguntarse, también desde el primer momento de su aparición, qué son las estrellas y, aunque 30.000 años después, llegar a saberlo o que puede crear, también desde el mismo momento de su aparición, manifestaciones artísticas maravillosas en campos como la pintura, la escultura y la música. Además, si esto hubiese venido por evolución, ¿en qué genes inexistentes está codificada esa capacidad? Todo esto requiere una explicación. Y dado que, como me dijiste en tu primer post, te habías convencido que la ciencia demuestra que el lmarckismo es falso, sólo hay dos. El azar o la guía de un Alguien que quiere que aparezca físicamente un ser con una anatomía capaz de soportar la inteligencia para, después, regalársela. Ninguna de las dos alternativas es demostrable, pero es evidente que es inmensamente más plausible la segunda. Para explicar que salga 1000 veces seguidas en 21 en la ruleta también hay dos posibilidades. El azar o que la ruleta está trucada. ¿Cuál de las dos elegirías tú?
No respondo a una entrada tuya que me acaba de llegar porque por su contenido porque entiendo que va dirigida a otra que publicó Pedromr y porque me parece que ya está contestada en la primera respuesta de esta entrada.
Sólo quiero decirte que me parece muy estimulante el intercambio de ideas que estamos teniendo.
Gracias.
Tomás Alfaro
16 de noviembre de 2008
La batalla de Dios frente al milenio
Hace dos semanas publiqué un post sobre el autobus ateo de Richard Dawkins. En ese post añadí un artículo de Paul Johnson titulado ¿Qué teme el ateo de Oxford. También hacía alusión y citaba algunos párrafos de otro que se titula "La batalla de Dios frente al milenio"[1]. Tambuién me gustaría recomendar encarecidamente un libro del mismo Paul Johnson que se llama "Tiempos modernos".
La batalla de Dios frente al milenio.
Uno de los aspectos más fascinantes de la historia abarca menos las cosas que ocurren que las cosas que obstinadamente se niegan a ocurrir. Fuerzas aparentemente irresistibles se detienen. Tendencias poderosas se evaporan. Reliquias derruidas sobreviven. Los hombres de ayer siguen su camino. El gran no-acontecimiento del siglo XX fue la Muerte de Dios. Los intelectuales de fin de siglo no coincidían con Nietzsche en su afirmación de que Dios había muerto, pero confiaban en que hubiera muerto para el año 2000. Durante el siglo XIX suponían que la creencia en Dios desaparecería de Occidente y que sólo las sociedades retrógradas conservarían la superstición religiosa. Pero aquí estamos, al cabo de lo que presuntamente era el primer siglo del ateísmo, con Dios vivito y coleando y reinando en el corazón de miles de millones de personas en todo el mundo. En parte como consecuencia del crecimiento de la población, hoy hay más creyentes que en 1909. Sin duda también hay más agnósticos, pero no más ateos. La cantidad de gente que está dispuesta a declarar sin rodeos que no hay Dios ha declinado desde el auge del ateísmo organizado en la década de 1880. Es típico de la Universidad de Oxford, reducto de causas perdidas, que acabe de designar a Richard Dawkins como primer profesor de ateísmo.
En realidad, a fines del siglo XX, las perspectivas para Dios son excelentes. Podría terminar por ser su siglo. En el siglo XIX adorábamos el Progreso. Era real, visible, rápido y benéfico. Pero se detuvo bruscamente en la catástrofe de la Primera Guerra Mundial. La raza humana entendió que el Progreso la había abandonado. Se volcó en la Ideología: comunismo, fascismo, freudismo y sistemas de creencias aún más oscuros. El siglo XX fue la Era de la Ideología, tal como el siglo XIX fue la Era del Progreso. Pero la Ideología también defraudó a sus simpatizantes y se derrumbó a comienzos de los 90. Una cosa que la Historia enseña acerca de los seres humanos es que no les agrada no creer en nada. Un vacío de creencias es aborrecible. Es posible que Dios, que debió de luchar para sobrevivir en el siglo XX, llene el vacío en el XXI y así se convierta en el heredero residual de esos titanes muertos, el Progreso y la Ideología.
He pensado en esta perspectiva porque estoy a punto de publicar un pequeño volumen sobre Dios. The Quest for God: A Personal Pilgrimage[2] no es primordialmente una obra piadosa. Es una indagación, y no lograda, como soy el primero en admitir. La escribí para satisfacer lo que considero una necesidad común. Cuando la conversación se encauza hacia nuestras creencias auténticas, pregunto a la gente si cree en Dios y la respuesta suele ser sí. Pero si insisto y pregunto qué quieren decir con eso, no hay respuesta, o bien desechan la pregunta con una broma: “Aguas profundas Watson” o “Requiero esa pregunta por escrito”. La gente no quiere decir “no sé” o admitir que ha postergado la reflexión sobre lo que significa Dios o la aceptación de su existencia. Se niega a pensar en Dios, así como preferiría no pensar en la muerte, y menos en la propia. Y aunque trate de pensar en Dios, no sabe cómo hacerlo. Así que decidí escribir un libro, ordenando mis ideas sobre Dios, con la esperanza de que su lectura ayudara a otros a ordenar las suyas propias. Abarco la mayoría de los temas dificultosos, tales como: quién es Dios, por qué creó el universo, como lo administra –si lo administra– y por qué permite el florecimiento del mal. Hablo de los animales, su posible alma, la Tierra y su futuro, y la probabilidad de que haya vida en otros mundos y cómo esto afectaría a nuestra noción de Dios. Analizo las Cuatro Cosas Finales: la muerte, el juicio, el infierno y el cielo, y por último la plegaria, el tema más importante, ya que es nuestro modo de comunicarnos con este misterioso Ser.
Escribir el libro me resultó más difícil de lo que esperaba porque descubrí zonas de ignorancia y honduras de incertidumbre en mi interior. Creía tener la mayoría de las respuestas y resultó que tenía muy pocas, y tuve que pensarlo todo de nuevo y leer mucho. Pero me alegra haber hecho el esfuerzo porque ahora tengo las cosas mucho más claras. También soy más fuerte en mi fe y, sobre todo, me deleita saber que a través de las vicisitudes de seis décadas he logrado mantener casi intactas las creencias que me inculcaron mis padres. La fe en un Dios justo y todopoderoso es el mayor de los regalos. Aunque deseemos nacer apuestos, ricos, inteligentes o seductores, la fe es un legado más valioso que cualquiera de esos dones. Y cuando estoy en Londres durante el fin de semana, voy a la Misa de once de los frailes carmelitas de Kensington Church Street. Es una Misa cantada en latín, con una sencilla homilía, y toda la grey toma la comunión: el catolicismo en su mejor y más grata expresión. Después bebo café con mi vieja amiga y colega, la historiadora Antonia Fraser. Con frecuencia nos decimos: “Qué afortunados somos de ser católicos y tener acceso a esta singular nutrición espiritual”. Parece complacencia pero no es tal, sino simple gratitud. Nuestra fe es una armadura que, merezcámosla o no, es una poderosa protección contra las piedras y dardos del mundo. Dentro de ella nos sentimos seguros, confortables, privilegiados.
Me gustaría que todos los seres humanos tuvieran una prenda similar. No hago proselitismo, pero ruego por la conversión de los que amo y de todo el mundo. Y estoy dispuesto a enfrentarme en un debate justo con los paladines del otro bando. Si Richard Dawkins quiere discutir conmigo sobre la existencia de Dios, en el canal 4, en BBC 2, en Radio 3 o en cualquier otro foro público, estoy dispuesto. Son aguas profundas Watson –como decía Sherlock Holmes–, pero todos debemos zambullirnos en ellas tarde o temprano. Sospecho que, al aproximarse el milenio, el fermento religioso que ya ha comenzado se elevará. La mayoría de las evocaciones religiosas, como el Great Awakening de las colonias americanas del siglo XVIII surgen de las honduras de la sociedad. El cristianismo comenzó como una religión de los pobres, de las mujeres, de los desposeídos y de los descastados. Tal vez esto se repita, pero tengo la corazonada de que renacerá –al menos en este país– entre las clases altas, y entre los intelectuales y educados. A mi juicio, nos aguarda una época estimulante en los próximos años, en el alba de un siglo en el que quizá Dios recobre su terreno. La batalla será enconada y, si puedo, estaré en primera línea.
A mí también me gustará estar en primera línea.
Paul Johnson, 10 de febrero de 1996.
[1] Es copia de un artículo de Paul Johnson, periodista británico católico, del 10 de Febrero de 1996. El libro, “Al diablo con Picasso” Javier Vergara Editor, SA. Buenos Aires 1997, lo recoge junto con otros muchos.
[2] (En busca de Dios, Javier Vergara Editor, Buenos Aires 1996). Hoy me parece interesante publicar este artículo entero. Además me gustaría recomendar un libro de[1]Uno de los aspectos más fascinantes de la historia abarca menos las cosas que ocurren que las cosas que obstinadamente se niegan a ocurrir. Fuerzas aparentemente irresistibles se detienen. Tendencias poderosas se evaporan. Reliquias derruidas sobreviven. Los hombres de ayer siguen su camino. El gran no-acontecimiento del siglo XX fue la Muerte de Dios. Los intelectuales de fin de siglo no coincidían con Nietzsche en su afirmación de que Dios había muerto, pero confiaban en que hubiera muerto para el año 2000. Durante el siglo XIX suponían que la creencia en Dios desaparecería de Occidente y que sólo las sociedades retrógradas conservarían la superstición religiosa. Pero aquí estamos, al cabo de lo que presuntamente era el primer siglo del ateísmo, con Dios vivito y coleando y reinando en el corazón de miles de millones de personas en todo el mundo. En parte como consecuencia del crecimiento de la población, hoy hay más creyentes que en 1909. Sin duda también hay más agnósticos, pero no más ateos. La cantidad de gente que está dispuesta a declarar sin rodeos que no hay Dios ha declinado desde el auge del ateísmo organizado en la década de 1880. Es típico de la Universidad de Oxford, reducto de causas perdidas, que acabe de designar a Richard Dawkins como primer profesor de ateísmo.
En realidad, a fines del siglo XX, las perspectivas para Dios son excelentes. Podría terminar por ser su siglo. En el siglo XIX adorábamos el Progreso. Era real, visible, rápido y benéfico. Pero se detuvo bruscamente en la catástrofe de la Primera Guerra Mundial. La raza humana entendió que el Progreso la había abandonado. Se volcó en la Ideología: comunismo, fascismo, freudismo y sistemas de creencias aún más oscuros. El siglo XX fue la Era de la Ideología, tal como el siglo XIX fue la Era del Progreso. Pero la Ideología también defraudó a sus simpatizantes y se derrumbó a comienzos de los 90. Una cosa que la Historia enseña acerca de los seres humanos es que no les agrada no creer en nada. Un vacío de creencias es aborrecible. Es posible que Dios, que debió de luchar para sobrevivir en el siglo XX, llene el vacío en el XXI y así se convierta en el heredero residual de esos titanes muertos, el Progreso y la Ideología.
He pensado en esta perspectiva porque estoy a punto de publicar un pequeño volumen sobre Dios. The Quest for God: A Personal Pilgrimage[2] no es primordialmente una obra piadosa. Es una indagación, y no lograda, como soy el primero en admitir. La escribí para satisfacer lo que considero una necesidad común. Cuando la conversación se encauza hacia nuestras creencias auténticas, pregunto a la gente si cree en Dios y la respuesta suele ser sí. Pero si insisto y pregunto qué quieren decir con eso, no hay respuesta, o bien desechan la pregunta con una broma: “Aguas profundas Watson” o “Requiero esa pregunta por escrito”. La gente no quiere decir “no sé” o admitir que ha postergado la reflexión sobre lo que significa Dios o la aceptación de su existencia. Se niega a pensar en Dios, así como preferiría no pensar en la muerte, y menos en la propia. Y aunque trate de pensar en Dios, no sabe cómo hacerlo. Así que decidí escribir un libro, ordenando mis ideas sobre Dios, con la esperanza de que su lectura ayudara a otros a ordenar las suyas propias. Abarco la mayoría de los temas dificultosos, tales como: quién es Dios, por qué creó el universo, como lo administra –si lo administra– y por qué permite el florecimiento del mal. Hablo de los animales, su posible alma, la Tierra y su futuro, y la probabilidad de que haya vida en otros mundos y cómo esto afectaría a nuestra noción de Dios. Analizo las Cuatro Cosas Finales: la muerte, el juicio, el infierno y el cielo, y por último la plegaria, el tema más importante, ya que es nuestro modo de comunicarnos con este misterioso Ser.
Escribir el libro me resultó más difícil de lo que esperaba porque descubrí zonas de ignorancia y honduras de incertidumbre en mi interior. Creía tener la mayoría de las respuestas y resultó que tenía muy pocas, y tuve que pensarlo todo de nuevo y leer mucho. Pero me alegra haber hecho el esfuerzo porque ahora tengo las cosas mucho más claras. También soy más fuerte en mi fe y, sobre todo, me deleita saber que a través de las vicisitudes de seis décadas he logrado mantener casi intactas las creencias que me inculcaron mis padres. La fe en un Dios justo y todopoderoso es el mayor de los regalos. Aunque deseemos nacer apuestos, ricos, inteligentes o seductores, la fe es un legado más valioso que cualquiera de esos dones. Y cuando estoy en Londres durante el fin de semana, voy a la Misa de once de los frailes carmelitas de Kensington Church Street. Es una Misa cantada en latín, con una sencilla homilía, y toda la grey toma la comunión: el catolicismo en su mejor y más grata expresión. Después bebo café con mi vieja amiga y colega, la historiadora Antonia Fraser. Con frecuencia nos decimos: “Qué afortunados somos de ser católicos y tener acceso a esta singular nutrición espiritual”. Parece complacencia pero no es tal, sino simple gratitud. Nuestra fe es una armadura que, merezcámosla o no, es una poderosa protección contra las piedras y dardos del mundo. Dentro de ella nos sentimos seguros, confortables, privilegiados.
