12 de julio de 2021

Los versos de Miguel Hernández y el Ayuntamiento de Madrid. ¿Cómo funciona la máquina manipuladora de la izquierda?

Recientemente me ha llegado por varios sitios una “noticia” que viene a decir que “el Ayuntamiento de Madrid ha borrado del cementerio de la Almudena de Madrid unos versos de Miguel Hernández y una lista con casi 3.000 asesinados por la dictadura franquista”. Como casi todas las “noticias” difundidas a bombo y platillo por la izquierda, ésta es, siendo indulgentes, una burda manipulación y siendo realistas, una insidiosa mentira. Porque la verdad es que nadie ha retirado nada. Los hechos son:

El consistorio de Carmena decidió, sin discusión previa en el pleno, instalar en el cementerio de la Almudena unas lápidas de mármol, formando un tríptico, con esos casi 3.000 nombres y tres placas de bronce con diferentes inscripciones, una de ellas con versos de Miguel Hernandez. A tal efecto, encargó a un equipo de historiadores que elaborara esa lista. Se determinaron 2.937 nombres de ejecutados entre 1939 y 1944, como si el horror de muertes en Madrid hubiese empezado en 1939 y nunca hubiesen ocurrido las atrocidades que se cometieron en esta ciudad durante la guerra civil bajo el terror comunista y anarquista.

Aparte de esas listas, se decidió colocar tres placas de bronce con las siguientes inscripciones en cada una de ellas:


Placa 1:

 

Para la libertad me desprendo a balazos

de los que han revolcado su estatua por el lodo.

Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,

de mi casa, de todo.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,

ella pondrá dos piedras de futura mirada

y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan

en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño

reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.

Porque soy como el árbol talado, que retoño:

porque aún tengo la vida.

 

Miguel Hernández

 

Placa 2:

 

El pueblo de Madrid,

en memoria y reconocimiento a las cerca de 3.000 personas ejecutadas e inhumadas en esta necrópolis entre abril de 1939 y febrero de 1944. 

Que mi nombre no se borre en la historia.

 

Julia Conesa

(Julia Conesa fue una de las 13 mujeres (las trece rosas) fusiladas entre esos casi 3.000 ejecutados. Fue delatada por sus propios compañeros de las ‘juventudes socialistas unificadas’ –unificadas con los comunistas y fagocitadas por éstos– y acusada de participar en el asesinato el 27 de Julio de 1939, del comandante de la guardia civil Isaac Gabaldón, junto con su hija y su chófer. Su nombre no se borrará de la historia porque, con o sin esa lápida de 3.000 nombres, en el cementerio de la Almudena hay una lápida para las trece rosas allí donde están enterradas).

 

Placa 3:

 

Finalizada la Guerra Civil, la dictadura del general Franco reprimió ferozmente a sus enemigos políticos. Consejos de guerra carentes de cualquier garantía procesal dieron lugar a numerosas ejecuciones por fusilamiento o garrote vil.

 

Cuando en las elecciones municipales ganó José Luis Martínez-Almeida, parece que las lápidas de mármol con los 2.937 nombres, ya estaban grabadas, pero no colocadas. Las placas de bronce no estaban ni siquiera grabadas. En el consistorio se decidió revocar el acuerdo tomado y no ejecutado por el anterior gobierno municipal. Determinadas personas pidieron que se les entregasen esas lápidas, a lo que el Ayuntamiento, como es lógico, se negó. Las placas de bronce se colocaron en su lugar sin ninguna inscripción, como un simple elemento decorativo y, en el tríptico de mármol se grabaron las siguientes palabras:

“El pueblo de Madrid a todos los madrileños que, entre 1936 y 1944, sufrieron la violencia por razones políticas, ideológicas o por sus creencias religiosas. Paz, piedad y perdón”.

Tal vez convenga señalar que esas últimas tres palabras del texto finalmente grabado, fueron pronunciadas por Manuel Azaña, a la sazón presidente de la república, el 18 de Julio 1838, al final de un discurso en el Ayuntamiento de Barcelona. El párrafo final de ese discurso era:

“... y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordarán, si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción,  que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla [...] y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad, Perdón”.

El desprecio de la izquierda por la verdad histórica es patente en toda esta manipulación. Es cierto que, a partir de 1939, tuvieron lugar muchos juicios que acabaron en condenas a muerte. No me cabe duda de que algunos, o muchos, de esos juicios fueron terriblemente injustos y carecieron de muchas garantías procesales. Y me parece terrible y lamentable. Pero tampoco me cabe la más mínima duda de que otras muchas condenas –desde luego, no voy a aventurar el porcentaje de unas y otras– lo fueron por terribles crímenes de guerra cometidos entre 1936 y 1939, sin juicio de ningún tipo, en tapias o taludes de las afueras de Madrid, de un tiro en la nuca o en checas clandestinas, precedidos de torturas inhumanas. Condenar a estos asesinos fue, sin duda, un acto de justicia, por muy injustas que pudieran ser otras condenas. Y hay dos enormes diferencias entre los asesinatos de 1936 a 1939 y las condenas, injustas o justas, de la posguerra. De los primeros no existe ni la más remota documentación, ni se sabe dónde están enterrados los cuerpos de los asesinados, mientras que las segundas, injustas o justas, sin o con garantías jurídicas, están totalmente documentadas y los ejecutados están enterrados en en cementerio de la Almudena, como “reza” la segunda placa. Fue sin duda de esas fuentes jurídicas documentadas de dónde sacaron esos precisos 2.937 nombres que forman la lista. Quien pueda decir con esa precisión los asesinados en Madrid entre 1936 y 1939, que levante la mano.

Así pues, basta de las burdas manipulaciones –o insidiosas mentiras– de la izquierda mentirosa. Y, desde luego, mi aplauso a la iniciativa del nuevo gobierno del Ayuntamiento de Madrid. Creo que entre las palabras que finalmente se han puesto en las lápidas y la lista que se quería poner y el texto de las placas hay un contraste como el del día con la noche o el de la verdad histórica con la burda manipulación. Y sé de lo que hablo porque mi abuelo y varios de mis tíos fueron asesinados sin ningún juicio, ni con pocas ni muchas garantías jurídicas, sin ninguna, en alguna tapia de un pueblo situado en un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme. Y fui educado en “paz, piedad, perdón”. Así que, eso: “Paz, piedad, perdón”.

 

Tomás Alfaro Drake

2 comentarios:

  1. Que horror fue!! Dios nos proteja y nos de la para algunos 'aburrida' paz! La necesita España para ser prospera y humana

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  2. Sí, necesitamos la "aburrida" paz como el comer.
    Abrazo.
    Tomás

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