28 de febrero de 2008

La máquina izquierdista de manipulación

Tomás Alfaro Drake

Siempre me ha llamado la atención la capacidad de la izquierda para inducir a la sociedad a medir con raseros distintos sus actuaciones y las de la derecha. Un artista puede decir que es stalinista y se le perdona como a un niño una travesura. Pero si se descubre en el pasado de otro que tuvo algún tipo de complacencia con Hitler, se le fusila al amanecer. Y entre Stalin y Hitler, me costaría decidir con quien preferiría pasar una velada. Si un político dice que Castro ha elevado el nivel cultural de los cubanos, se considera una afirmación razonable. Pero si se le ocurre afirmar que Pinochet evitó el hundimiento económico de Chile iniciado por Salvador Allende, puede olvidarse de ganar las elecciones en los próximos veinte años. Y no sé muy bien en qué es mejor Castro que Pinochet. Si un gobierno de izquierdas, por desidia, irresponsabilidad e incompetencia consigue que en un incendio forestal mueran un grupo de bomberos, la cosa no pasa de unos días de protesta en algunos periódicos que inmediatamente se tachan de revanchistas antigubernamentales. Pero si durante un gobierno de derechas se hunde un petrolero cerca de las costas de Galicia, cualquier logro posterior, sea cual sea, quedará empañado durante muchos años por culpa de ese accidente y parecerá como si el petrolero lo hubiese hundido el gobierno. Podría poner muchos ejemplos más pero, para qué, está claro a qué me refiero, que cada uno ponga el suyo y, si no lo encuentra, que se preocupe por su poca perspicacia.
¿Cómo ha logrado eso la izquierda? Inventando la máquina izquierdista de la manipulación. Lo mismo que una turbina se rige por las leyes de la termodinámica, ésta máquina tiene sus leyes que la hacen funcionar. Y esas leyes son tres.
La primera es la mentira. No la mentira aislada y tímida, no. La mentira descarada, lanzada con la convicción de la verdad, sistemática y repetida hasta la náusea y amplificada –hasta que parezca verdad– por unos cuantos periodistas y medios que serán premiados con prebendas mediáticas. Y la mentira que mejor hace funcionar la máquina es la mentira de que el otro miente. No digo que la derecha no mienta, pero no lo hace como sistema y, por lo tanto, sus mentiras tienen fisuras y por ellas es por las que se filtra, la envuelve y engulle la mentira omnipresente de la izquierda.
La segunda es el propósito a largo plazo, histórico. La derecha carece de propósito histórico. Vive al día. Trabaja para que en un mañana inmediato haya menos paro, para que baje la inflación, para obtener de la Unión Europea mayores fondos de cohesión, para crear para hoy mejores condiciones de vida cotidiana. Cosas concretas de hoy para mañana. La izquierda no. La izquierda tiene una visión histórica. Quiere establecer un supuesto paraíso en la tierra: el paraíso socialista. De ahí proviene esa supuesta superioridad moral que proclama la izquierda y que parece justificar cualquier actuación suya. Porque para ese fin vale cualquier medio. Y para ello tiene una única estrategia y un amplio abanico de tácticas que utiliza según las circunstancias históricas. Si hay que arrinconar temporalmente una de ellas, se arrincona, se reniega de ella y se usa otra, hasta que la primera vuelva a ser útil. Entonces se vuelve a sacar de la caja de herramientas. Hoy no está de moda la dictadura del proletariado. Incluso la palabra marxista suena mal. Pues la izquierda ya no es marxista y, desde luego, detesta la dictadura del proletariado. Pero siempre habrá un Largo Caballero si la ocasión se presenta.