Me gustaría que todos los seres humanos tuvieran una prenda similar. No hago proselitismo, pero ruego por la conversión de los que amo y de todo el mundo. Y estoy dispuesto a enfrentarme en un debate justo con los paladines del otro bando. Si Richard Dawkins quiere discutir conmigo sobre la existencia de Dios, en el canal 4, en BBC 2, en Radio 3 o en cualquier otro foro público, estoy dispuesto. Son aguas profundas Watson –como decía Sherlock Holmes–, pero todos debemos zambullirnos en ellas tarde o temprano. Sospecho que, al aproximarse el milenio, el fermento religioso que ya ha comenzado se elevará. La mayoría de las evocaciones religiosas, como el Great Awakening de las colonias americanas del siglo XVIII surgen de las honduras de la sociedad. El cristianismo comenzó como una religión de los pobres, de las mujeres, de los desposeídos y de los descastados. Tal vez esto se repita, pero tengo la corazonada de que renacerá –al menos en este país– entre las clases altas, y entre los intelectuales y educados. A mi juicio, nos aguarda una época estimulante en los próximos años, en el alba de un siglo en el que quizá Dios recobre su terreno. La batalla será enconada y, si puedo, estaré en primera línea.
Paul Johnson, 10 de febrero de 1996.
[1] Es copia de un artículo de Paul Johnson, periodista británico católico, del 10 de Febrero de 1996. El libro, “Al diablo con Picasso” Javier Vergara Editor, SA. Buenos Aires 1997, lo recoge junto con otros muchos.
[2] (En busca de Dios, Javier Vergara Editor, Buenos Aires 1996).
Uno de los aspectos más fascinantes de la historia abarca menos las cosas que ocurren que las cosas que obstinadamente se niegan a ocurrir. Fuerzas aparentemente irresistibles se detienen. Tendencias poderosas se evaporan. Reliquias derruidas sobreviven. Los hombres de ayer siguen su camino. El gran no-acontecimiento del siglo XX fue la Muerte de Dios. Los intelectuales de fin de siglo no coincidían con Nietzsche en su afirmación de que Dios había muerto, pero confiaban en que hubiera muerto para el año 2000. Durante el siglo XIX suponían que la creencia en Dios desaparecería de Occidente y que sólo las sociedades retrógradas conservarían la superstición religiosa. Pero aquí estamos, al cabo de lo que presuntamente era el primer siglo del ateísmo, con Dios vivito y coleando y reinando en el corazón de miles de millones de personas en todo el mundo. En parte como consecuencia del crecimiento de la población, hoy hay más creyentes que en 1909. Sin duda también hay más agnósticos, pero no más ateos. La cantidad de gente que está dispuesta a declarar sin rodeos que no hay Dios ha declinado desde el auge del ateísmo organizado en la década de 1880. Es típico de la Universidad de Oxford, reducto de causas perdidas, que acabe de designar a Richard Dawkins como primer profesor de ateísmo.
En realidad, a fines del siglo XX, las perspectivas para Dios son excelentes. Podría terminar por ser su siglo. En el siglo XIX adorábamos el Progreso. Era real, visible, rápido y benéfico. Pero se detuvo bruscamente en la catástrofe de la Primera Guerra Mundial. La raza humana entendió que el Progreso la había abandonado. Se volcó en la Ideología: comunismo, fascismo, freudismo y sistemas de creencias aún más oscuros. El siglo XX fue la Era de la Ideología, tal como el siglo XIX fue la Era del Progreso. Pero la Ideología también defraudó a sus simpatizantes y se derrumbó a comienzos de los 90. Una cosa que la Historia enseña acerca de los seres humanos es que no les agrada no creer en nada. Un vacío de creencias es aborrecible. Es posible que Dios, que debió de luchar para sobrevivir en el siglo XX, llene el vacío en el XXI y así se convierta en el heredero residual de esos titanes muertos, el Progreso y la Ideología.
He pensado en esta perspectiva porque estoy a punto de publicar un pequeño volumen sobre Dios. The Quest for God: A Personal Pilgrimage[2] no es primordialmente una obra piadosa. Es una indagación, y no lograda, como soy el primero en admitir. La escribí para satisfacer lo que considero una necesidad común. Cuando la conversación se encauza hacia nuestras creencias auténticas, pregunto a la gente si cree en Dios y la respuesta suele ser sí. Pero si insisto y pregunto qué quieren decir con eso, no hay respuesta, o bien desechan la pregunta con una broma: “Aguas profundas Watson” o “Requiero esa pregunta por escrito”. La gente no quiere decir “no sé” o admitir que ha postergado la reflexión sobre lo que significa Dios o la aceptación de su existencia. Se niega a pensar en Dios, así como preferiría no pensar en la muerte, y menos en la propia. Y aunque trate de pensar en Dios, no sabe cómo hacerlo. Así que decidí escribir un libro, ordenando mis ideas sobre Dios, con la esperanza de que su lectura ayudara a otros a ordenar las suyas propias. Abarco la mayoría de los temas dificultosos, tales como: quién es Dios, por qué creó el universo, como lo administra –si lo administra– y por qué permite el florecimiento del mal. Hablo de los animales, su posible alma, la Tierra y su futuro, y la probabilidad de que haya vida en otros mundos y cómo esto afectaría a nuestra noción de Dios. Analizo las Cuatro Cosas Finales: la muerte, el juicio, el infierno y el cielo, y por último la plegaria, el tema más importante, ya que es nuestro modo de comunicarnos con este misterioso Ser.
Escribir el libro me resultó más difícil de lo que esperaba porque descubrí zonas de ignorancia y honduras de incertidumbre en mi interior. Creía tener la mayoría de las respuestas y resultó que tenía muy pocas, y tuve que pensarlo todo de nuevo y leer mucho. Pero me alegra haber hecho el esfuerzo porque ahora tengo las cosas mucho más claras. También soy más fuerte en mi fe y, sobre todo, me deleita saber que a través de las vicisitudes de seis décadas he logrado mantener casi intactas las creencias que me inculcaron mis padres. La fe en un Dios justo y todopoderoso es el mayor de los regalos. Aunque deseemos nacer apuestos, ricos, inteligentes o seductores, la fe es un legado más valioso que cualquiera de esos dones. Y cuando estoy en Londres durante el fin de semana, voy a la Misa de once de los frailes carmelitas de Kensington Church Street. Es una Misa cantada en latín, con una sencilla homilía, y toda la grey toma la comunión: el catolicismo en su mejor y más grata expresión. Después bebo café con mi vieja amiga y colega, la historiadora Antonia Fraser. Con frecuencia nos decimos: “Qué afortunados somos de ser católicos y tener acceso a esta singular nutrición espiritual”. Parece complacencia pero no es tal, sino simple gratitud. Nuestra fe es una armadura que, merezcámosla o no, es una poderosa protección contra las piedras y dardos del mundo. Dentro de ella nos sentimos seguros, confortables, privilegiados.
Me gustaría que todos los seres humanos tuvieran una prenda similar. No hago proselitismo, pero ruego por la conversión de los que amo y de todo el mundo. Y estoy dispuesto a enfrentarme en un debate justo con los paladines del otro bando. Si Richard Dawkins quiere discutir conmigo sobre la existencia de Dios, en el canal 4, en BBC 2, en Radio 3 o en cualquier otro foro público, estoy dispuesto. Son aguas profundas Watson –como decía Sherlock Holmes–, pero todos debemos zambullirnos en ellas tarde o temprano. Sospecho que, al aproximarse el milenio, el fermento religioso que ya ha comenzado se elevará. La mayoría de las evocaciones religiosas, como el Great Awakening de las colonias americanas del siglo XVIII surgen de las honduras de la sociedad. El cristianismo comenzó como una religión de los pobres, de las mujeres, de los desposeídos y de los descastados. Tal vez esto se repita, pero tengo la corazonada de que renacerá –al menos en este país– entre las clases altas, y entre los intelectuales y educados. A mi juicio, nos aguarda una época estimulante en los próximos años, en el alba de un siglo en el que quizá Dios recobre su terreno. La batalla será enconada y, si puedo, estaré en primera línea.
Paul Johnson, 10 de febrero de 1996.
[1] Es copia de un artículo de Paul Johnson, periodista británico católico, del 10 de Febrero de 1996. El libro, “Al diablo con Picasso” Javier Vergara Editor, SA. Buenos Aires 1997, lo recoge junto con otros muchos.
[2] (En busca de Dios, Javier Vergara Editor, Buenos Aires 1996).
La batalla de Dios frente al milenio.
Uno de los aspectos más fascinantes de la historia abarca menos las cosas que ocurren que las cosas que obstinadamente se niegan a ocurrir. Fuerzas aparentemente irresistibles se detienen. Tendencias poderosas se evaporan. Reliquias derruidas sobreviven. Los hombres de ayer siguen su camino. El gran no-acontecimiento del siglo XX fue la Muerte de Dios. Los intelectuales de fin de siglo no coincidían con Nietzsche en su afirmación de que Dios había muerto, pero confiaban en que hubiera muerto para el año 2000. Durante el siglo XIX suponían que la creencia en Dios desaparecería de Occidente y que sólo las sociedades retrógradas conservarían la superstición religiosa. Pero aquí estamos, al cabo de lo que presuntamente era el primer siglo del ateísmo, con Dios vivito y coleando y reinando en el corazón de miles de millones de personas en todo el mundo. En parte como consecuencia del crecimiento de la población, hoy hay más creyentes que en 1909. Sin duda también hay más agnósticos, pero no más ateos. La cantidad de gente que está dispuesta a declarar sin rodeos que no hay Dios ha declinado desde el auge del ateísmo organizado en la década de 1880. Es típico de la Universidad de Oxford, reducto de causas perdidas, que acabe de designar a Richard Dawkins como primer profesor de ateísmo.
En realidad, a fines del siglo XX, las perspectivas para Dios son excelentes. Podría terminar por ser su siglo. En el siglo XIX adorábamos el Progreso. Era real, visible, rápido y benéfico. Pero se detuvo bruscamente en la catástrofe de la Primera Guerra Mundial. La raza humana entendió que el Progreso la había abandonado. Se volcó en la Ideología: comunismo, fascismo, freudismo y sistemas de creencias aún más oscuros. El siglo XX fue la Era de la Ideología, tal como el siglo XIX fue la Era del Progreso. Pero la Ideología también defraudó a sus simpatizantes y se derrumbó a comienzos de los 90. Una cosa que la Historia enseña acerca de los seres humanos es que no les agrada no creer en nada. Un vacío de creencias es aborrecible. Es posible que Dios, que debió de luchar para sobrevivir en el siglo XX, llene el vacío en el XXI y así se convierta en el heredero residual de esos titanes muertos, el Progreso y la Ideología.
He pensado en esta perspectiva porque estoy a punto de publicar un pequeño volumen sobre Dios. The Quest for God: A Personal Pilgrimage[2] no es primordialmente una obra piadosa. Es una indagación, y no lograda, como soy el primero en admitir. La escribí para satisfacer lo que considero una necesidad común. Cuando la conversación se encauza hacia nuestras creencias auténticas, pregunto a la gente si cree en Dios y la respuesta suele ser sí. Pero si insisto y pregunto qué quieren decir con eso, no hay respuesta, o bien desechan la pregunta con una broma: “Aguas profundas Watson” o “Requiero esa pregunta por escrito”. La gente no quiere decir “no sé” o admitir que ha postergado la reflexión sobre lo que significa Dios o la aceptación de su existencia. Se niega a pensar en Dios, así como preferiría no pensar en la muerte, y menos en la propia. Y aunque trate de pensar en Dios, no sabe cómo hacerlo. Así que decidí escribir un libro, ordenando mis ideas sobre Dios, con la esperanza de que su lectura ayudara a otros a ordenar las suyas propias. Abarco la mayoría de los temas dificultosos, tales como: quién es Dios, por qué creó el universo, como lo administra –si lo administra– y por qué permite el florecimiento del mal. Hablo de los animales, su posible alma, la Tierra y su futuro, y la probabilidad de que haya vida en otros mundos y cómo esto afectaría a nuestra noción de Dios. Analizo las Cuatro Cosas Finales: la muerte, el juicio, el infierno y el cielo, y por último la plegaria, el tema más importante, ya que es nuestro modo de comunicarnos con este misterioso Ser.
Escribir el libro me resultó más difícil de lo que esperaba porque descubrí zonas de ignorancia y honduras de incertidumbre en mi interior. Creía tener la mayoría de las respuestas y resultó que tenía muy pocas, y tuve que pensarlo todo de nuevo y leer mucho. Pero me alegra haber hecho el esfuerzo porque ahora tengo las cosas mucho más claras. También soy más fuerte en mi fe y, sobre todo, me deleita saber que a través de las vicisitudes de seis décadas he logrado mantener casi intactas las creencias que me inculcaron mis padres. La fe en un Dios justo y todopoderoso es el mayor de los regalos. Aunque deseemos nacer apuestos, ricos, inteligentes o seductores, la fe es un legado más valioso que cualquiera de esos dones. Y cuando estoy en Londres durante el fin de semana, voy a la Misa de once de los frailes carmelitas de Kensington Church Street. Es una Misa cantada en latín, con una sencilla homilía, y toda la grey toma la comunión: el catolicismo en su mejor y más grata expresión. Después bebo café con mi vieja amiga y colega, la historiadora Antonia Fraser. Con frecuencia nos decimos: “Qué afortunados somos de ser católicos y tener acceso a esta singular nutrición espiritual”. Parece complacencia pero no es tal, sino simple gratitud. Nuestra fe es una armadura que, merezcámosla o no, es una poderosa protección contra las piedras y dardos del mundo. Dentro de ella nos sentimos seguros, confortables, privilegiados.
