1 de julio de 2021

El Bien Común y el caballo percherón

 Si quisiese argumentar todas y cada una de las afirmaciones que hago en estas páginas, en vez de ser tres, serían trescientas treinta y tres y me mandaríais, con razón, a escardar cebollinos. Por eso, por mor de la brevedad, seré un poco tajante y no justificaré mediante argumentos colaterales las afirmaciones que haga, pero estoy absolutamente disponible para comentar o discutir mis argumentos sobre cualquier tópico de los que van a continuación. De muchos de ellos, tengo cosas escritas que los argumentan. De otros tendría que escribirlos, pero si me pedís razón de lo que digo y no tengo nada escrito sobre ello, lo escribiré encantado para llenar el hueco. Así que no os cortéis un pelo.

Como no puede ser de otra manera, el Bien Común, así, con mayúsculas, me parece un desiderata en cualquier aspecto de la conducta humana y, en particular, en la Economía. No creo que haya una sola persona de buena voluntad que no admita esto.

Mi problema estriba en que soy incapaz de definir el Bien Común mediante una definición operativa que permita poner los medios para lograrlo. Además, he hablado con muchas personas sobre su concepto de Bien Común y siempre me he encontrado con ideas vagas, siempre cargadas de buena voluntad, a menudo contradictorias entre sí y nunca operativas. Lo más acertado que he encontrado es la definición que de él hace el documento Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II. Dice:

El bien común es el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección.

Me parece muy buena definición, pero no sé cómo aplicarla al caso de la Economía, aunque, tal vez, al final de este escrito, sí pueda encontrar una forma de hacerlo.

El inmenso riesgo que se corre cuando se habla del Bien Común –en todos los campos, pero tal vez en Economía más que en cualquier otro– es caer en lo que podríamos llamar el buenismo común. A continuación, me embarco en un razonamiento (incompleto, como he dicho más arriba) acerca de adónde nos lleva ese buenismo común si lo tomamos por el Bien Común.

Un primer aspecto de este buenismo común se podría llamar denuncia de la desigualdad. No hablo de pobreza[1], sino de desigualdad. La desigualdad no es mala en sí misma si no tiene la injusticia como base. Digo como base y hablo de justicia de forma cualitativa. Me parece falaz e inútil discutir cuantitativamente sobre la medida de la desigualdad que la hace injusta de por sí, aunque su causa no sea injusta. Aquí habría una larga argumentación que omito.

Luego viene el término pobreza relativa, que es una falacia fácilmente desenmascarable y a la que el buenismo –o los que utilizan el sentimiento buenista para su ideología– quita inmediatamente el adjetivo relativa y dice, por ejemplo, que en España hay un 30% de pobres.

Inmediatamente viene la redistribución de la renta o de la riqueza, naturalmente, a cargo del estado. (Argumentación omitida)

El siguiente paso es el sacralizado estado del bienestar, muy distinto de hacer que los realmente más necesitados no se queden sin una sanidad, una educación u otros posibles servicios básicos de calidad por el hecho de ser pobres. Por supuesto, el estado del bienestar se realimenta positivamente a sí mismo y sigue una dinámica que le lleva a la elefanteasis, lo que, a su vez, conduce a unos presupuestos del estado megalómanos. (Argumentación omitida).

Para financiar estos gastos, siempre crecientes. del estado del bienestar hay que crear un sistema impositivo asfixiante que se salta a la torera cualquier principio de justicia fiscal, amén de ralentizar cada vez más la economía desincentivando las inversiones y contrataciones. (Argumentación omitida).

Pero como ni así se llegan a cubrir los gastos siempre crecientes, se empieza un proceso de déficits presupuestarios en aumento, financiados con un endeudamiento disparatado y enormemente injusto generacionalmente. Si Keynes levantase la cabeza, se volvería a morir del susto al ver lo que se está haciendo en nombre del keynesianismo, pero le estaría bien empleado el volverse a morir por haber abierto una pueta por la que los buenistas manipulados han entrado en manada (Argumentación omitida).

Y, claro, para financiar este endeudamiento disparatado, los Bancos Centrales, en teoría independientes, se lanzan a la ingente creación de dinero para mantener artificialmente bajos los tipos de interés y mandando a TODOS los agentes económicos (porque los tipos de interés afectan a TODOS), señales falsas que les llevan a decisiones equivocadas. Eso, además de sacar el dinero del bolsillo de unos (ahorradores) para meterlo en el de otros (endeudados), además de alimentar la burbuja del estado, alimenta diferentes burbujas que, cuando estallan, producen crisis que se achacan al capitalismo (Argumentación omitida).

