Recibo de un buen amigo, a través de
WA, el siguiente texto, que transcribo tal cual.
Hola amigos.
Necesito desfogarme y compartir un
pensamiento que me viene a la cabeza estos días de reclusión forzada, a
saber:
No me estoy volviendo loco con el
confinamiento pero me asalta una duda y quiero compartirla.
En el siglo 3-4 de nuestra era cayo el
imperio romano y la civilización entró en un gran cambio, convulsión que duró
casi hasta la Edad Media y siguientes..
Otomanos, Barvaros, bizantinos.... Las
cruzadas, guerras por los territorios, enfermedades, minería, la religión y el
control por el poder de las gentes...
Constantino tomó un poder enorme
impulsó el cristianismo y acabo con un modelo imperante...
Pregunto:
¿Esto que estamos viviendo puede ser
un cambio de era, de civilización?
La nuestra la occidental actual aprox
3000MM estamos confinados, asustados y mirando hacia no se donde porque no hay
nada.,,, se puede producir y se replantea su modelo de vida y podemos entrar,
occidente (atencion no oriente),en una nueva manera de entender las condiciones
de vida, en donde se produce una vuelta a los entornos rurales? En definitiva
estamos en puertas de un gran cambio donde el control sobre las personas sea
más intenso y el mundo se seccione de forma abrupta en ricos, muy ricos y la
inmensa mayoría en pobres?
Me gustaría tener la posibilidad de
hablar con algún filósofo, historiador, pensador con amplias miras que pudiera
encontrar un hilo conductor o por el contrario desechar de plano pero con
razonamientos este asunto.
La tecnología, la economía, la Salud y
en general las condiciones de vida de esta, la nuestra civilización han sido
extraordinarias y quizás por ello nos hemos vuelto TODOS confiados, cómodos y
con derecho a....
A lo mejor alguno de vosotros piensa
que el progreso está escrito pero yo también pienso que no aprendemos de los
errores y ahí están...
Abrazos
Y,
al hilo de esta angustiosa pregunta desgrano alguna reflexión. Por supuesto, es
una reflexión no conclusiva.
No
es imposible que la civilización occidental caiga como cayó el Imperio Romano,
pero si eso ocurre, no será por lo que está pasando ahora, por el coronavirus. Tal
vez sea conveniente que haga un circunloquio para hablar de Arnold J. Toynbee y
su monumental obra “El estudio de la historia”.
Es
una obra de 14 tomos, que un intelectual inglés, D. C. Somervell, resumió en
tres tomos de 500 páginas cada una y que un servidor, tras leer estas 1.500
páginas varias veces, digerirlas y aprehenderlas ha resumido a su vez en dos
versiones: una de 71 páginas con otras 61 de apéndices-elucubraciones y otra,
más destilada, de 31, sin paja. Por supuesto, si alguien quiere cualquiera de mis
versiones, no tiene más que pedírmelas. Pero ahora me dispongo a resumirla en
unas líneas, para seguir después con mis reflexiones ante la pregunta de mi
amigo.
“El
estudio de la historia” no es un libro de historia en el que se narren, más o
menos ordenadamente y con más o menos hilación de causa a efecto, la historia
de un pueblo, una nación o la humanidad. No. Es un análisis de por qué nacen,
por qué se desarrollan y crecen, por qué colapsan y por qué mueren las
civilizaciones. Y lo que hace Toynbee para contestar a estas preguntas es
aplicar el método empírico. Primero hace un censo de las 21 civilizaciones que
según él han existido en la historia de la humanidad. A continuación busca de
forma inductiva lo que tienen en común en su nacimiento, desarrollo y muerte
todas esas 21 civilizaciones. Y, sin una idea a priori, se deja llevar por el
factor común que saca, para cada fase, de cada una de las civilizaciones. Su
libro está lleno de miles de ejemplos comparativos que ilustran su tesis. No he
leído el libro original, pero Somervell respeta muchos de esos ejemplos, por lo
que su compendio, que es el que yo he leído, sigue siendo denso. Mis resúmenes,
explican la tesis, pero casi desnuda de ejemplos, de ahí su brevedad. El De las
21 civilizaciones, Toynbee afirma que sólo están vivas la Cristiana Occidental[1],
la Cristiana Oriental, representada por Rusia y la Europa del Este[2],
la del Lejano Oriente, con sus variantes china y japonesa, la Hindú y la
Islámica. Y de estas, todas menos la Cristiana Occidental, aunque vivas
todavía, ya han sufrido el colapso y, duda de si la Cristiana Occidental lo
habría sufrido ya cuando escribió su libro.