Me gustaría que todos los seres humanos tuvieran una prenda similar. No hago proselitismo, pero ruego por la conversión de los que amo y de todo el mundo. Y estoy dispuesto a enfrentarme en un debate justo con los paladines del otro bando. Si Richard Dawkins quiere discutir conmigo sobre la existencia de Dios, en el canal 4, en BBC 2, en Radio 3 o en cualquier otro foro público, estoy dispuesto. Son aguas profundas Watson –como decía Sherlock Holmes–, pero todos debemos zambullirnos en ellas tarde o temprano. Sospecho que, al aproximarse el milenio, el fermento religioso que ya ha comenzado se elevará. La mayoría de las evocaciones religiosas, como el Great Awakening de las colonias americanas del siglo XVIII surgen de las honduras de la sociedad. El cristianismo comenzó como una religión de los pobres, de las mujeres, de los desposeídos y de los descastados. Tal vez esto se repita, pero tengo la corazonada de que renacerá –al menos en este país– entre las clases altas, y entre los intelectuales y educados. A mi juicio, nos aguarda una época estimulante en los próximos años, en el alba de un siglo en el que quizá Dios recobre su terreno. La batalla será enconada y, si puedo, estaré en primera línea.
A mí también me gustará estar en primera línea.
Paul Johnson, 10 de febrero de 1996.
[1] Es copia de un artículo de Paul Johnson, periodista británico católico, del 10 de Febrero de 1996. El libro, “Al diablo con Picasso” Javier Vergara Editor, SA. Buenos Aires 1997, lo recoge junto con otros muchos.
[2] (En busca de Dios, Javier Vergara Editor, Buenos Aires 1996). Hoy me parece interesante publicar este artículo entero. Además me gustaría recomendar un libro de[1]Uno de los aspectos más fascinantes de la historia abarca menos las cosas que ocurren que las cosas que obstinadamente se niegan a ocurrir. Fuerzas aparentemente irresistibles se detienen. Tendencias poderosas se evaporan. Reliquias derruidas sobreviven. Los hombres de ayer siguen su camino. El gran no-acontecimiento del siglo XX fue la Muerte de Dios. Los intelectuales de fin de siglo no coincidían con Nietzsche en su afirmación de que Dios había muerto, pero confiaban en que hubiera muerto para el año 2000. Durante el siglo XIX suponían que la creencia en Dios desaparecería de Occidente y que sólo las sociedades retrógradas conservarían la superstición religiosa. Pero aquí estamos, al cabo de lo que presuntamente era el primer siglo del ateísmo, con Dios vivito y coleando y reinando en el corazón de miles de millones de personas en todo el mundo. En parte como consecuencia del crecimiento de la población, hoy hay más creyentes que en 1909. Sin duda también hay más agnósticos, pero no más ateos. La cantidad de gente que está dispuesta a declarar sin rodeos que no hay Dios ha declinado desde el auge del ateísmo organizado en la década de 1880. Es típico de la Universidad de Oxford, reducto de causas perdidas, que acabe de designar a Richard Dawkins como primer profesor de ateísmo.
En realidad, a fines del siglo XX, las perspectivas para Dios son excelentes. Podría terminar por ser su siglo. En el siglo XIX adorábamos el Progreso. Era real, visible, rápido y benéfico. Pero se detuvo bruscamente en la catástrofe de la Primera Guerra Mundial. La raza humana entendió que el Progreso la había abandonado. Se volcó en la Ideología: comunismo, fascismo, freudismo y sistemas de creencias aún más oscuros. El siglo XX fue la Era de la Ideología, tal como el siglo XIX fue la Era del Progreso. Pero la Ideología también defraudó a sus simpatizantes y se derrumbó a comienzos de los 90. Una cosa que la Historia enseña acerca de los seres humanos es que no les agrada no creer en nada. Un vacío de creencias es aborrecible. Es posible que Dios, que debió de luchar para sobrevivir en el siglo XX, llene el vacío en el XXI y así se convierta en el heredero residual de esos titanes muertos, el Progreso y la Ideología.
He pensado en esta perspectiva porque estoy a punto de publicar un pequeño volumen sobre Dios. The Quest for God: A Personal Pilgrimage[2] no es primordialmente una obra piadosa. Es una indagación, y no lograda, como soy el primero en admitir. La escribí para satisfacer lo que considero una necesidad común. Cuando la conversación se encauza hacia nuestras creencias auténticas, pregunto a la gente si cree en Dios y la respuesta suele ser sí. Pero si insisto y pregunto qué quieren decir con eso, no hay respuesta, o bien desechan la pregunta con una broma: “Aguas profundas Watson” o “Requiero esa pregunta por escrito”. La gente no quiere decir “no sé” o admitir que ha postergado la reflexión sobre lo que significa Dios o la aceptación de su existencia. Se niega a pensar en Dios, así como preferiría no pensar en la muerte, y menos en la propia. Y aunque trate de pensar en Dios, no sabe cómo hacerlo. Así que decidí escribir un libro, ordenando mis ideas sobre Dios, con la esperanza de que su lectura ayudara a otros a ordenar las suyas propias. Abarco la mayoría de los temas dificultosos, tales como: quién es Dios, por qué creó el universo, como lo administra –si lo administra– y por qué permite el florecimiento del mal. Hablo de los animales, su posible alma, la Tierra y su futuro, y la probabilidad de que haya vida en otros mundos y cómo esto afectaría a nuestra noción de Dios. Analizo las Cuatro Cosas Finales: la muerte, el juicio, el infierno y el cielo, y por último la plegaria, el tema más importante, ya que es nuestro modo de comunicarnos con este misterioso Ser.
Escribir el libro me resultó más difícil de lo que esperaba porque descubrí zonas de ignorancia y honduras de incertidumbre en mi interior. Creía tener la mayoría de las respuestas y resultó que tenía muy pocas, y tuve que pensarlo todo de nuevo y leer mucho. Pero me alegra haber hecho el esfuerzo porque ahora tengo las cosas mucho más claras. También soy más fuerte en mi fe y, sobre todo, me deleita saber que a través de las vicisitudes de seis décadas he logrado mantener casi intactas las creencias que me inculcaron mis padres. La fe en un Dios justo y todopoderoso es el mayor de los regalos. Aunque deseemos nacer apuestos, ricos, inteligentes o seductores, la fe es un legado más valioso que cualquiera de esos dones. Y cuando estoy en Londres durante el fin de semana, voy a la Misa de once de los frailes carmelitas de Kensington Church Street. Es una Misa cantada en latín, con una sencilla homilía, y toda la grey toma la comunión: el catolicismo en su mejor y más grata expresión. Después bebo café con mi vieja amiga y colega, la historiadora Antonia Fraser. Con frecuencia nos decimos: “Qué afortunados somos de ser católicos y tener acceso a esta singular nutrición espiritual”. Parece complacencia pero no es tal, sino simple gratitud. Nuestra fe es una armadura que, merezcámosla o no, es una poderosa protección contra las piedras y dardos del mundo. Dentro de ella nos sentimos seguros, confortables, privilegiados.
Me gustaría que todos los seres humanos tuvieran una prenda similar. No hago proselitismo, pero ruego por la conversión de los que amo y de todo el mundo. Y estoy dispuesto a enfrentarme en un debate justo con los paladines del otro bando. Si Richard Dawkins quiere discutir conmigo sobre la existencia de Dios, en el canal 4, en BBC 2, en Radio 3 o en cualquier otro foro público, estoy dispuesto. Son aguas profundas Watson –como decía Sherlock Holmes–, pero todos debemos zambullirnos en ellas tarde o temprano. Sospecho que, al aproximarse el milenio, el fermento religioso que ya ha comenzado se elevará. La mayoría de las evocaciones religiosas, como el Great Awakening de las colonias americanas del siglo XVIII surgen de las honduras de la sociedad. El cristianismo comenzó como una religión de los pobres, de las mujeres, de los desposeídos y de los descastados. Tal vez esto se repita, pero tengo la corazonada de que renacerá –al menos en este país– entre las clases altas, y entre los intelectuales y educados. A mi juicio, nos aguarda una época estimulante en los próximos años, en el alba de un siglo en el que quizá Dios recobre su terreno. La batalla será enconada y, si puedo, estaré en primera línea.
Paul Johnson, 10 de febrero de 1996.
[1] Es copia de un artículo de Paul Johnson, periodista británico católico, del 10 de Febrero de 1996. El libro, “Al diablo con Picasso” Javier Vergara Editor, SA. Buenos Aires 1997, lo recoge junto con otros muchos.
[2] (En busca de Dios, Javier Vergara Editor, Buenos Aires 1996).
Uno de los aspectos más fascinantes de la historia abarca menos las cosas que ocurren que las cosas que obstinadamente se niegan a ocurrir. Fuerzas aparentemente irresistibles se detienen. Tendencias poderosas se evaporan. Reliquias derruidas sobreviven. Los hombres de ayer siguen su camino. El gran no-acontecimiento del siglo XX fue la Muerte de Dios. Los intelectuales de fin de siglo no coincidían con Nietzsche en su afirmación de que Dios había muerto, pero confiaban en que hubiera muerto para el año 2000. Durante el siglo XIX suponían que la creencia en Dios desaparecería de Occidente y que sólo las sociedades retrógradas conservarían la superstición religiosa. Pero aquí estamos, al cabo de lo que presuntamente era el primer siglo del ateísmo, con Dios vivito y coleando y reinando en el corazón de miles de millones de personas en todo el mundo. En parte como consecuencia del crecimiento de la población, hoy hay más creyentes que en 1909. Sin duda también hay más agnósticos, pero no más ateos. La cantidad de gente que está dispuesta a declarar sin rodeos que no hay Dios ha declinado desde el auge del ateísmo organizado en la década de 1880. Es típico de la Universidad de Oxford, reducto de causas perdidas, que acabe de designar a Richard Dawkins como primer profesor de ateísmo.
En realidad, a fines del siglo XX, las perspectivas para Dios son excelentes. Podría terminar por ser su siglo. En el siglo XIX adorábamos el Progreso. Era real, visible, rápido y benéfico. Pero se detuvo bruscamente en la catástrofe de la Primera Guerra Mundial. La raza humana entendió que el Progreso la había abandonado. Se volcó en la Ideología: comunismo, fascismo, freudismo y sistemas de creencias aún más oscuros. El siglo XX fue la Era de la Ideología, tal como el siglo XIX fue la Era del Progreso. Pero la Ideología también defraudó a sus simpatizantes y se derrumbó a comienzos de los 90. Una cosa que la Historia enseña acerca de los seres humanos es que no les agrada no creer en nada. Un vacío de creencias es aborrecible. Es posible que Dios, que debió de luchar para sobrevivir en el siglo XX, llene el vacío en el XXI y así se convierta en el heredero residual de esos titanes muertos, el Progreso y la Ideología.
He pensado en esta perspectiva porque estoy a punto de publicar un pequeño volumen sobre Dios. The Quest for God: A Personal Pilgrimage[2] no es primordialmente una obra piadosa. Es una indagación, y no lograda, como soy el primero en admitir. La escribí para satisfacer lo que considero una necesidad común. Cuando la conversación se encauza hacia nuestras creencias auténticas, pregunto a la gente si cree en Dios y la respuesta suele ser sí. Pero si insisto y pregunto qué quieren decir con eso, no hay respuesta, o bien desechan la pregunta con una broma: “Aguas profundas Watson” o “Requiero esa pregunta por escrito”. La gente no quiere decir “no sé” o admitir que ha postergado la reflexión sobre lo que significa Dios o la aceptación de su existencia. Se niega a pensar en Dios, así como preferiría no pensar en la muerte, y menos en la propia. Y aunque trate de pensar en Dios, no sabe cómo hacerlo. Así que decidí escribir un libro, ordenando mis ideas sobre Dios, con la esperanza de que su lectura ayudara a otros a ordenar las suyas propias. Abarco la mayoría de los temas dificultosos, tales como: quién es Dios, por qué creó el universo, como lo administra –si lo administra– y por qué permite el florecimiento del mal. Hablo de los animales, su posible alma, la Tierra y su futuro, y la probabilidad de que haya vida en otros mundos y cómo esto afectaría a nuestra noción de Dios. Analizo las Cuatro Cosas Finales: la muerte, el juicio, el infierno y el cielo, y por último la plegaria, el tema más importante, ya que es nuestro modo de comunicarnos con este misterioso Ser.
Escribir el libro me resultó más difícil de lo que esperaba porque descubrí zonas de ignorancia y honduras de incertidumbre en mi interior. Creía tener la mayoría de las respuestas y resultó que tenía muy pocas, y tuve que pensarlo todo de nuevo y leer mucho. Pero me alegra haber hecho el esfuerzo porque ahora tengo las cosas mucho más claras. También soy más fuerte en mi fe y, sobre todo, me deleita saber que a través de las vicisitudes de seis décadas he logrado mantener casi intactas las creencias que me inculcaron mis padres. La fe en un Dios justo y todopoderoso es el mayor de los regalos. Aunque deseemos nacer apuestos, ricos, inteligentes o seductores, la fe es un legado más valioso que cualquiera de esos dones. Y cuando estoy en Londres durante el fin de semana, voy a la Misa de once de los frailes carmelitas de Kensington Church Street. Es una Misa cantada en latín, con una sencilla homilía, y toda la grey toma la comunión: el catolicismo en su mejor y más grata expresión. Después bebo café con mi vieja amiga y colega, la historiadora Antonia Fraser. Con frecuencia nos decimos: “Qué afortunados somos de ser católicos y tener acceso a esta singular nutrición espiritual”. Parece complacencia pero no es tal, sino simple gratitud. Nuestra fe es una armadura que, merezcámosla o no, es una poderosa protección contra las piedras y dardos del mundo. Dentro de ella nos sentimos seguros, confortables, privilegiados.