La tercera es el desarme intelectual de los ciudadanos, sustituyendo el sentido crítico por consignas ideológicas y el razonamiento por una especie de sentimentalismo buenista. Y ello, desde la educación a todos los niveles. Sólo enseñanzas técnicas, nada de formación humanista. Que no se estudie demasiada filosofía ni se sepa mucha historia, no sea que se descubra el pastel. Fin a la cultura que ha dado origen a nuestra civilización y, sobre todo, guerra a la religión que ha dado origen a nuestra cultura. Y, naturalmente, a muerte con la Iglesia, que es la encarnación de esa religión. Más aún después de lo de Polonia en donde, sin ninguna de las divisiones por las que preguntaba Stalin, un Papa acabó con un sistema. Y si para dañar a la Iglesia católica hay que apoyar al Islam que, como todos sabemos, es una religión que apoya con entusiasmo la democracia y abandera la dignidad de la mujer, pues se le apoya. Los valores cabeza abajo o, mejor aún, todos al mismo nivel, que cuando todo vale lo mismo, nada vale nada. Es más fácil manipular a personas sentimentaloides y debidamente adoctrinadas que a ciudadanos con sólidos criterios que saben que hay valores y principios que ni siquiera por mayoría pueden ser abolidos.
¿Alguien cree que exagero? Pues no hago más que resumir los principios de acción política diseñados por Antonio Gramsci, Secretario General del Partido Comunista de Italia allá por los últimos años veinte. Mussolini cometió la crueldad, la injusticia y, sobre todo, la estupidez, de meterlo en la cárcel desde 1928 hasta su muerte en 1937. Allí, Gramsci, mente lúcida y adelantada a su tiempo, tuvo mucho para pensar y escribir. En pleno stalinismo se dio cuenta de que la dictadura del proletariado estaba condenada al fracaso en Occidente y diseñó los principios de la termodinámica de la máquina izquierdista de la manipulación para instaurar el paraíso socialista por otros métodos. Definió los enemigos: la cultura occidental, los valores “burgueses” y, en especial, la Iglesia católica. Y todo lo dejó escrito en una obra que se llama “Los cuadernos de la cárcel”; el manual de instrucciones de la izquierda actual. Tal y como lo he descrito más arriba. Mientras en la Unión Soviética fracasaban el stalinismo, el kruchofismo, el breznefismo el andropofismo y otras hierbas inviables en Occidente, a Europa llegó el eurocomunismo, de la mano de Enrico Berlingüer, de un converso Santiago Carrillo y de un no muy convencido Georges Marchais que decían escandalizarse de un stalinista declarado –porque creía que podía triunfar–, Álvaro Cunhal. En la siguiente “generación”, tras el estrepitoso hundimiento del sistema soviético, ni siquiera el nombre de eurocomunista era aceptable y, en España, un PSOE, que dijo renegar del marxismo y que dice aceptar las leyes de la democracia y del mercado –que remedio, no hay otro sistema–, es el responsable de engrasar la máquina izquierdista de la manipulación, a mayor gloria de Gramsci. El que tenga oídos para oír, que oiga.