No
diré nada sobre la causa del nacimiento de las civilizaciones según Toynbee,
pero sí diré unas palabras sobre su desarrollo, su colapso y su muerte. Según
Toynbee, las civilizaciones se desarrollan a base de que, como fruto de ese
mismo desarrollo, se le van planteando lo que él llama incitaciones, que
podrían llamarse retos, que la civilización resuelve satisfactoriamente, para
que vuelva a aparecer una nueva incitación a la que dar respuesta. Y así
sucesivamente una y otra vez. A base de dar respuestas positivas a sucesivas
incitaciones, la civilización va desarrollando lo que Toynbee llama un
“estilo”. La civilización colapsa precisamente cuando se encalla en dar
respuesta a una nueva incitación. Si no es capaz de encontrarla, se produce el
colapso que lleva hacia la muerte. El intervalo entre el colapso y la muerte
puede ser muy largo e, incluso, parecer que la civilización está en una fase de
brillantez, pero es una impresión engañosa, como el canto del cisne. Toynbee no
es en modo alguno determinista, como sí lo es Oswand Spengler, como buen alemán,
en su libro “La decadencia de Occidente”. Toynbee cree en la libertad humana y
en que el hombre, en el uso de esa libertad, siempre puede dar un tour de force
al destino y cambiar su rumbo. Pero, cuanto más avanza en el colapso, más
difícil será este tour de force. Para Toynbee, una civilización en su fase de
desarrollo es invencible por cualquier amenaza externa, sea esta un enemigo
aparentemente más fuerte o, como en este caso, un virus. Y así lo muestra en
cantidad de ejemplos de civilizaciones que están claramente en desarrollo y
superan pruebas aparentemente invencibles. Sólo diré uno de esos ejemplos. En
sus inicios, la pujante civilización Helénica, la progenitora de la
Civilización Cristiana Occidental, parecía sentenciada en su enfrentamiento con
la poderosa pero colapsada civilización siríaca, representada en ese momento por
el Imperio Meda. Son las que ahora llamamos guerras médicas (por librarse
contra los medos, no por tener nada que ver con los médicos). Cualquier
observador externo de ese momento histórico hubiese apostado sin vacilar a que
los medos acabarían con los griegos en un abrir y cerrar de ojos. No fue así. Los
medos salieron con el rabo entre piernas y, siglos más tarde, Alejandro Magno
destruiría por completo al Imperio Persa, sucesor de los medos. Sin embargo,
cuando la civilización está colapsada, cualquier golpe externo, la derrumba,
porque ya está muerta por dentro y sólo le queda la fachada que, por brillante
y grandiosa que pueda parecer, es un castillo de naipes. El Imperio Romano,
último bastión de la civilización Helénica, sucumbió a las invasiones bárbaras
porque en el siglo V ya estaba podrido por dentro, no por la fuerza de los
bárbaros. El propio Toynbee da una larga explicación, soportada con muchos
ejemplos, de síntomas que pueden indicar si una civilización ha sufrido ya
colapso o no. Síntomas que no voy a explicar aquí, porque son prolijos y
largos. El que quiera saber, que vaya a Salamanca. Tiene cuatro opciones: la
primera, leer los 14 tomos de Toynbee. La segunda, leer el compendio de
Somervell. Estas dos opciones son complicadas porque tanto la obra original de
Toynbee como el compendio de Somervell son muy difíciles de encontrar y muy
largos de leer. La tercera y la cuarta son leer alguno de mis resúmenes; el
largo o el corto. Pero tal vez el signo que más significativo para saber si una
civilización ha sufrido colapso es que desprecia el “estilo” que ha ido creando
durante su etapa de desarrollo, produciéndose en el interior de cada persona lo
que Toynbee llama un “cisma en el alma”. Puede llegar incluso a aborrecer lo
que un día fue su “estilo”. Fin del circunloquio.