Me gustaría que todos los seres humanos tuvieran una prenda similar. No hago proselitismo, pero ruego por la conversión de los que amo y de todo el mundo. Y estoy dispuesto a enfrentarme en un debate justo con los paladines del otro bando. Si Richard Dawkins quiere discutir conmigo sobre la existencia de Dios, en el canal 4, en BBC 2, en Radio 3 o en cualquier otro foro público, estoy dispuesto. Son aguas profundas Watson –como decía Sherlock Holmes–, pero todos debemos zambullirnos en ellas tarde o temprano. Sospecho que, al aproximarse el milenio, el fermento religioso que ya ha comenzado se elevará. La mayoría de las evocaciones religiosas, como el Great Awakening de las colonias americanas del siglo XVIII surgen de las honduras de la sociedad. El cristianismo comenzó como una religión de los pobres, de las mujeres, de los desposeídos y de los descastados. Tal vez esto se repita, pero tengo la corazonada de que renacerá –al menos en este país– entre las clases altas, y entre los intelectuales y educados. A mi juicio, nos aguarda una época estimulante en los próximos años, en el alba de un siglo en el que quizá Dios recobre su terreno. La batalla será enconada y, si puedo, estaré en primera línea.
Paul Johnson, 10 de febrero de 1996.
[1] Es copia de un artículo de Paul Johnson, periodista británico católico, del 10 de Febrero de 1996. El libro, “Al diablo con Picasso” Javier Vergara Editor, SA. Buenos Aires 1997, lo recoge junto con otros muchos.
[2] (En busca de Dios, Javier Vergara Editor, Buenos Aires 1996).
12 de noviembre de 2008
Respuesta a dos entradas de Paco Cuéllar
Paco Cuellar ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Visión cristiana de la evolución": Señor Alfaro:Navegando por el Google me he topado con su interesante blog; al que me he puesto a leer empezando por sus primeros artículos para no tocar temas que de los que haya escrito anteriormente. Me refiero a “Visión cristiana de la evolución”. Y entro en el tema.Yo tampoco tenía claro lo del “azar” por eso era más lamarquista que darwinista (he de confesarle que a la hora de pensar en alguien que “dirija” la evolución, me parecía más razonable que esa dirección la tomasen los propios seres vivos, que un ser sobrenatural que lo mismo podría ser Dios, que Zeus, que Odín). Pero ahora tengo mucho más claro lo del “azar”.En su escrito dice que la Teoría Sintética afirma categóricamente que los únicos motores de la evolución son la adaptación al medio y el azar”. Yo más que hablar de “azar” hablaría de “diversidad”; en la que no cabe duda que azar juega un papel muy importante, pero no exclusivo. Normalmente, esa diversidad, las distintas especies, la obtienen de la “mezcla” de los genes de sus progenitores. Por ejemplo:Todas las mujeres son diferentes, y entre sus diferencias están mayor o menor facilidad en parir. Hay algunas que mueren de parto y otras que paren como extraordinaria facilidad (se les caen los niños de camino al hospital). Esta característica, como todas, se heredan de madres a hijas. Sin embargo, las mujeres de parto difícil tienen más dificultades en tener hijos (muchas mueren en el primer parto) que las de parto fácil, que pueden y de hecho tienen muchos más hijos que las anteriores. Esto hace que las mujeres de parto difícil vayan desapareciendo y las de parto fácil vayan siendo mayoritarias en la población. En definitiva este mecanismo demuestra que la especie humana evoluciona lentamente a tener partos tan fáciles como el resto de los mamíferos.Claro, todo esto siempre que el hombre no intervenga dificultando esta selección natural ayudando a parir a las mujeres con dificultades, mediante la cesárea (que no estoy en contra ni mucho menos, solo digo que la intervención humana en cualquier ámbito, no solo el humano, trastorna la evolución de los seres vivos: los animales evolucionan hacia la desconfianza y la vida nocturna por culpa de la caza, otros animales evolucionan hacia el “sedentarismo” por culpa de los zoológicos, etc).Respecto al azar, yo entiendo dos tipos: el que afecta a los genes y el que afecta el medio. Un ejemplo del segundo caso sería, la “mala suerte” que tuvo este planeta cuando hace 60 millones de años, cayó un meteorito que extinguió a los dinosaurios permitiendo la evolución de los mamíferos y con ellos al hombre. Si ese meteorito no llega a caer, los dinosaurios aún dominaría en planeta y quizás hubiesen evolucionado hasta llegar a un dinosaurio inteligente con sentimientos religiosos y convencido de haber sido creado por Dios a su imagen y semejanza.El azar que afecta a las mutaciones. Las mutaciones genéticas existen: las vemos en la formación de células cancerígenas, la acondroplasia, los distintos tipos de trisomías, monomías, etc. Este tipo de mutaciones las podemos considerar negativas.También existen mutaciones positivas. Si hay hombres blancos y hombres negros, es evidente que es debido a una diferencia genética que afecta, al color de la piel haciéndolas más aptas a zonas de diferente radicación solar. Si no se cree en la evolución, esto supone que se ha creado, al menos dos “Adan” y dos “Evas” de distinto color y si admitimos que existe evolución, una raza a evolucionado de la otra. Y dependiendo de cual raza consideramos que ha evolucionado de la otra, ¿podríamos decir que la evolución tiene como fin la aparición del hombre blanco o negro?.A tenor de lo anteriormente expuesto, yo no tengo ni idea del porcentaje de mutaciones positivas y mutaciones negativas hay respecto a un total; pero si hay un Dios que dirige la evolución, parece difícil de explicar como en ocasiones dirige las mutaciones de forma positiva para crear distintas razas y en otras ocasiones mutaciones negativas para. Por ejemplo, tener niños con Síndrome de Dawn.Por otra parte, también sorprende que si hay un ser inteligente que dirige la evolución, produzca órganos en los seres vivos que, aunque funcionen, no parecen la mejor solución de las posibles. Por ejemplo:¿Que sentido tiene que los machos de los mamíferos, entre ellos el hombre, tenga pezones o tetillas, si nunca va a dar de mamar?. Esto tiene explicación desde una evolución aleatoria, no desde una evolución dirigida.¿Que sentido tiene cruzar, a nivel de la garganta, el conducto que conduce aire de la nariz a los pulmones con el conducto que conduce alimentos sólidos y líquidos de la boca al estómago?. Esto, lo único que produce es que pueda entrar gases en el estómago o lo que es peor, líquidos y sólidos en los pulmones?.Si evacuamos sólidos, líquidos y espermatozoides. ¿No sería más lógico evacuar sólidos y líquidos por el ano y dejar el pene para evacuar espermatozoides exclusivamente y así evitar que estos vallan “manchados” de orina?.¿Que sentido tiene ponerle alas a un ave como el avestruz, para que luego no vuele? Y ¿que sentido tiene crear un ave como un pingüino para que viva bajo el agua?; es como crear algo tan absurdo como un avión submarino.Le podría poner miles de ejemplos que aunque funcionen y sean una maravilla, solo tienen lógica porque han surgido del azar y se han adaptado al medio donde viven.Como me he extendido mucho, del alma le preguntaré en otro escrito.
Paco Cuellar ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Visión cristiana de la evolución": Sr Alfaro, continúo con el asunto del alma.En su escrito dice que “La ciencia sólo puede hablar con autoridad de lo que se puede tocar, pesar o medir y, por lo tanto, el alma cae totalmente fuera de su esfera de conocimiento”.Como sabrá la palabra “alma” es de origen latino, viene de “anima” y se definía como aquello que hace a los seres vivos, seres “animados”, dotados de ánima o dotados de alma. El mismo origen tiene la palabra “animal”; por lo tanto, se les consideraba dotados de alma al igual que a los humanos.Desde este punto de vista, aunque la ciencia no la puede tocar, pesar o medir, si que puede tener constancia de su existencia a través de los siguientes requisitos:- El alma el algo que tienen los seres vivos- El alma es algo de lo que carecen los seres muertosLuego se puede definir al alma como: La diferencia que hay entre un ser vivo un segundo antes de morir y ese mismo ser vivo un segundo después de morir.Al caer el alma en manos de los cristianos, se la negaron a los animales y la reconocieron como “hecha a imagen y semejanza de Dios” (Dios hizo al hombre con un alma a su imagen y semejanza y con un cuerpo a imagen y semejanza al de los chimpancés).¿Podría la ciencia constatar la existencia de este “alma cristiana”, sin tener que tocar, pesar o medir, como ha hecho con el “alma greco-latina”?. Pues planteemos unos requisitos como lo hemos hecho anteriormente:- El alma es algo que tiene el hombre como Stalin o Hitler,- El alma es algo que tiene el hombre como Gandi o Luther King- El alma es algo de lo que carecen los animales- El alma es algo hecho a imagen y semejanza de Dios.Si analizamos detenidamente esto, llegamos a la conclusión de que el alma cristiana no existe, porque sería imposible que cumpla las cuatro condiciones anteriores.Por todo ello se puede considerar la invención del alma como un pretexto, vacío de contenido, para considerar a los humanos “seres especiales”, “seres elegidos”.
Le contesto:
Estimado Paco:
Interesante y profunda entrada a la que paso a contestar. No se trata de polemizar, sino de dialogar:
1º Sobre la evolución. Me alegro que al leer mi artículo te haya quedado más claro lo del azar y hayas dejado aparte lo del lamarckismo. Al redescubrirse Mendel hacia el 1900, el lamarckismo dejó de considerarse válido porque no hay ningún mecanismo que pueda hacer que un carácter adquirido y no heredado por un individuo, de la forma que fuese, se transmita a la descendencia. Son las mutaciones “al azar” las que hacen que los caracteres físicos cambien. Como bien explicas con el parto, aquellos cambios que, aparecidos por “azar” hacen el parto más fácil, dan una ventaja a la hembra que los tiene y se transmiten más a la descendencia. De esta forma, la especie va evolucionando, como dice la teoría sintética y tú explicas bien, mediante el azar en las mutaciones y la adaptación al medio de las características resultantes de esas mutaciones. Es cierto que el lamarckismo puede sonar más razonable, pero parece que es falso.
Te preguntas si Dios (o Zeus, u Odín, me da lo mismo el nombre que le demos) dirige las mutaciones. Mi opinión, que es indemostrable, tanto para afirmarla como para negarla, es que Dios no interviene “nunca” ni en las mutaciones buenas ni en las malas. Ahora puedo explicar por qué la palabra “azar” y “nunca” las pongo entre comillas. El 99,99% (pongo ese porcentaje a título de ejemplo, significa la inmensa mayoría) de las mutaciones se producen, al azar. Dios sólo interviene en algunas mutaciones, poquísimas en número, que van conduciendo a las especies vivas hacia el cuerpo físico del ser humano. Si tienes la paciencia de seguir hasta el final con la lectura de la serie Dios y la ciencia verás cómo esto lleva a un ser como el Homo Sapiens que es un animal que, antes de tener la inteligencia, es absolutamente inviable. Un cerebro desproporcionado, pero necesario para recibir 300.000 años más tarde la inteligencia, y una glotis muy rara, que produce, como tú dices, atragantamientos, pero que es necesaria para el habla, es decir para comunicar ideas inteligentes. Pero en los 300.000 años de existencia del animal homo sapiens hasta que recibe la inteligencia, esas características eran antievolutivas. Los animales que las tuviesen, se hubiesen extinguido. ¿Por qué el homo sapiens sin inteligencia no se extinguió? Tú mismo das la clave, porque hay un “azar” en el medio externo, la suerte, que también “siempre”, Dios deja que actúe aleatoriamente. Pero para el homo sapiens interviene muy excepcionalmente en este azar del medio externo para que no se extinga hasta que tenga inteligencia. Digamos que el homo sapiens sin inteligencia es un animal tan cuidado por Dios para que no se extinga, como un caballo de carreras está cuidado por su criador para que sobreviva. Si no fuese así, dejado en el monte, la raza de los caballos de carreras se extinguiría inmediatamente. Esta creencia mía no es gratuita. Si uno ve una manada de caballos de carreras por el monte, puede deducir que tiene que haber alguien que cuide de ellos. Lo mismo si la ciencia nos dice que han existido durante 300.000 años homo sapiens sin inteligencia, tienen que tener un criador. Repito que todo esto lo verás explicado en la serie Dios y la Ciencia. Por eso, los órganos que no son necesarios para la supervivencia pero que tampoco son letales, van desapareciendo como los ojos de los topos y otros ejemplos que pones. Esta puerta abierta a la intervención excepcional de Dios para dirigir alguna mutación no es, como he dicho anteriormente demostrable. Pero es inmensamente más plausible para explicar la existencia del ser humano. Por otro lado, Darwin, admite que aunque la mayoría de las mutaciones se producen al azar, esta regla no tiene por qué ser así siempre. Los darvinistas posteriores han resultado ser más darvinistas que Darwin.
Pero Dios sólo actúa por excepción. No “ordena” cada mutación y, por lo tanto hay mutaciones buenas y malas, como tú bien dices, pero no ordenadas por Dios, ni una sin otras. Señalas. Y es una de las cuestiones más graves que se ha planteado nunca la humanidad el problema del mal y del sufrimiento. ¿Por qué un Dios al que los cristianos tenemos por bueno, permite (que no ordena) el dolor y el mal? Es un problema espinosísimo que requeriría muchas páginas sólo para dar algún apunte. Te sugiero la lectura de una entrada mía reciente que se titula ¿Dónde estaba Dios en Auschwitz?