24 de febrero de 2008

La Vía Láctea, nuestro inmenso castillo

Tomás Alfaro Drake

Nuestro sistema solar está dentro de la galaxia de la Vía Láctea. Sí, es la misma Vía Láctea que vemos en el cielo por la noche como una mancha lechosa que lo cruza de un lado a otro. La vemos así porque la vemos desde dentro. Si la viésemos desde lejos, veríamos una bola central, el bulbo, enormemente brillante, lleno de miles de millones de estrellas muy juntas, y rodeado de un disco fino, con unos brazos espirales que se extienden hacia fuera en ese disco. Es una galaxia espiral. Hay otros dos tipos de galaxias: elípticas e irregulares. Ninguna de estas dos pueden generar las condiciones necesarias para la vida. Las órbitas de sus estrellas son tan caóticas y excéntricas que, si tuviesen planetas, serían muy pronto arrancados de ellas. Las galaxias espirales son, de lejos, las menos frecuentes. Nuestra Vía Láctea es de las galaxias más grandes que existen. Y la vida necesita, para aparecer, de una galaxia gigante. En las galaxias pequeñas y medianas, no se podrían haber producido todavía las suficientes explosiones de supernovas como para generar los materiales que tienen que poblar el espacio para que aparezca la vida. Pero, estas galaxias espirales gigantes tienen un grave peligro: Alojan en su núcleo un inmenso agujero negro que devora toda la materia que se le acerca generando un infierno de radiación. Es como el ogro del castillo. El ogro de la nuestra Vía Láctea, que lo hay, parece estar dormido. No se “oye” la radiación que emiten los agujeros negros al devorar a sus víctimas. Es muy improbable que la vida sea posible en una galaxia con un gran ogro furioso. Nuestro castillo es, por tanto, una joya. Espiral, suficientemente grande como para tener un laboratorio en el que haya todo tipo materiales, pero con el inevitable ogro profundamente dormido. Más aún, las galaxias no suelen encontrarse solas. Se agrupadan en los llamados cúmulos de galaxias. A su vez, estos cúmulos están agrupados en supercúmulos y estos, en super-supercúmulos que parecen alineados en estructuras filamentosas, como una tela de araña tridimensional. Por poner un símil, el universo puede parecerse a un viñedo. Las cepas están agrupadas en hileras. En cada cepa hay muchos racimos, en cada racimo hay muchas uvas y en cada uva hay muchas pepitas. Pues bien, nuestro cúmulo de galaxias, nuestra uva, es una uva con muy pocas pepitas. La Vía Láctea está en un cúmulo de galaxias que se llama el Grupo Local. Hay en nuestra uva, el Grupo Local, dos pepitas muy grandes, la propia Vía Láctea y la galaxia Andrómeda. Luego hay otras dos pepitas medianas, las dos galaxias llamadas Nubes de Magallanes y, por fin, unas 30 galaxias enanas más. Normalmente, los cúmulos de galaxias suelen tener muchas más galaxias y, además, muy próximas unas de otras. Es decir, nuestra uva es muy grande y tiene pocas pepitas, por lo que cada pepita está bastante lejos de las demás. Esto es muy importante para que haya vida, porque si las galaxias de un cúmulo están demasiado próximas, se producen mareas gravitatorias entre ellas que dificultan, incluso impiden, que sus estrellas tengan planetas. El astrónomo Sydney van der Bergh dice que las galaxias son como las personas, cuanto más las conoces más te das cuenta de lo peculiar que es cada una. Sin embargo, hay personas más peculiares que otras. Y nuestra Vía Láctea parece que es una de las más peculiares. O sea, que del inmenso número de galaxias del universo, unos 100.000 millones, sólo una mínima fracción es capaz de alojar vida. En ese sentido, cuando se dice que la Vía Láctea es un galaxia más entre cien mil millones, se está obviando algo muy importante: que tiene unas capacidades que la habilitan para el premio Nobel de galaxias. Decir que Richard Feyman, el premio Nobel de física más joven de la historia, es un ser humano más entre miles de millones, es decir sólo la mitad de la verdad. Decir que la Vía Láctea es una galaxia más, es olvidar que es una de las escasas espirales, que es una de las poquísimas gigantes, que su ogro está dormido y que está uno de los rarísimos cúmulos con pocas galaxias muy alejadas unas de otras.

21 de febrero de 2008

Fierté, vanidad, orgullo, soberbia y humildad.

Tomás Alfaro Drake

El francés y el español son lenguas emparentadas. Ambas vienen del latín. Pero parece como si en el camino ambas hubiesen adquirido u olvidado palabras que expresan conceptos e ideas importantes. Tal vez fuese una interesante investigación lingüística averiguar la causa de esas lagunas en una y otra lengua. En francés no existe la una palabra que exprese el concepto de soberbia. Y no es que este sea un pecado capital del que estén libres los franceses. Tienen el término “orgueil”, que puede usarse como soberbia, pero que significa el orgullo. En español, en cambio nos falta el equivalente de la palabra francesa “fierté”. La “fierté” expresa el sano orgullo. Es ese orgullo, no reñido con la humildad, por un logro, tal vez espléndido, pero duramente conseguido. “Je suis fier de toi”, le puede decir un padre a su hijo para expresarle que está orgulloso de él, que ve en él el fruto de todos los esfuerzos de una vida por que un ser humano desarrolle al máximo sus capacidades. Cuando, ya en la madurez del hijo y en la vejez del padre éste le dice a aquel “je suis fier de toi”, ¿quién podría ver en esta frase ni rastro de orgullo, en el mal sentido de la palabra? Es cierto que en español, el contexto diferencia cuándo se usa orgullo en el buen o mal sentido. Estoy orgulloso de ti, le dice un padre a su hijo, y sabemos que se refiere a la "fierté". Es un hombre lleno de orgullo, dice una persona de otra, y sabemos que se refiere al "orgueil". Pero la precisión del lenguaje es una de las maravillas de la palabra.

El sano orgullo –la “fierté”– es inmediatamente distinguible del orgullo maligno –el "orgueil". En cambio, ya en puro español, nunca he tenido absolutamente clara la diferencia entre vanidad, orgullo del malo y soberbia. Todas estas consideraciones sobre el francés y el español nacen de la lectura de un libro en francés. Y ha sido un francés el que me ha aclarado perfectamente las diferencias[1].