Así
las cosas, la pregunta es: ¿Había colapsado ya la civilización occidental antes
de la aparición del coronavirus? Si la respuesta es sí, entonces, este brote
de coronavirus puede ser el tiro de gracia. Pero si le respuesta es no, entonces
sabremos responder cómo civilización a esta pandemia, como lo han hecho otras
civilizaciones ante amenazas externas en muchas ocasiones. Y, ¿cuál es la
respuesta a esa pregunta? No lo sé. Como he dicho antes, el propio Toynbee no
acaba de decantarse sobre si la civilización Cristiana Occidental ha entrado en
colapso o no. Y si él no se siente capaz de hacerlo, yo menos. Pero sin entrar
en la complejidad del análisis de las causas hecha por Toynbee, diré algunas
cosas que muestran la ambivalencia en la que se encuentra la civilización
Cristiana Occidental.
En
el lado negativo, diré que creo que desde hace tres siglos la civilización
Cristiana Occidental ha traicionado su “estilo”. La modernidad, como
pensamiento filosófico, y su prolongación, la posmodernidad, son una clara
traición a ese “estilo”. No voy a extenderme tampoco aquí sobre esto. Una vez
más, a quien quiera saber cómo se ha producido esa traición, le invito a leer “El
camino a la posmodernidad y el nuevo renacimiento”, que escribí hace años y que
también mandaré a quien le interese. La búsqueda de la verdad con la razón era
una de las marcas de ese estilo. Hoy en día, la razón, oh paradoja del
racionalismo, a sido sustituida por el sentimiento y la verdad es despreciada,
cuando no odiada, y sustituida por la “verdad” subjetiva de cada uno. A eso se
le ha dado en llamar la “posverdad”. Otra seña de identidad de ese “estilo”
eran los valores cristianos. También este aspecto del “estilo” de nuestra
civilización está siendo repudiado. Baste ver cómo en el fallido borrador de la
constitución europea se omitía de forma consciente cualquier mención al cristianismo
como una de las raíces de nuestra civilización. Ciertamente, nuestra
civilización está imbuida de valores cristianos, pero vaciados de su base cristiana.
Y sin esa base que es su fundamento, esos valores son tan sólidos como un
castillo de naipes. De hecho ya se han derrumbado en varios sitios como el
aborto o la eutanasia. Pero tal vez lo más grave sea que por una combinación de
muchas cosas, demasiadas personas de nuestra civilización han –o hemos– entrado
en una especie de convencimiento de que todo nos es debido y de que tenemos una
especie de derecho, no escrito en ningún sitio, a lo que otras generaciones han
conseguido para nosotros. Nada menos cierto, nada más anestésico y nada más
peligroso. Estas cosas pueden ser parte de ese “cisma en el alma” y enterramiento
del “estilo” de nuestra civilización.
Sin
embargo, en el lado positivo podemos colocar la victoria de nuestra
civilización contra los dos horrores ideológicos del siglo XX: El nazismo y el
comunismo. En 1940 nadie hubiese apostado por la derrota del nazismo y en los
años 60 parecía que el comunismo podía acabar dominando el mundo. La
civilización Cristiana Occidental derrotó a ambos. Pero mientras el nazismo ha
quedado reducido a una panda de marginados sociales, el comunismo todavía está
dando coletazos por el mundo, incluso dentro de los países más representativos
de nuestra civilización y, desde luego, aunque de manera subrepticia, en la
mente de muchos probos ciudadanos de esos países que jamás dirían que tienen un
ápice de comunismo en su mente, pero tienen muchas de sus ideas imbuidas de
manera casi inconsciente. También la civilización Cristiana Occidental ha
acabado con la esclavitud y, hoy en día, el racismo está en claro retroceso.