2º Sobre el alma. Vamos a los griegos. Efectivamente, los griegos (Aristóteles, en concreto) atribuían alma a los animales, pero era un alma mortal. Sin embargo, el mismo Aristóteles, con razonamientos que no vienen al caso pero, evidentemente, muy aristotélicos y que parten de la constatación de la naturaleza racional única en el ser humano, distinguía entre el alma mortal de los animales y el alma de los hombres. Aún más, para Aristóteles había otro tipo de alma, la de las plantas. Distinguía, por tanto tres almas diferentes, vegetativa, sensible y racional. Como tú bien dices, para los griegos, el alma explicaba la vida, paro cada una un tipo de vida. Para ellos el alma humana era distinta e inmortal, si no de forma individual, sí de forma colectiva, porque era necesaria para explicar la racionalidad y el ansia de eternidad que nos habita. Y santo Tomás, que adopta a Aristóteles y lo amplia, no niega el alma mortal –vegetativa o sensible– y, por supuesto, acepta el alma inmortal racional humana, con una inmortalidad personal. Se basa para ello, precisamente, en el hilemorfismo de Aristóteles según el cual el alma es la forma y el cuerpo la materia. La gran aportación de santo Tomás es la fundación de la teología natural que engloba y expande sin contradecirla la filosofía de Aristóteles, cosa que no pudo hacer el Islam en donde ese proceso de integración terminó con el exilio y ostracismo de Averroes.
Pero la ciencia ha llegado a ver que para explicar la vida, no es necesario recurrir otra cosa que la química. En la serie de Dios y la ciencia hablo de la aparición de la vida. Es química compleja. Tan compleja que es muy difícil (prácticamente imposible, según parece) que haya surgido por puro azar. Una vez más parece necesario un azar “ayudado” para que la química se organice en vida. Pero no es necesaria un alma vegetativa ni sensible. Por eso, hoy día se desecha el alma de plantas y animales, no por el cristianismo, sino por razones científicas.
Sin embargo, la ciencia no puede explicar por emanación de la materia ni la inteligencia ni el ansia de subsistencia. La inteligencia es un chispazo brusco que no aparece por un lento proceso evolutivo, sino altamente disruptivo. Cuando se le quiere dar una explicación a esto, ésta suele ser pueril. Cito el texto de una de estas explicaciones. Es de Ian Tattersall, director del departamento de antropología del Museo Americano de Historia Natural. Dice así:
[...] resulta asimismo cierto que H. Sapiens constituye el protagonista de algo insólito. [...] debemos considerar la aparición de algo totalmente inesperado [el pensamiento simbólico] gracias a una casual coincidencia. Pero podemos afirmar que nuestro linaje pasó a disfrutar de un pensamiento simbólico desde un estado precedente no simbólico. La única explicación verosímil es que, con la llegada del H. Sapiens anatómicamente moderno, las exaptaciones previas se combinaron por azar con pequeños cambios genéticos, creando un potencial sin precedentes. No podemos dar por completo este relato pues los humanos anatómicamente modernos siguieron siendo arcaicos [sin pensamiento simbólico] durante mucho tiempo antes de adquirir un comportamiento moderno. [...] No podemos afirmar con seguridad en que consistió la innovación de marras.
No suena muy convincente para explicar algo tan insólito, totalmente inesperado y con un potencial sin precedentes, como el fenómeno de la inteligencia, ¿no? Decir que fue por una casual coincidencia, aparte de caer en una redundancia, es como decir que si nos encontramos una casa en medio del desierto, se ha hecho porque un avión cargado de ladrillos dejó caer su carga sobre el desierto y por una casual coincidencia, cayeron formando una casa. Suena un poco a coña. Mucho menos puede la ciencia decir de dónde nos viene ese ansia de permanencia que alienta en los seres humanos. También cito un interesante argumento de C. S. Lewis al respecto:
“Y ahora, otra cosa sobre los deseos. Un deseo puede llevar a falsas creencias, te lo concedo... Pero ¿qué sugiere la existencia del deseo? Una vez me impresionó una frase de Arnold: “Tener hambre no prueba que tengamos pan”. Pero lo que es seguro, aunque no prueba que un hombre concreto no tenga “comida”, sí prueba que existe la comida. P. ej. si fuéramos una especie que no comiera normalmente, que no estuviera diseñada para comer, ¿sentiríamos hambre? Dices que el mundo del materialismo es “feo”. Me pregunto cómo has descubierto eso. Si tú realmente eres fruto de un mundo materialista, ¿cómo es que no te encuentras a gusto en él? ¿Se quejan los peces del mar por estar mojados? Y si lo hicieren, ¿no sugeriría fuertemente este mismo hecho que no hubieran sido siempre criaturas acuáticas? Date cuenta de cómo continuamente nos sorprendemos del paso del Tiempo. (“¡Cómo vuela el tiempo! ¡Parece mentira que fulanito ya sea tan mayor y se case! ¡Casi no puedo creerlo!”). En nombre del cielo, ¿por qué? A menos que, en realidad, haya algo en nosotros que no sea temporal...”.
No comparto tu argumento de la imposibilidad de que el alma cumpla con las que llamas cuatro condiciones. El alma es algo que tienen Hitler, Stalin, Gandhi y Luther King y tú y yo. El alma intelectiva es algo de lo que obviamente, carecen los animales, pues no tienen inteligencia y no veo por qué Dios no puede hacer, si existe, un alma a su imagen y semejanza. Esa alma a imagen y semejanza de Dios tiene, precisamente por eso, libertad y puede, por tanto, usar esa libertad mal, como Stalin y Hitler, bien como Gandhi y Luther King y regular, como yo. A ti te dejo que te catalogues donde quieras. Que exista o no Dios es otra cuestión distinta a la del alma. A ella intento responder en mi serie Dios y la ciencia. Como digo en ella, no pretendo demostrar nada en esa serie, pero sí argumentar por qué me parece inmensamente más probable, a la vista de lo que la ciencia nos dice sobre el universo y el mundo, que Dios exista que que no.
Por esto, tu frase final; “Por todo ello se puede considerar la invención del alma como un pretexto, vacío de contenido, para considerar a los humanos “seres especiales”, “seres elegidos””, me parece que llega a conclusiones dudosas sobre premisas insuficientes. Porque, además, sí que somos unos seres especiales. ¿O hay en la tierra algún otro ser que pueda tener un cambio de impresiones como éste? ¿O que pueda anhelar un mundo más justo o más bello? Sólo nosotros. No sé si somos elegidos pero, desde luego que somos especiales y esa “especialidad” requiere una explicación que ninguna interpretación simplista de la ciencia puede dar.
Vuelvo a darte las gracias por el esfuerzo de lectura de mi blog que has iniciado y que espero tengas la paciencia de llevar a término. También por tus interesantes y agudos comentarios que han dado pie a este interesante cambio de impresiones. Te sugiero, no obstante, que alteres el orden de lectura y leas del tirón la serie Dios y la ciencia.
Siempre a tu disposición para continuar con este cambio de impresiones.
Un muy cordial saludo.
Tomás Alfaro Drake.
Paco Cuellar ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Visión cristiana de la evolución": Sr Alfaro, continúo con el asunto del alma.En su escrito dice que “La ciencia sólo puede hablar con autoridad de lo que se puede tocar, pesar o medir y, por lo tanto, el alma cae totalmente fuera de su esfera de conocimiento”.Como sabrá la palabra “alma” es de origen latino, viene de “anima” y se definía como aquello que hace a los seres vivos, seres “animados”, dotados de ánima o dotados de alma. El mismo origen tiene la palabra “animal”; por lo tanto, se les consideraba dotados de alma al igual que a los humanos.Desde este punto de vista, aunque la ciencia no la puede tocar, pesar o medir, si que puede tener constancia de su existencia a través de los siguientes requisitos:- El alma el algo que tienen los seres vivos- El alma es algo de lo que carecen los seres muertosLuego se puede definir al alma como: La diferencia que hay entre un ser vivo un segundo antes de morir y ese mismo ser vivo un segundo después de morir.Al caer el alma en manos de los cristianos, se la negaron a los animales y la reconocieron como “hecha a imagen y semejanza de Dios” (Dios hizo al hombre con un alma a su imagen y semejanza y con un cuerpo a imagen y semejanza al de los chimpancés).¿Podría la ciencia constatar la existencia de este “alma cristiana”, sin tener que tocar, pesar o medir, como ha hecho con el “alma greco-latina”?. Pues planteemos unos requisitos como lo hemos hecho anteriormente:- El alma es algo que tiene el hombre como Stalin o Hitler,- El alma es algo que tiene el hombre como Gandi o Luther King- El alma es algo de lo que carecen los animales- El alma es algo hecho a imagen y semejanza de Dios.Si analizamos detenidamente esto, llegamos a la conclusión de que el alma cristiana no existe, porque sería imposible que cumpla las cuatro condiciones anteriores.Por todo ello se puede considerar la invención del alma como un pretexto, vacío de contenido, para considerar a los humanos “seres especiales”, “seres elegidos”.
Le contesto:
Estimado Paco:
Interesante y profunda entrada a la que paso a contestar. No se trata de polemizar, sino de dialogar:
1º Sobre la evolución. Me alegro que al leer mi artículo te haya quedado más claro lo del azar y hayas dejado aparte lo del lamarckismo. Al redescubrirse Mendel hacia el 1900, el lamarckismo dejó de considerarse válido porque no hay ningún mecanismo que pueda hacer que un carácter adquirido y no heredado por un individuo, de la forma que fuese, se transmita a la descendencia. Son las mutaciones “al azar” las que hacen que los caracteres físicos cambien. Como bien explicas con el parto, aquellos cambios que, aparecidos por “azar” hacen el parto más fácil, dan una ventaja a la hembra que los tiene y se transmiten más a la descendencia. De esta forma, la especie va evolucionando, como dice la teoría sintética y tú explicas bien, mediante el azar en las mutaciones y la adaptación al medio de las características resultantes de esas mutaciones. Es cierto que el lamarckismo puede sonar más razonable, pero parece que es falso.
Te preguntas si Dios (o Zeus, u Odín, me da lo mismo el nombre que le demos) dirige las mutaciones. Mi opinión, que es indemostrable, tanto para afirmarla como para negarla, es que Dios no interviene “nunca” ni en las mutaciones buenas ni en las malas. Ahora puedo explicar por qué la palabra “azar” y “nunca” las pongo entre comillas. El 99,99% (pongo ese porcentaje a título de ejemplo, significa la inmensa mayoría) de las mutaciones se producen, al azar. Dios sólo interviene en algunas mutaciones, poquísimas en número, que van conduciendo a las especies vivas hacia el cuerpo físico del ser humano. Si tienes la paciencia de seguir hasta el final con la lectura de la serie Dios y la ciencia verás cómo esto lleva a un ser como el Homo Sapiens que es un animal que, antes de tener la inteligencia, es absolutamente inviable. Un cerebro desproporcionado, pero necesario para recibir 300.000 años más tarde la inteligencia, y una glotis muy rara, que produce, como tú dices, atragantamientos, pero que es necesaria para el habla, es decir para comunicar ideas inteligentes. Pero en los 300.000 años de existencia del animal homo sapiens hasta que recibe la inteligencia, esas características eran antievolutivas. Los animales que las tuviesen, se hubiesen extinguido. ¿Por qué el homo sapiens sin inteligencia no se extinguió? Tú mismo das la clave, porque hay un “azar” en el medio externo, la suerte, que también “siempre”, Dios deja que actúe aleatoriamente. Pero para el homo sapiens interviene muy excepcionalmente en este azar del medio externo para que no se extinga hasta que tenga inteligencia. Digamos que el homo sapiens sin inteligencia es un animal tan cuidado por Dios para que no se extinga, como un caballo de carreras está cuidado por su criador para que sobreviva. Si no fuese así, dejado en el monte, la raza de los caballos de carreras se extinguiría inmediatamente. Esta creencia mía no es gratuita. Si uno ve una manada de caballos de carreras por el monte, puede deducir que tiene que haber alguien que cuide de ellos. Lo mismo si la ciencia nos dice que han existido durante 300.000 años homo sapiens sin inteligencia, tienen que tener un criador. Repito que todo esto lo verás explicado en la serie Dios y la Ciencia. Por eso, los órganos que no son necesarios para la supervivencia pero que tampoco son letales, van desapareciendo como los ojos de los topos y otros ejemplos que pones. Esta puerta abierta a la intervención excepcional de Dios para dirigir alguna mutación no es, como he dicho anteriormente demostrable. Pero es inmensamente más plausible para explicar la existencia del ser humano. Por otro lado, Darwin, admite que aunque la mayoría de las mutaciones se producen al azar, esta regla no tiene por qué ser así siempre. Los darvinistas posteriores han resultado ser más darvinistas que Darwin.
Pero Dios sólo actúa por excepción. No “ordena” cada mutación y, por lo tanto hay mutaciones buenas y malas, como tú bien dices, pero no ordenadas por Dios, ni una sin otras. Señalas. Y es una de las cuestiones más graves que se ha planteado nunca la humanidad el problema del mal y del sufrimiento. ¿Por qué un Dios al que los cristianos tenemos por bueno, permite (que no ordena) el dolor y el mal? Es un problema espinosísimo que requeriría muchas páginas sólo para dar algún apunte. Te sugiero la lectura de una entrada mía reciente que se titula ¿Dónde estaba Dios en Auschwitz?