Y ya, lanzados a intervenir los precios del dinero, el estado se lanza a intervenir los precios otros muchos bienes, como los carburantes, la electricidad, los salarios, etc., creando nuevas distorsiones graves en las señales a los agentes económicos, que llevan, otra vez más, a decisiones equivocadas, que crearán nuevas crisis de las que, naturalmente, también se culpará al capitalismo. Y como Bancos Centrales y gobiernos salen limpios de responsabilidad por estas actuaciones, están siempre dispuestos a aplicar una y otra vez las mismas medidas sin sentido. (Argumentación omitida).

Pero ahora le llega el turno a los impuestos que, en palabras inauditas de la inefable ministra de Hacienda, María Jesús Montero, no son recaudatorios, sino educativos. Es decir, el gobierno va a decir a los ciudadanos que fumar, beber alcohol o bebidas edulcoradas, tener un coche diesel y otras muchas cosas están mal. Y para que sean buenos, esos productos que consumen como niños malos, les saldrán más caros. (Argumentación omitida y, espacialmente una muy importante sobre por qué los liberales, no los libertarians, están en contra de la liberalización de las drogas).

Y ya, puestos a educar en el consumo, ¿por qué no se va a meter el estado en educar a los ciudadanos en los valores que él considera buenos? Y, claro, estos valores son los valores posmodernos, fruto de otra deriva, ésta filosófica, empezada hace unos ocho siglos con Guillermo de Occam (por citar a un “primer culpable”) seguido por Descartes, Kant, Hegel, Marx, Rossemberg et alter. Ahí tenemos los nacionalismos, el comunismo, el nazismo, el relativismo moral y la posverdad, de los que también mucha gente culpa al capitalismo, que es siempre un cómodo chivo expiatorio de todo (Argumentación omitida).

Esto, naturalmente, no es Bien Común, sino mal común, porque lleva al desastre y, en medio del desastre es imposible que se den el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección. (Argumentación omitida)

Visto lo que es el mal común al que lleva el buenismo común, tal vez a sensu contrario podamos ver cómo se puede obtener el Bien Común en la Economía. La solución no es difícil técnicamente, pero es imposible cultural y sociológicamente, ya que el marxismo, que ha perdido estrepitosamente la batalla económica, va ganando por goleada la guerra ideológica. Se trata de quitarle al caballo percherón[2] todo, o la mayor parte del lastre que se le ha ido poniendo en el último siglo, si tomamos el New Deal de Roosevelt como punto de arranque, o el último siglo y medio, si tomamos la Alemania de Bismarck. Sin duda, el caballo percherón, liberado de la mayoría de su carga nos acercaría, sin llegar nunca, al conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección, en lo que a condiciones económicas se refiere, que es lo que se puede pedir a la Economía (Argumentación omitida).

Por supuesto, el capitalismo, que no es un sistema económico sino una evolución simbiótica de la naturaleza humana con el lícito anhelo humano de satisfacer cada vez más necesidades materiales y espirituales, no está libre de lacras. Pero son lacras de la naturaleza humana caída. Lacras de las que no se libra ni una sola institución humana, empezando por la parte humana de la Iglesia. No es el sistema capitalista el que hay que cambiar adicionándole experimentos sociales mejor o peor intencionados, sino que, lenta y laboriosamente, sin atajos, es el corazón del hombre lo que hay que cambiar. (Argumentación omitida).

[1] El otro día leí una frase del Papa Francisco que, a mi vez, cito de memoria y que tal vez no lo haga textualmente. Decía: “La Iglesia a cedido al comunismo el protagonismo de la lucha contra la pobreza”. Es difícil encontrar una frase tan buenista, propia de un Papa buenista como Francisco. El comunismo jamás a tenido ningún protagonismo en la lucha contra la pobreza, sino que ha sido maestro y protagonista en crear miseria económica, física y antropológica. Es el capitalismo el que ha hecho, sigue haciendo y seguirá haciendo retroceder la pobreza. Larga argumentación que omito.

[2] Frase atribuida a Churchill: “Muchos ven al empresario como un lobo al que hay que matar. Muchos más como una vaca a la que hay que esquilmar. Pero muy pocos lo ven como el caballo percherón que tira del carro”. Yo uso “el caballo percherón” como el sistema de libre empresa o capitalismo.

2 comentarios:

  1. Nunca me ha gustado la expresión "bien común" porque induce a pensar que el bien no es objetivo sino que lo define el interés general. No me gusta aunque se utilice en la Iglesia.

    Basta con referirse al Bien.

    ResponderEliminar
  2. Hola Attikus
    Es que es una expresión confusa y que, si no se tiene mucho cuidado, y generalmente nadir tiene, conduce a un estúpido buenismo que es la conversión de bien en estupide y, al final, en mal
    Abrazo
    Tomás

    ResponderEliminar