La vanidad es la falta de verdad, por error, estupidez o mala voluntad, en la apreciación de la propia valía. El vanidoso se atribuye una valía personal mayor de la que realmente tiene. Si lleva su vanidad al extremo cae en un patético ridículo.

El orgulloso, en cambio, puede tener una justa apreciación de su valía, y ésta puede ser enorme. Pero su engaño consiste en que considera que el mérito de esa valía es única y exclusivamente suyo. No soporta pensar que ha llegado a esa valía ayudado por otros y que, sin ellos, no hubiese llegado a estar donde está. Es un desagradecido que suele pagar la ayuda que le prestan con el olvido o, peor aún, con el rencor y el resentimiento. No quiere la cercanía de quienes le han ayudado, porque le recuerdan su dependencia. “El orgullo es el amor desordenado a la propia excelencia"[2]. El máximo grado del orgulloso es considerar que uno no le debe nada a Dios, que no necesita su ayuda en absoluto.

La soberbia es la falta de verdad acerca de nuestra posición e importancia en el mundo. El mundo es una cadena de causas y efectos que se desarrolla en el tiempo. Al soberbio le gustaría ser la más importante de las causas. Naturalmente no puede. Pero sí puede engañarse acerca de su posición en el ranking. Puede convencerse de que su impacto en la marcha de la vida es más grande de lo que en realidad es. Eso le hace sentirse poderoso. No soporta pensar que alguien pueda tener más influencia que él en los acontecimientos. Quiere controlar totalmente su vida, sin pedir nada a nadie. Aunque es difícil, el soberbio puede no ser orgulloso y hasta ser agradecido. Puede reconocer el mérito de sus padres o de sus educadores en haberle hecho como es y agradecérselo, pero piensa que una vez que ha llegado a ser lo que es, su impronta en el mundo será mayor que la de cualquiera que le haya ayudado a llegar a donde está. En su grado máximo, vomita la sola idea de Dios. No puede pensar, naturalmente, que él mismo es Dios, aunque le gustaría serlo, pero sí puede negar su existencia. Y de hecho, la soberbia es la causa más importante de la increencia y la más difícil de erradicar. El diablo, que no puede negar la existencia de Dios, le odia, precisamente porque Dios es Dios y él no. El hombre, en el fondo de su alma, si logra estar a solas consigo mismo, tampoco puede negar la existencia de Dios, aunque se diga ateo. Por eso el soberbio en grado extremo odia a un Dios en el que dice no creer y ante el que, si de verdad no creyese, sólo debería mostrar indiferencia.

La humildad es el antídoto a los tres pecados de vanidad, orgullo y soberbia –la “fierté” no es en modo alguno un pecado. Decía santa Teresa que la humildad es vivir en la verdad. Y así es. El que vive en la verdad sabe su auténtica valía, reconoce que está en deuda con mucha gente que le ha ayudado a alcanzarla, con Dios en primer lugar, y se sabe una ínfima causa en un universo inmenso regido por un Dios providente sin el que no podría ni tan siquiera existir y en el que él sólo puede arañar la superficie por mucho poder que tenga. Sabe también que sin la colaboración de muchas personas no podría ser causa eficiente de casi nada. Busca el apoyo y la colaboración de todo el mundo y lo agradece. Sobre todo, contempla lleno de asombro y embargado por un sentimiento de pequeñez y gratitud la grandeza y la belleza del cosmos y del Dios que lo ha creado.

Entonces es auténticamente grande.
[1] Henri Hude. L’Éthique des décideurs. Presses de Renaisance. París, 2004.
[2] Frase tomada al pie de la letra del libro citado.

17 de febrero de 2008

Respuesta a la entrada "Ideas de Polibio"

Justo después de publicar la nueva entrada sobre "El camino hacia la posmodernidad... 3", encuentro un comentario de Juan Luis a la entrada anterior "Ideas de Polibio". Me dice:

Tomás, si hace unos días nos descubrías el Principio de Machado-Alfaro (que, en su versión breve podría ser algo así como: "cuando uno abre una puerta, aunque crea que es una locura, no puede extrañarse de que otro venga y la cruce"), ahora nos descubres el Ciclo de Polibio (anarquía-monarquía-tiranía-aristocracia-oligarquía-democracia-oclocracia-anarquía)

¿habrá alguna otra salida? ¿Podremos recuperar la democracia destituyendo a los oclócratas?