2º Sobre el alma. Vamos a los griegos. Efectivamente, los griegos (Aristóteles, en concreto) atribuían alma a los animales, pero era un alma mortal. Sin embargo, el mismo Aristóteles, con razonamientos que no vienen al caso pero, evidentemente, muy aristotélicos y que parten de la constatación de la naturaleza racional única en el ser humano, distinguía entre el alma mortal de los animales y el alma de los hombres. Aún más, para Aristóteles había otro tipo de alma, la de las plantas. Distinguía, por tanto tres almas diferentes, vegetativa, sensible y racional. Como tú bien dices, para los griegos, el alma explicaba la vida, paro cada una un tipo de vida. Para ellos el alma humana era distinta e inmortal, si no de forma individual, sí de forma colectiva, porque era necesaria para explicar la racionalidad y el ansia de eternidad que nos habita. Y santo Tomás, que adopta a Aristóteles y lo amplia, no niega el alma mortal –vegetativa o sensible– y, por supuesto, acepta el alma inmortal racional humana, con una inmortalidad personal. Se basa para ello, precisamente, en el hilemorfismo de Aristóteles según el cual el alma es la forma y el cuerpo la materia. La gran aportación de santo Tomás es la fundación de la teología natural que engloba y expande sin contradecirla la filosofía de Aristóteles, cosa que no pudo hacer el Islam en donde ese proceso de integración terminó con el exilio y ostracismo de Averroes.
Pero la ciencia ha llegado a ver que para explicar la vida, no es necesario recurrir otra cosa que la química. En la serie de Dios y la ciencia hablo de la aparición de la vida. Es química compleja. Tan compleja que es muy difícil (prácticamente imposible, según parece) que haya surgido por puro azar. Una vez más parece necesario un azar “ayudado” para que la química se organice en vida. Pero no es necesaria un alma vegetativa ni sensible. Por eso, hoy día se desecha el alma de plantas y animales, no por el cristianismo, sino por razones científicas.
Sin embargo, la ciencia no puede explicar por emanación de la materia ni la inteligencia ni el ansia de subsistencia. La inteligencia es un chispazo brusco que no aparece por un lento proceso evolutivo, sino altamente disruptivo. Cuando se le quiere dar una explicación a esto, ésta suele ser pueril. Cito el texto de una de estas explicaciones. Es de Ian Tattersall, director del departamento de antropología del Museo Americano de Historia Natural. Dice así:
[...] resulta asimismo cierto que H. Sapiens constituye el protagonista de algo insólito. [...] debemos considerar la aparición de algo totalmente inesperado [el pensamiento simbólico] gracias a una casual coincidencia. Pero podemos afirmar que nuestro linaje pasó a disfrutar de un pensamiento simbólico desde un estado precedente no simbólico. La única explicación verosímil es que, con la llegada del H. Sapiens anatómicamente moderno, las exaptaciones previas se combinaron por azar con pequeños cambios genéticos, creando un potencial sin precedentes. No podemos dar por completo este relato pues los humanos anatómicamente modernos siguieron siendo arcaicos [sin pensamiento simbólico] durante mucho tiempo antes de adquirir un comportamiento moderno. [...] No podemos afirmar con seguridad en que consistió la innovación de marras.
No suena muy convincente para explicar algo tan insólito, totalmente inesperado y con un potencial sin precedentes, como el fenómeno de la inteligencia, ¿no? Decir que fue por una casual coincidencia, aparte de caer en una redundancia, es como decir que si nos encontramos una casa en medio del desierto, se ha hecho porque un avión cargado de ladrillos dejó caer su carga sobre el desierto y por una casual coincidencia, cayeron formando una casa. Suena un poco a coña. Mucho menos puede la ciencia decir de dónde nos viene ese ansia de permanencia que alienta en los seres humanos. También cito un interesante argumento de C. S. Lewis al respecto:
“Y ahora, otra cosa sobre los deseos. Un deseo puede llevar a falsas creencias, te lo concedo... Pero ¿qué sugiere la existencia del deseo? Una vez me impresionó una frase de Arnold: “Tener hambre no prueba que tengamos pan”. Pero lo que es seguro, aunque no prueba que un hombre concreto no tenga “comida”, sí prueba que existe la comida. P. ej. si fuéramos una especie que no comiera normalmente, que no estuviera diseñada para comer, ¿sentiríamos hambre? Dices que el mundo del materialismo es “feo”. Me pregunto cómo has descubierto eso. Si tú realmente eres fruto de un mundo materialista, ¿cómo es que no te encuentras a gusto en él? ¿Se quejan los peces del mar por estar mojados? Y si lo hicieren, ¿no sugeriría fuertemente este mismo hecho que no hubieran sido siempre criaturas acuáticas? Date cuenta de cómo continuamente nos sorprendemos del paso del Tiempo. (“¡Cómo vuela el tiempo! ¡Parece mentira que fulanito ya sea tan mayor y se case! ¡Casi no puedo creerlo!”). En nombre del cielo, ¿por qué? A menos que, en realidad, haya algo en nosotros que no sea temporal...”.
No comparto tu argumento de la imposibilidad de que el alma cumpla con las que llamas cuatro condiciones. El alma es algo que tienen Hitler, Stalin, Gandhi y Luther King y tú y yo. El alma intelectiva es algo de lo que obviamente, carecen los animales, pues no tienen inteligencia y no veo por qué Dios no puede hacer, si existe, un alma a su imagen y semejanza. Esa alma a imagen y semejanza de Dios tiene, precisamente por eso, libertad y puede, por tanto, usar esa libertad mal, como Stalin y Hitler, bien como Gandhi y Luther King y regular, como yo. A ti te dejo que te catalogues donde quieras. Que exista o no Dios es otra cuestión distinta a la del alma. A ella intento responder en mi serie Dios y la ciencia. Como digo en ella, no pretendo demostrar nada en esa serie, pero sí argumentar por qué me parece inmensamente más probable, a la vista de lo que la ciencia nos dice sobre el universo y el mundo, que Dios exista que que no.
Por esto, tu frase final; “Por todo ello se puede considerar la invención del alma como un pretexto, vacío de contenido, para considerar a los humanos “seres especiales”, “seres elegidos””, me parece que llega a conclusiones dudosas sobre premisas insuficientes. Porque, además, sí que somos unos seres especiales. ¿O hay en la tierra algún otro ser que pueda tener un cambio de impresiones como éste? ¿O que pueda anhelar un mundo más justo o más bello? Sólo nosotros. No sé si somos elegidos pero, desde luego que somos especiales y esa “especialidad” requiere una explicación que ninguna interpretación simplista de la ciencia puede dar.
Vuelvo a darte las gracias por el esfuerzo de lectura de mi blog que has iniciado y que espero tengas la paciencia de llevar a término. También por tus interesantes y agudos comentarios que han dado pie a este interesante cambio de impresiones. Te sugiero, no obstante, que alteres el orden de lectura y leas del tirón la serie Dios y la ciencia.
Siempre a tu disposición para continuar con este cambio de impresiones.
Un muy cordial saludo.
Tomás Alfaro Drake.
9 de noviembre de 2008
¿Cuántas Evas hubo?
Este es el 28º artículo de una serie sobre el tema Dios y la ciencia iniciada el 6 de Agosto del 2007.
Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”, “Como pudo aparecer la vida? III”, “La Vía Láctea, nuestro inmenso y extraordinario castillo”, “La Tierra, nuestro pequeño gran nido”, “¿Creacionismo o evolución?”, “¿Darwin o Lamarck?”, “Darwin sí, pero sin ser más darwinistas que Darwin”, “Los primeros brotes del arbusto de la vida”, “La división del trabajo”, “La explosión del arbusto de la vida”, “¿Tiene Dios una inmoderada afición por los escarabajos?”, “Definamos la inteligencia”, “El linaje prehumano”, “¿Un Homo Sapiens sin inteligencia?”, “El coste de un cerebro desproporcionado”, “Si no hay nada que decir, hablar es muy peligroso” y “El regalo de la inteligencia”.
El nacimiento de una especie suele producirse a partir de una numerosa población de individuos. Suele, pero no tiene por qué ser así. Es un mero problema de supervivencia. Si sólo una pareja forma la nueva especie, su supervivencia es poco probable. Sin embargo, el hombre no es una especie nueva en el sentido darwinista de la palabra. El Homo Sapiens existía anatómicamente antes del regalo de la inteligencia. Se puede decir que el hombre es el Homo Sapiens, un especial cultivo anatómico cuidado personalmente por el Diseñador en su jardín, más la inteligencia, un injerto hecho directamente por el Diseñador después de que la planta haya llegado a su plenitud para que dé un fruto también especial. Pero con independencia de esto, cabe preguntarse: ¿En cuantos Homo Sapiens se realizó ese injerto? Las probabilidades de que la nueva “especie” “artificial[1]” superviviera siendo una sola pareja son menores que si fuesen varias o muchas. Pero no olvidemos que ya desde varios millones de años antes, las probabilidades de supervivencia de los Australopitecos o cualquier especie de Homo eran nulas y que sólo se mantuvieron por las “subvenciones” del Diseñador. Sin embargo, a partir del regalo de la inteligencia, el hombre era mucho más capaz de sobrevivir. De hecho, aparecido el hombre, el resto de Homos Sapiens sin inteligencia, se extinguieron. Pero esto no invalida la pregunta. ¿Cuántos seres humanos recibieron el don de la inteligencia? Esta pregunta puede parecer imposible de responder. Sin embargo la biología moderna nos puede dar la sombra de una respuesta. Todos los seres vivos del reino animal, en cada una de nuestras células, tenemos unos “chismes” que se llaman mitocondrias. No vamos a entrar ahora en detalle sobre qué son y para qué sirven las mitocondrias. Son como una pequeña célula dentro de las células de los organismos. Pero a diferencia de las células “normales”, que son una mezcla de las células paternas y maternas, las mitocondrias que hay en todo ser vivo animal vienen exclusivamente de las madres. Los machos no aportan sus mitocondrias a su descendencia, sólo lo hacen las hembras. Esto permite trazar el linaje femenino de cualquier ser vivo. Pues bien, del análisis estadístico de las semejanzas entre mitocondrias de miles de seres humanos los científicos han determinado, con un margen de error despreciable, que todos los seres humanos que hoy viven provienen de una sola mujer. No es de extrañar que a esta mujer, madre de todo el género humano hoy vivo, le hayan dado el nombre de Eva mitocondrial. Esto no implica, sin embargo, que en el inicio del género humano hubiera únicamente una mujer, sino que, si hubiese habido más, sus linajes se habrían extinguido en los 50.000 años transcurridos desde su aparición. A decir verdad, un sencillo tratamiento matemático predice que esa extinción sería lo que ocurriese en una población con varios linajes femeninos que no hubiese crecido o que lo hubiese hecho muy lentamente. La población humana ha pasado de una o varias parejas hace 50.000 años a unos 5.000 millones de personas hoy en día. Esto, que puede parecer un crecimiento impresionante, no lo es. Tan sólo un modesto 2% por generación. Por lo tanto queda la puerta abierta a la posibilidad de que haya habido varias Evas. Pero, y esto es lo importante, la ciencia también deja la puerta abierta a que haya habido sólo una mujer al inicio de todo. Algo parecido se ha hecho con los linajes masculinos, a través del llamado cromosoma Y que se transmite sólo de varón a varón. Sin embargo, los resultados son mucho más ambiguos que los de Eva, por lo que no se puede decir nada contundente al respecto. En definitiva, no sabemos cuantas Evas hubo, pero la ciencia nos dice que es perfectamente posible que haya habido tan sólo una.
[1] La palabra artificial viene de “artificio” –“hacer con ingenio”, ya que arte se refiere en este caso a algo ingenioso, como las artes de pesca, por ejemplo–. Generalmente se identifica con algo hecho por el hombre. Aquí lo empleo en el sentido de artificio hecho por el Diseñador. El hombre es un ser “artificial”, es decir, hecho por Dios con ingenio.
Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”, “Como pudo aparecer la vida? III”, “La Vía Láctea, nuestro inmenso y extraordinario castillo”, “La Tierra, nuestro pequeño gran nido”, “¿Creacionismo o evolución?”, “¿Darwin o Lamarck?”, “Darwin sí, pero sin ser más darwinistas que Darwin”, “Los primeros brotes del arbusto de la vida”, “La división del trabajo”, “La explosión del arbusto de la vida”, “¿Tiene Dios una inmoderada afición por los escarabajos?”, “Definamos la inteligencia”, “El linaje prehumano”, “¿Un Homo Sapiens sin inteligencia?”, “El coste de un cerebro desproporcionado”, “Si no hay nada que decir, hablar es muy peligroso” y “El regalo de la inteligencia”.