Sería
largo, y no sé si muy útil, seguir considerando datos a favor o en contra. Pero,
también podría ser –y esa es mi esperanza– que esta amenaza del coronavirus sea
un aldabonazo que despierte las conciencias, que nos saque del sopor, que nos
haga darnos cuenta de que no podemos dar nada “for granted” y, tal vez así, hacernos
capaces de dar respuesta a tantas incitaciones a las que no parece que estemos
siendo capaces de dar respuesta. Si es así, el coronavirus no solamente no
acabaría con nuestra civilización, sino que sería un revulsivo para la misma
que la hiciese reaccionar y la rejuveneciese. ¿Cómo? No sé. ¿Hacia dónde? No sé.
Una de las señas de identidad que Toynbee da para una civilización en
desarrollo es que su luz irradia hacia todos los pueblos que la rodean de forma
que éstos, lejos de querer acabar con ella, lo que desean es integrarse en
ella. Tal vez si despertamos, si reaccionamos, si rejuvenecemos, podamos
irradiar esa luz hacia otras civilizaciones, como hemos hecho, no sin sombras,
es cierto, en el pasado.
La
respuesta no vendrá dada por ningún estado, aunque los estados y las
organizaciones supraestatales puedan ayudar. Vendrá de la libertad individual y
libremente colectiva al mismo tiempo de millones de personas entre las que nos
contamos todos nosotros. Vendrá, si viene, de la mano de lo que Toynbee llama las
“minorías creativas”, a las que también alude, como lector de Toynbee que a
buen seguro es, el Papa emérito Benedicto XVI. Acabo por tanto con una frase
del entonces, en 1939, cardenal Eugenio Pacelli, más tarde Papa Pío XII, que se
refería, precisamente, a los enfrentamientos de nuestra civilización con el
nazismo y el comunismo:
“Doy gracias a Dios cada día por
haberme hecho vivir en las circunstancias presentes. Esta crisis, tan profunda
y universal, es única en la historia de la humanidad. El bien y el mal se han
enfrentado en un duelo gigantesco. Nadie tiene, pues, derecho a ser mediocre”.
Nadie.
Nosotros tampoco en esta situación. Seamos, sin saberlo –o sabiéndolo– una
“minoría creativa”. El primer paso hacia el tour de force que revierta el
colapso, si es que se ha producido, es ser conscientes de lo cerca que podemos
estar del precipicio. Y si ese colapso no se ha producido, alejémonos de él.
Seamos lúcidos. Positivamente lúcidos. Optimistamente lúcidos. Activamente
lúcidos.
P.D.
No veo para nada que esto pueda llevar a una vida más rural. Eso puede parecer
muy bucólico y puede que esté bien para los hobbits, pero si no queremos irnos
a la mierda de verdad, hay que seguir produciendo “pan” para miles de millones
de personas y eso, con la vida rural… Y eso, aunque la palabra no esté de moda,
se llama capitalismo. Que, por cierto, es una de las marcas de “estilo” de la
civilización occidental y que no ha parado de multiplicar ese “pan” y hacer que
más y más gente tenga acceso a él. Y de ninguna manera lleva a que los ricos
sean más ricos y los pobres más pobres. Al contrario, ha llevado, y seguirá
llevando, a que disminuya la pobreza en todo el mundo. Es la increíble máquina
de hacer “pan”. Aunque no sólo de “pan” viva el hombre.
[1] Toynbee se declara agnóstico, pero
no por ello deja de darse cuenta de que en la raíz de la civilización
occidental está el cristianismo y por eso la llama Cristiana Occidental.
[2] Toynbee terminó de escribir “El
estudio de la historia” en los primeros años 70 del siglo pasado, cuando
todavía el comunismo dominaba en esa parte de Europa. Ve el comunismo como un
dogma cristiano corrompido del que se ha extraído a Dios, ve que eso tiene
relación con el giro dado por el cristianismo en el imperio bizantino –no por
cuestiones dogmáticas, sino por la sujeción del cristianismo al poder en ese
imperio bizantino–, y predice con claridad su hundimiento. Murió en 1975, por lo que no pudo ver el éxito
de su predicción. Pero seguro que, a pesar de la caída del comunismo en Rusia,
seguiría considerándola como la civilización Cristiana Oriental.
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