Esperando que esta entrada, sólo unos minutos posterior a la nueva de "El camino..." no haga que pase desapercibida la anterior por ser la penúltima, le contesto:

Bueno, el ciclo de Polibio es de Polibio, yo no descubro nada, pero me parece muy actual. ¿Habrá salidas a ese ciclo? A diferencia de Polibio que, como griego que era creía en el "fatum" del ciclo inexorable de la historia, yo creo -y conviene resaltar que esta idea no tiene otro origen histórico más que el judeo-cristianismo- que el ser humano es libre y dueño, por lo tanto, de su propio destino. Por lo tanto creo que sí nos es posible dar marcha atrás en el ciclo y recuperar la democracia desde la oclocracia sin tener que recorrer la órbita completa. Pero el hecho de que sea posible, no descarta la posibilidad del desastre. Sólo con el ejercico responsable de la libertad, guiada por la ley natural, con una firme voluntad y con la ayuda de Dios, Señor de la historia, puede ser posible. Pero la historia demuestra que a veces la humanidad ha tenido que empezar el ciclo desde el principio. La caída del Imperio Romano fue una muestra de ello. Y hay muchas más. Mi maestro para esto ha sido Arnold J. Toynbee con su monumental obra maestra "El estudio de la historia". Su repetida lectura y la reflexión a que me ha llevado me ha permitido hacer un resumen de unas 100 páginas de esta obra que te enviaré si me das tu mail, como a cualquiera otro que lea estas líneas.

Desde luego, es necesario destituir, democráticamente, desde luego a los oclócratas demagogos y nacionalistas. No es fácil, desde luego, pero no imposible. Ahora temenos una oportunidad y si no, dentro de cuatro años. Aunque me temo que dentro de cuatro años la oclocracia habrá avanzado tanto que las posibilidades de marcha atrás serán mucho menores. Como es mucho más difícil pactar ahora con los oclócratas nacionalistas de lo que lo fue para Aznar en su primera legislatura. Pero en fin, Dios es el Señor de la historia y como decía Tolkien en una carta a su hijo:

“Ningún hombre puede jamás saber lo que está acaeciendo 'sub specie aeternitatis' (bajo la perspectiva de la eternidad)[1]. Todo lo que sabemos, y en gran medida por experiencia directa, es que el mal se afana con amplio poder y perpetuo éxito... en vano: siempre preparando tan sólo el terreno para que el bien brote de él”[2].

Así que manos a la obra.

Muchas gracias por tus entradas.

Tomás Alfaro Drake

Tomás.
[1] La traducción es mía y más o menos aproximada. Desde luego, no aparece en el original. Tanto Tolkien como su hijo Christopher tenían la cultura clásica necesaria como para entenderlo con naturalidad, sin traducción.
[2] Carta a su hijo Christopher, movilizado en Sudáfrica, el 30 de Abril de 1944. Es una respuesta a una carta de su hijo en la que le cuenta su desánimo.

El camino hacia la posmodernidad y el nuevo renacimiento 3

Tomás Alfaro Drake

Introducción

El 6 de Enero, en una entrada de este blog dedicada a Simone de Beauvoir, me comprometí a hacer un análisis de cómo el pensamiento occidental ha derivado hacia la posmodernidad. Luego, pensé que no me bastaba con ese análisis. Necesitaba ver qué reacción estaba habiendo en este pensamiento contra esa decadencia. No me gusta la palabra reacción ni contra. Lo que se está produciendo no es una reacción contra nada, sino un reavivamiento del pensamiento sano que hizo posible Occidente y de cuyas rentas ha venido viviendo nuestra cultura dilapidando una preciosa herencia. Por eso he llamado a esta “reacción” “nuevo renacimiento”. No sé exactamente a dónde me llevará este intento, pero se dice que el que no se arriesga, no cruza el mar. Así que empiezo hoy una serie de escritos que espero sirvan para algo y que no sean demasiado densos ni demasiado largos. Pero no sé cómo me saldrá el intento. Este párrafo iniciará cada una de las “entregas”, para recordar para qué los escribo. No recomiendo empezar la lectura de esta serie por cualquier sitio. Si alguien está interesado en ella, creo que es mejor remontarse al primero, publicado el 20 de Enero del 2008.