El nacimiento de una especie suele producirse a partir de una numerosa población de individuos. Suele, pero no tiene por qué ser así. Es un mero problema de supervivencia. Si sólo una pareja forma la nueva especie, su supervivencia es poco probable. Sin embargo, el hombre no es una especie nueva en el sentido darwinista de la palabra. El Homo Sapiens existía anatómicamente antes del regalo de la inteligencia. Se puede decir que el hombre es el Homo Sapiens, un especial cultivo anatómico cuidado personalmente por el Diseñador en su jardín, más la inteligencia, un injerto hecho directamente por el Diseñador después de que la planta haya llegado a su plenitud para que dé un fruto también especial. Pero con independencia de esto, cabe preguntarse: ¿En cuantos Homo Sapiens se realizó ese injerto? Las probabilidades de que la nueva “especie” “artificial[1]” superviviera siendo una sola pareja son menores que si fuesen varias o muchas. Pero no olvidemos que ya desde varios millones de años antes, las probabilidades de supervivencia de los Australopitecos o cualquier especie de Homo eran nulas y que sólo se mantuvieron por las “subvenciones” del Diseñador. Sin embargo, a partir del regalo de la inteligencia, el hombre era mucho más capaz de sobrevivir. De hecho, aparecido el hombre, el resto de Homos Sapiens sin inteligencia, se extinguieron. Pero esto no invalida la pregunta. ¿Cuántos seres humanos recibieron el don de la inteligencia? Esta pregunta puede parecer imposible de responder. Sin embargo la biología moderna nos puede dar la sombra de una respuesta. Todos los seres vivos del reino animal, en cada una de nuestras células, tenemos unos “chismes” que se llaman mitocondrias. No vamos a entrar ahora en detalle sobre qué son y para qué sirven las mitocondrias. Son como una pequeña célula dentro de las células de los organismos. Pero a diferencia de las células “normales”, que son una mezcla de las células paternas y maternas, las mitocondrias que hay en todo ser vivo animal vienen exclusivamente de las madres. Los machos no aportan sus mitocondrias a su descendencia, sólo lo hacen las hembras. Esto permite trazar el linaje femenino de cualquier ser vivo. Pues bien, del análisis estadístico de las semejanzas entre mitocondrias de miles de seres humanos los científicos han determinado, con un margen de error despreciable, que todos los seres humanos que hoy viven provienen de una sola mujer. No es de extrañar que a esta mujer, madre de todo el género humano hoy vivo, le hayan dado el nombre de Eva mitocondrial. Esto no implica, sin embargo, que en el inicio del género humano hubiera únicamente una mujer, sino que, si hubiese habido más, sus linajes se habrían extinguido en los 50.000 años transcurridos desde su aparición. A decir verdad, un sencillo tratamiento matemático predice que esa extinción sería lo que ocurriese en una población con varios linajes femeninos que no hubiese crecido o que lo hubiese hecho muy lentamente. La población humana ha pasado de una o varias parejas hace 50.000 años a unos 5.000 millones de personas hoy en día. Esto, que puede parecer un crecimiento impresionante, no lo es. Tan sólo un modesto 2% por generación. Por lo tanto queda la puerta abierta a la posibilidad de que haya habido varias Evas. Pero, y esto es lo importante, la ciencia también deja la puerta abierta a que haya habido sólo una mujer al inicio de todo. Algo parecido se ha hecho con los linajes masculinos, a través del llamado cromosoma Y que se transmite sólo de varón a varón. Sin embargo, los resultados son mucho más ambiguos que los de Eva, por lo que no se puede decir nada contundente al respecto. En definitiva, no sabemos cuantas Evas hubo, pero la ciencia nos dice que es perfectamente posible que haya habido tan sólo una.
[1] La palabra artificial viene de “artificio” –“hacer con ingenio”, ya que arte se refiere en este caso a algo ingenioso, como las artes de pesca, por ejemplo–. Generalmente se identifica con algo hecho por el hombre. Aquí lo empleo en el sentido de artificio hecho por el Diseñador. El hombre es un ser “artificial”, es decir, hecho por Dios con ingenio.
6 de noviembre de 2008
Respuesta a dos breves comentarios
Juan Luis me dice, refiriéndose a mi entrada "¿Dónde estaba Dios en Auschwitz?":
Uff.. Tomás, magnífico post...Se convertirá en un post de referencia sobre Dios y el sufrimiento. Felicidades...
Y Pilar, en referencia a mi entrada "El autobus ateo de Richard Dawkins"
Querido Tomás: te conocía por el programa de "Juicio crítico", y hace tiempo que descubrí tu blog. Es fantástico. Combina la experiencia práctica con el razonamiento de una manera supersencilla. A mí me ayuda mucho, a veces no encuentro razones para debatir aquellas cosas en las que creo de forma intuitiva.Muchas gracias por tu tiempo y por todo lo que ayudas al compartir con los demás tus ideas.
Contesto:
la verdad es que es muy alagador que me digáis esto y os lo agradezco. Pero eso es lo de menos. Lo importante es que me hacéis saber que lo que estoy haciendo puede ayudar a otros en su búsqueda de la Verdad y de Dios. Porque esa es la razón de ser de que publique este blog. Si creéis que merece la pena y que cumple con ese fin, entonces, por favor, dadle al blog toda la difusión que podáis.
Un abrazo y muchas gracias.
Tomás
Uff.. Tomás, magnífico post...Se convertirá en un post de referencia sobre Dios y el sufrimiento. Felicidades...
Y Pilar, en referencia a mi entrada "El autobus ateo de Richard Dawkins"
Querido Tomás: te conocía por el programa de "Juicio crítico", y hace tiempo que descubrí tu blog. Es fantástico. Combina la experiencia práctica con el razonamiento de una manera supersencilla. A mí me ayuda mucho, a veces no encuentro razones para debatir aquellas cosas en las que creo de forma intuitiva.Muchas gracias por tu tiempo y por todo lo que ayudas al compartir con los demás tus ideas.
Contesto:
la verdad es que es muy alagador que me digáis esto y os lo agradezco. Pero eso es lo de menos. Lo importante es que me hacéis saber que lo que estoy haciendo puede ayudar a otros en su búsqueda de la Verdad y de Dios. Porque esa es la razón de ser de que publique este blog. Si creéis que merece la pena y que cumple con ese fin, entonces, por favor, dadle al blog toda la difusión que podáis.
Un abrazo y muchas gracias.
Tomás
2 de noviembre de 2008
El autobus ateo de Richard Dawkins
Hace un par de semanas, en Londres, se inició una campaña publicitaria en los autobuses que dice: “Probablemente Dios no exista, así que disfrutemos de la vida”. El promotor de esta campaña es Richard Dawkins, famoso profesor ateo militante de Oxford. Naturalmente, no se sabe de donde, el dinero ha llovido para financiar tan estrambótica campaña. Desde hace meses llevo publicando en este blog una serie de artículos que muestran que muy probablemente Dios sí exista. Además, que exista no es un fastidio, sino que es algo que da sentido a la vida. Pero hoy quiero traer aquí un artículo de Paul Johnson, periodista e historiador y gran polemista inglés católico.
¿Qué teme el ateo de Oxford?[1]
¿Por qué se han acobardado los ateos? Tras haber proclamado durante un siglo que los argumentos a favor de la existencia de Dios sólo debían exponerse a la luz del día y la discusión publica para desmoronarse ignominiosamente, ¿por qué comienzan a sentir pánico de sus propios argumentos? ¿Por qué, después de atrincherarse en su altiva arrogancia, empiezan a temblar de repente? Lo pregunto a la luz de la terminante negativa de Richard Dawkins a abandonar su seguro reducto académico para debatir conmigo, en un foro abierto, según reglas convenidas y con coordinación neutral, la existencia o inexistencia de Dios. Si el cabecilla del lobby antiteísta de Gran Bretaña, y dueño de la primera cátedra de ateísmo de Oxford –sí, sé que oficialmente es para explicar las ciencias, pero todos sabemos qué se trae Dawkins entre manos–, no está dispuesto a defender sus convicciones, debemos llegar a la conclusión de que están en graves aprietos.
Dejo de lado la razón aparente de la negativa de Dawkins: que mi desafío está motivado por intereses personales. Todos sabemos que no es el verdadero motivo. Está asustado. A fin de cuentas, según el autor de "el gen egoísta", todos nos guiamos continuamente por intereses personales y cualquier otro motivo sería antinatural e ilusorio. Huelga decir que no comparto esta deprimente visión de la humanidad, y compadezco al profesor por creer imposible que un ser humano sea impulsado por la fe, una causa, un genuino deseo de esclarecer a la sociedad o –el principal motivo en mi caso– un ferviente deseo de compartir el precioso don de la creencia en Dios con tantos mortales como sea posible. Una de las consecuencias espantosas de ser un materialista como Dawkins es que, por lógica, uno está obligado a negar la existencia de la metafísica, y el mundo del espíritu se convierte en zona prohibida. Uno está obligado a encarcelarse en una existencia unidimensional, sin pasado significativo y sin futuro personal, donde lo único que importan son objetos materiales empujados por genes porcinos. Pero, como decía, la razón que alega Dawkins para rehusar el debate no es la real.
Sospecho que hay tres razones fundamentales para que Dawkins no compita. Una es la pereza intelectual típica de los divos de Oxford y Cambridge. A fin de cuentas, si uno está acostumbrado a actuar como una ingeniosa eminencia intelectual ante jóvenes boquiabiertos, o a conferenciar ante públicos dóciles que anotan cada palabra como si fuese la Sagrada Escritura, o a pavonearse como león residente en la provinciana sociedad de las tertulias oxonienses, cuesta salir al mundo real donde la gente replica y exige pruebas, y las piruetas académicas no conducen a nada. Fuera del ámbito protegido de los claustros, no existe un puesto intelectual seguro. Dawkins lo sabe. Una cosa es ir a Londres para emitir sonidos en un estudio de televisión, y otra muy diferente enfrentarse a una audiencia en vivo durante dos horas respetando auténticas reglas del marqués de Queensberry.
Además, sospecho que Dawkins está preocupado por la pobreza de sus argumentos. En el siglo XIX los positivistas llevaban las de ganar, en cierto sentido podían señalar las ridiculeces que los teólogos habían dicho en el pasado –ángeles bailando en la cabeza de un alfiler, por ejemplo– sin contar con un cúmulo similar de idioteces arcaicas en su propio bando. Pero ya no es así. Las expresiones del ateísmo ahora tienen una larga historia, y es espectacularmente tonta. Los obiter dicta de científicos materialistas de otros tiempos, en su época tan eminentes y aplomados como Dawkins, constituyen hoy una lectura hilarante. Emile Littré definió el “alma” como “la suma anatómica de las funciones del cuello y la columna vertebral, y la suma fisiológica de la función de percepción del cerebro”. En cambio, Ernst Haeckel afirmó: “Ahora sabemos que... el alma [es] una suma de plasmamovimientos en las células de los ganglios”. Hippolyte Taine escribió: “El hombre es un autómata espiritual... el vicio y la virtud son productos, como el azúcar y el vitriolo”. Karl Vogt insistía: “Los pensamientos brotan del cerebro como la bilis del hígado o la orina de los riñones”. Jacob Moleshot estaba igualmente seguro: “Ningún pensamiento [puede surgir] sin fósforo”. En esa época los ateos sólo tenían que atacar. Ahora tienen mucho que defender y repudiar. Comprendo que Dawkins tenga miedo de que en un foro público sus plasmamovimientos terminen retorciéndose en sus ganglios.
En tercer lugar, a diferencia de sus predecesores, los ateos de hoy tienen las cosas fáciles. La sociedad –en el mundo académico, en los medios de comunicación, en el discurso público, en la conversación común– está orientada a su favor como antaño lo estaba a favor de los cristianos. Como bien sé por experiencia propia, la inclusión de Dios en las argumentaciones –en un estudio de televisión, sentados a una mesa, en una discusión pública– es un delito social que produce inquietud, contrariedad y vergüenza. Dios es una palabra insultante que sólo se debe pronunciar dentro de zonas certificadas. En todas partes se da por sentado cierto agnosticismo irreflexivo, así que los ateos rara vez deben exponer sus argumentos ab initio. Casi los han olvidado.
No siempre fue así. Thomas Henry Huxley tuvo que enfrentarse toda la vida con obispos militantes y políticos cristianos convencidos, y era un orador de primera; en comparación Dawkins parece un haragán. George Bernard Shaw y H. G. Wells debatían continuamente en foros públicos acerca de Dios, la religión y la posibilidad de una vida ultraterrena con gente como Hilaire Belloc y G. K. S. Chesterton. También eran brillantes en la lucha. Bertrand Russell defendió su propia versión de la racionalidad contra toda clase de contrincantes durante tres cuartos de siglo y sabía cómo hacerlo. Y, si mal no recuerdo, Freddie Ayer jamás eludió una pelea. Pero Dawkins no sabe si puede salirse con la suya. Está inseguro de sus argumentos, su causa y su destreza. Teme ponerse en ridículo frente al mundo y frente a sus colegas académicos, quienes, al margen de sus creencias, disfrutarían en grande si vieran un tropezón del Rey del Ateísmo. Así que Dawkins masculla en su campamento del New College, temeroso de ponerse su armadura y afrontar la lid. Como dijo el poeta Chapman, hay algo despreciable en el escéptico inactivo:
¡Oh, incredulidad, ceguera de los soberbios
que torpemente escupen sobre todo lo bello,
ingenio de los necios, castillo del cobarde,
lecho del perezoso!
Paul Johnson 16 de Marzo de 1996.