Jean Jacques Rousseau (1712-1778)

Rousseau es, muy probablemente, el más original de todos los pensadores de este camino hacia la posmodernidad y, también seguramente, el que más huella ha dejado en ella, compartiendo este dudoso privilegio con Kant y Nietzsche. Y lo ha hecho dejando su impronta en acontecimientos e ideas tan dispares como la de la soberanía popular, la instrucción pública, el comunismo, la Revolución Francesa, el romanticismo o la ética del sentimiento. Autodidacta, no tiene precedentes claros aunque, por vía de negación, sea la antítesis de Hobbes y Locke. Su pensamiento tiene una vertiente política y ética, como la de estos empiristas ingleses, pero no aborda, como algunos de éstos lo hacen, el tema del origen del conocimiento.

Su pensamiento socio-político puede resumirse como sigue:

El hombre “natural” vivía aislado y carecía de una naturaleza social. A diferencia de Hobbes, no cree que viviese en guerra contra todos, sino que vivía en una idílica armonía consigo mismo, con sus semejantes y con la naturaleza. Introduce así la imagen del “buen salvaje”, dotado de una suerte de inocencia natural y de una bondad innata y viviendo en una igualdad y libertad absolutas. Tampoco existía en su mundo el concepto de moral. Esta condición natural pertenece, en palabras del propio Rousseau, a un estado que ya no existe, que quizá nunca haya existido y que, probablemente, nunca vaya a existir, pero que le resulta útil para reflexionar.

Pero el hombre se ve forzado a vivir en sociedad y es precisamente ésta la que le corrompe. Al aparecer la sociedad, el hombre comienza a perder la libertad, y las desigualdades comienzan a ganar terreno cuando se establece el derecho de propiedad y la autoridad para salvaguardarlo. Entonces, la sociedad se convierte en un engaño, los hombres se unen supuestamente para defender a los débiles pero, en realidad, lo que hacen es defender los intereses de los más ricos. Las diferencias son claras: ricos-pobres; poderosos-débiles; amos-esclavos. La conciencia es el único reducto incólume, aunque casi ignorado. El hombre, fuera de sí, está alienado. El progreso científico y cultural es, en realidad, un engaño pergeñado para mantener el dominio de los poderosos. Aunque Rousseau se cuenta entre los filósofos de la Ilustración francesa, sus ideas chocan frontalmente contra ella. El progreso, la civilización, la razón, exaltada hasta el infinito por los ilustrados son vistos por Rousseau como fuente de degradación del ser humano.

¿Qué hacer? Volver atrás es imposible. La respuesta está, para Rousseau, en la educación. Pero no en la educación perversa que da la sociedad corrompida existente, sino una nueva educación en la que el hombre aprenda a actuar según sus sentimientos primitivos, no según la razón viciada por la sociedad. Lo auténticamente racional es vivir instalado en el puro sentimiento. Lo que el sentimiento le pide a cada uno, es bueno. Esta es la educación que hay que implantar. Los hombres se unirán entonces libremente en una sociedad con “una forma de asociación (...) mediante la cual cada uno, al unirse a todos, no obedezca, sin embargo, más que a sí mismo y quede tan libre como antes”. Se trata pues, de una nueva modalidad de contrato social que devuelva al hombre su estado “natural” sin que por ello deba dejar de pertenecer a una comunidad. No es un contrato entre individuos, ni de los individuos con un gobernante. Es un pacto de la comunidad con el individuo y del individuo con la comunidad. Cada uno de los asociados se une a todos y a ninguno en particular. Aparecen entonces, dos voluntades colectivas: La voluntad de todos y la voluntad general. La voluntad de todos es discordante, pero todo el mundo puede expresarla. De ella surge, por mayoría, la voluntad general, a la que la voluntad de todos debe someterse. Entonces aparece el concepto de soberanía. El soberano es la voluntad general. Ésta es inalienable y no se delega. El gobierno es sólo un ejecutor de la ley que emana de la voluntad general, y puede ser siempre sustituido. Esta soberanía es indivisible, no hay división de poderes, como en Locke. De esta manera, la ley natural queda sustituida por la ley de la voluntad general. La voluntad general, el nuevo dios, es soberana para legislar contra la justicia, porque, en definitiva, la justicia es lo que ella diga. No es la democracia sujeta a una ley superior, es una contradicción en los términos, es la democracia Leviatán.