***
Desde Marzo de 1996 ha llovido mucho. Y la corriente creada por esa lluvia va en contra de Dawkins. Sólo se atreve a debatir desde los autobuses y con el dinero de otros. Cuando publicó “El gen egoísta”, prácticamente no tuvo reacciones en contra por parte del mundo científico-académico. Recientemente ha publicado un nuevo libro “demostrando” “científicamente” la inexistencia de Dios. “The God delusión” es su título. La reacción del mismo mundo científico-académico ha sido totalmente distinta. En muchos foros se ha hablado con ironía del dogmatismo simplista de Dawkins, incluso por parte de científicos agnósticos serios. Tal es el caso de Anton Zeilinger, físico experimental de primera línea en el campo de la mecánica cuántica, que en una entrevista concedida recientemente a “Investigación y Ciencia” dice: “Ese libro de Richard Dawkings, The God delusion, ¡es tan simplificador! Ni la religión ni las ciencias de la naturaleza podrían probar nunca la existencia de Dios ni refutarla”. Pero las ciencias de la naturaleza sí pueden mostrar que es inmensamente más razonable creer en la existencia de un Dios personal que no hacerlo. Incluso, un colega suyo de Oxford, el bioquímico, Alister MacGrath, antiguo ateo convertido a través de la ciencia, ha replicado al libro de Dawkins con otro que lleva por título, “The Dawkins delusión[2]”. MacGrath, que tras convertirse al cristianismo estudió teología seriamente, pone de manifiesto el conocimiento sesgado e infantil que tiene Dawkins de la teología, tomado siempre de fuentes de tercera mano, a la par que descubre hasta qué punto la supuesta racionalidad científica de Dawkins se ha transformado en un manifiesto dogmático. El mismo desconocimiento –o mal conocimiento– del cristianismo puede detectarse en muchos escritores ateos. Tal es el caso, por ejemplo de Camus en “La peste” o “El extranjero”. Pero los cristianos no somos del todo inocentes de este mal conocimiento. La vasija de barro que somos y que esconde el tesoro que llevamos es, a veces, demasiado fea. Ved si no lo que dice Sartre:
¿Qué teme el ateo de Oxford?[1]
¿Por qué se han acobardado los ateos? Tras haber proclamado durante un siglo que los argumentos a favor de la existencia de Dios sólo debían exponerse a la luz del día y la discusión publica para desmoronarse ignominiosamente, ¿por qué comienzan a sentir pánico de sus propios argumentos? ¿Por qué, después de atrincherarse en su altiva arrogancia, empiezan a temblar de repente? Lo pregunto a la luz de la terminante negativa de Richard Dawkins a abandonar su seguro reducto académico para debatir conmigo, en un foro abierto, según reglas convenidas y con coordinación neutral, la existencia o inexistencia de Dios. Si el cabecilla del lobby antiteísta de Gran Bretaña, y dueño de la primera cátedra de ateísmo de Oxford –sí, sé que oficialmente es para explicar las ciencias, pero todos sabemos qué se trae Dawkins entre manos–, no está dispuesto a defender sus convicciones, debemos llegar a la conclusión de que están en graves aprietos.
Dejo de lado la razón aparente de la negativa de Dawkins: que mi desafío está motivado por intereses personales. Todos sabemos que no es el verdadero motivo. Está asustado. A fin de cuentas, según el autor de "el gen egoísta", todos nos guiamos continuamente por intereses personales y cualquier otro motivo sería antinatural e ilusorio. Huelga decir que no comparto esta deprimente visión de la humanidad, y compadezco al profesor por creer imposible que un ser humano sea impulsado por la fe, una causa, un genuino deseo de esclarecer a la sociedad o –el principal motivo en mi caso– un ferviente deseo de compartir el precioso don de la creencia en Dios con tantos mortales como sea posible. Una de las consecuencias espantosas de ser un materialista como Dawkins es que, por lógica, uno está obligado a negar la existencia de la metafísica, y el mundo del espíritu se convierte en zona prohibida. Uno está obligado a encarcelarse en una existencia unidimensional, sin pasado significativo y sin futuro personal, donde lo único que importan son objetos materiales empujados por genes porcinos. Pero, como decía, la razón que alega Dawkins para rehusar el debate no es la real.
Sospecho que hay tres razones fundamentales para que Dawkins no compita. Una es la pereza intelectual típica de los divos de Oxford y Cambridge. A fin de cuentas, si uno está acostumbrado a actuar como una ingeniosa eminencia intelectual ante jóvenes boquiabiertos, o a conferenciar ante públicos dóciles que anotan cada palabra como si fuese la Sagrada Escritura, o a pavonearse como león residente en la provinciana sociedad de las tertulias oxonienses, cuesta salir al mundo real donde la gente replica y exige pruebas, y las piruetas académicas no conducen a nada. Fuera del ámbito protegido de los claustros, no existe un puesto intelectual seguro. Dawkins lo sabe. Una cosa es ir a Londres para emitir sonidos en un estudio de televisión, y otra muy diferente enfrentarse a una audiencia en vivo durante dos horas respetando auténticas reglas del marqués de Queensberry.
Además, sospecho que Dawkins está preocupado por la pobreza de sus argumentos. En el siglo XIX los positivistas llevaban las de ganar, en cierto sentido podían señalar las ridiculeces que los teólogos habían dicho en el pasado –ángeles bailando en la cabeza de un alfiler, por ejemplo– sin contar con un cúmulo similar de idioteces arcaicas en su propio bando. Pero ya no es así. Las expresiones del ateísmo ahora tienen una larga historia, y es espectacularmente tonta. Los obiter dicta de científicos materialistas de otros tiempos, en su época tan eminentes y aplomados como Dawkins, constituyen hoy una lectura hilarante. Emile Littré definió el “alma” como “la suma anatómica de las funciones del cuello y la columna vertebral, y la suma fisiológica de la función de percepción del cerebro”. En cambio, Ernst Haeckel afirmó: “Ahora sabemos que... el alma [es] una suma de plasmamovimientos en las células de los ganglios”. Hippolyte Taine escribió: “El hombre es un autómata espiritual... el vicio y la virtud son productos, como el azúcar y el vitriolo”. Karl Vogt insistía: “Los pensamientos brotan del cerebro como la bilis del hígado o la orina de los riñones”. Jacob Moleshot estaba igualmente seguro: “Ningún pensamiento [puede surgir] sin fósforo”. En esa época los ateos sólo tenían que atacar. Ahora tienen mucho que defender y repudiar. Comprendo que Dawkins tenga miedo de que en un foro público sus plasmamovimientos terminen retorciéndose en sus ganglios.
En tercer lugar, a diferencia de sus predecesores, los ateos de hoy tienen las cosas fáciles. La sociedad –en el mundo académico, en los medios de comunicación, en el discurso público, en la conversación común– está orientada a su favor como antaño lo estaba a favor de los cristianos. Como bien sé por experiencia propia, la inclusión de Dios en las argumentaciones –en un estudio de televisión, sentados a una mesa, en una discusión pública– es un delito social que produce inquietud, contrariedad y vergüenza. Dios es una palabra insultante que sólo se debe pronunciar dentro de zonas certificadas. En todas partes se da por sentado cierto agnosticismo irreflexivo, así que los ateos rara vez deben exponer sus argumentos ab initio. Casi los han olvidado.
No siempre fue así. Thomas Henry Huxley tuvo que enfrentarse toda la vida con obispos militantes y políticos cristianos convencidos, y era un orador de primera; en comparación Dawkins parece un haragán. George Bernard Shaw y H. G. Wells debatían continuamente en foros públicos acerca de Dios, la religión y la posibilidad de una vida ultraterrena con gente como Hilaire Belloc y G. K. S. Chesterton. También eran brillantes en la lucha. Bertrand Russell defendió su propia versión de la racionalidad contra toda clase de contrincantes durante tres cuartos de siglo y sabía cómo hacerlo. Y, si mal no recuerdo, Freddie Ayer jamás eludió una pelea. Pero Dawkins no sabe si puede salirse con la suya. Está inseguro de sus argumentos, su causa y su destreza. Teme ponerse en ridículo frente al mundo y frente a sus colegas académicos, quienes, al margen de sus creencias, disfrutarían en grande si vieran un tropezón del Rey del Ateísmo. Así que Dawkins masculla en su campamento del New College, temeroso de ponerse su armadura y afrontar la lid. Como dijo el poeta Chapman, hay algo despreciable en el escéptico inactivo:
¡Oh, incredulidad, ceguera de los soberbios
que torpemente escupen sobre todo lo bello,
ingenio de los necios, castillo del cobarde,
lecho del perezoso!
Paul Johnson 16 de Marzo de 1996.
***
Desde Marzo de 1996 ha llovido mucho. Y la corriente creada por esa lluvia va en contra de Dawkins. Sólo se atreve a debatir desde los autobuses y con el dinero de otros. Cuando publicó “El gen egoísta”, prácticamente no tuvo reacciones en contra por parte del mundo científico-académico. Recientemente ha publicado un nuevo libro “demostrando” “científicamente” la inexistencia de Dios. “The God delusión” es su título. La reacción del mismo mundo científico-académico ha sido totalmente distinta. En muchos foros se ha hablado con ironía del dogmatismo simplista de Dawkins, incluso por parte de científicos agnósticos serios. Tal es el caso de Anton Zeilinger, físico experimental de primera línea en el campo de la mecánica cuántica, que en una entrevista concedida recientemente a “Investigación y Ciencia” dice: “Ese libro de Richard Dawkings, The God delusion, ¡es tan simplificador! Ni la religión ni las ciencias de la naturaleza podrían probar nunca la existencia de Dios ni refutarla”. Pero las ciencias de la naturaleza sí pueden mostrar que es inmensamente más razonable creer en la existencia de un Dios personal que no hacerlo. Incluso, un colega suyo de Oxford, el bioquímico, Alister MacGrath, antiguo ateo convertido a través de la ciencia, ha replicado al libro de Dawkins con otro que lleva por título, “The Dawkins delusión[2]”. MacGrath, que tras convertirse al cristianismo estudió teología seriamente, pone de manifiesto el conocimiento sesgado e infantil que tiene Dawkins de la teología, tomado siempre de fuentes de tercera mano, a la par que descubre hasta qué punto la supuesta racionalidad científica de Dawkins se ha transformado en un manifiesto dogmático. El mismo desconocimiento –o mal conocimiento– del cristianismo puede detectarse en muchos escritores ateos. Tal es el caso, por ejemplo de Camus en “La peste” o “El extranjero”. Pero los cristianos no somos del todo inocentes de este mal conocimiento. La vasija de barro que somos y que esconde el tesoro que llevamos es, a veces, demasiado fea. Ved si no lo que dice Sartre:
"Presentía la religión, la esperaba, era el remedio. Si me la hubiesen negado, la hubiese inventado yo mismo. No me la negaban: educado en la fe católica, aprendí que el Todopoderoso me había hecho para su gloria: era más de lo que osaba soñar. Pero, inmediatamente, en el Dios a la medida que me enseñaban, no reconocía el que esperaba mi alma: me hacía falta un Creador y me daban un Gran Patrón; los dos eran uno solo, pero yo lo ignoraba; yo servía sin calor al Ídolo farisaico y la doctrina oficial me desanimaba de buscar mi propia fe. [...] Pero mi familia había sido tocada por el lento movimiento de descristianización que nació en la alta burguesía volteriana y que tardó un siglo en extenderse a todas las capas de la sociedad. [...]. Naturalmente, todo el mundo creía en casa: por discreción. [...] ... un ateo era [...] un maníaco de Dios que veía en todas partes Su ausencia y que no podía abrir la boca sin pronunciar Su nombre, en suma, un señor que tenía convicciones religiosas. El creyente no las tenía en absoluto: desde hacía dos mil años, las certidumbres cristianas habían tenido tiempo de ser probadas, pertenecían a todos, se les pedía brillar en la mirada de un sacerdote en la media luz de una iglesia, alumbrando las almas, pero nadie tenía necesidad de tomarlas a su cargo; eran el patrimonio común. La buena sociedad creía en Dios para no tener que hablar de Él. ¡Que tolerante parecía la religión! Que cómoda era: el cristiano podía desertar de la Misa y casar religiosamente a sus hijos[...] no se esperaba de él ni que llevase una vida ejemplar... [...] En nuestro medio, en mi familia, la fe no era más que un nombre aparatoso [...] ... Fui llevado a la incredulidad no por conflicto con los dogmas, sino por la indiferencia de mis abuelos"[3].
Un artículo publicado por el mismo Johnson un mes antes que el citado más arriba (La batalla por Dios frente al milenio[4]), termina diciendo:
“El cristianismo comenzó como una religión de los pobres, de las mujeres, de los desposeídos y de los descastados. Tal vez esto se repita, pero tengo la corazonada de que renacerá –al menos en este país– entre las clases altas, y entre los intelectuales y educados. A mi juicio, nos aguarda una época estimulante en los próximos años, en el alba de un siglo en el que quizá Dios recobre su terreno. La batalla será enconada y, si puedo, estaré en primera línea”.
Un artículo publicado por el mismo Johnson un mes antes que el citado más arriba (La batalla por Dios frente al milenio[4]), termina diciendo:
“El cristianismo comenzó como una religión de los pobres, de las mujeres, de los desposeídos y de los descastados. Tal vez esto se repita, pero tengo la corazonada de que renacerá –al menos en este país– entre las clases altas, y entre los intelectuales y educados. A mi juicio, nos aguarda una época estimulante en los próximos años, en el alba de un siglo en el que quizá Dios recobre su terreno. La batalla será enconada y, si puedo, estaré en primera línea”.
Pero para combatir bien en esa primera línea de la inteligencia y la cultura, no basta con una labor puramente intelectual. Tenemos que hacer cada vez más transparente esa vasija de feo barro que somos. Dejar que brillen esas convicciones que tenemos y, sobre todo, esa persona que las inspira: Cristo. Eso se llama conversión. Y es duro y difícil. Tanto que no podemos hacerlo con nuestras fuerzas. Es una gracia que hay que pedirle a Dios con humildad. Tanto más cuanto más nos creamos buenos cristianos. Una gracia que a veces duele mucho. ¿Seguimos queriendo estar en primera línea de ese combate? Yo por lo menos sí.
[1] Es copia de un artículo de Paul Johnson, periodista británico católico, del 16 de Marzo de 1996. El libro, “Al diablo con Picasso” Javier Vergara Editor, SA. Buenos Aires 1997, lo recoge junto con otros muchos.
[2] SPCK, Londres 2007.
[3] “Les mots” Gallimard, collection folio, pag 81-84
[4] Es copia de un artículo de Paul Johnson, periodista británico católico, del 10 de Febrero de 1996. El libro, “Al diablo con Picasso” Javier Vergara Editor, SA. Buenos Aires 1997, lo recoge junto con otros muchos.
[2] SPCK, Londres 2007.
[3] “Les mots” Gallimard, collection folio, pag 81-84
[4] Es copia de un artículo de Paul Johnson, periodista británico católico, del 10 de Febrero de 1996. El libro, “Al diablo con Picasso” Javier Vergara Editor, SA. Buenos Aires 1997, lo recoge junto con otros muchos.
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