Ni que decir tiene que este planteamiento político resultó inaceptable para la época y Rousseau tuvo que huir a Inglaterra, aunque posteriormente pudo volver a Francia donde murió once años antes de que estallase la Revolución Francesa y sólo cinco antes de la promulgación de la constitución americana. Ambas hicieron suyas gran parte de las ideas de Rousseau. Curiosamente, también la ideología comunista se apropió de otra parte de ellas.

Pero para el objetivo de estas páginas interesa, más que la vertiente política de las ideas de Rousseau, sus ideas sobre la ética. No hay que olvidar que Rousseau es un pensador autodidacta y que para él, el sentimiento prima sobre la razón. Por eso aparecen en su pensamiento contradicciones que no es capaz resolver satisfactoriamente. Frente a una exaltación del sentimiento individual como rector soberano de la ética, aparece el deber del sometimiento a la voluntad general. Cómo conciliar estas dos fuentes de la ética –sentimiento y deber– es un dilema que Rousseau no puede resolver, sencillamente, porque no tiene solución, porque todo el asunto está mal planteado desde el principio.

Kant, como más adelante se verá, tomó partido por el deber a palo seco. El romanticismo, por el contrario, lo hizo por el sentimiento incontrolado que, aplicado a la política, trajo la secuela del nacionalismo, causa de tantas guerras, limpiezas étnicas y desgarramientos.

Rousseau intentó, como es natural, conciliar lo irreconciliable, pero su intento es, a todas luces incoherente. De repente, el buen salvaje, cuya naturaleza le llevaba al aislamiento y no a la sociedad, decide dar su consentimiento a la voluntad general. No un consentimiento razonado de mal menor, tampoco un consentimiento basado en el bien común, sino un consentimiento basado en un sentimiento de alegre sometimiento a esa voluntad. ¿Por qué? Porque no supone el sometimiento a ningún otro ser humano, a ningún poder personal. Ni siquiera al poder personal que surja de la voluntad general. Es un sometimiento a esa abstracta y “sagrada” voluntad, es decir, a todos y a ninguno. En definitiva al dios inmanente de la voluntad general. Este “milagro” se lograría, según Rousseau, gracias a la educación. Rousseau describe en su obra “Emilio” cómo debe ser el sistema educativo que logre el “milagro”. Es un sistema basado en que el educador no transmita sus conocimientos a su pupilo, ya que todo conocimiento está viciado y, además, no es el que libremente quiere adquirir el educando. Tampoco debe imponerle su voluntad de ninguna manera. Simplemente tiene que ir enfrentando su naturaleza pura con la representación de la inflexible voluntad general, personificada en él, para que su pupilo vaya descubriendo, él solo, los mecanismos de adaptación de su libertad personal al la voluntad general.

Rousseau jamás puso a prueba su sistema educativo. Al contrario, abandonó a sus cinco hijos, de uno en uno, en un orfanato de beneficencia. Su discípulo, Heinrich Pestalozzi, sí lo intentó. Aplicó el método con su hijo Jakob, creando en él graves trastornos, pues el chico no sabía si su padre era el ultraliberal personaje que jamás le imponía sus ideas o el intransigente ogro que representaba el papel de la voluntad general. En los años 70 del siglo XX, la moda de la llamada educación antiautoritaria fue, probablemente, el experimento social más parecido a la educación Roussoniana. Su fracaso resultó estrepitoso. En un principio Rousseau pensaba que esta educación debería estar en el ámbito privado. Pero en un libro suyo –“Consideraciones sobre el gobierno de Polonia”–, publicado póstumamente, abogaba por la creación de un sistema educativo público. No parece que la educación propugnada en el “Emilio” sea la clave para que se produzca el milagro de convertir al buen salvaje en un ciudadano responsable. Muchos de los que aún defienden las ideas de Rousseau sostienen que nunca ha sido bien entendido. Puede ser, pero más bien me parece que se basa en una concepción utópica e irreal de la naturaleza humana y de la sociedad. Tal vez lo que mejor describa ese erróneo entendimiento de la naturaleza humana y esa contradicción entre deber y sentimientos sea el siguiente párrafo tomado de su obra “Diálogos”:

“He dicho que Jean Jacques no era virtuoso[1]. ¿Y cómo serlo estando subyugado por sus inclinaciones, siendo débil y no teniendo más guía que su propio corazón en vez del deber y la razón? ¿Cómo podría reinar la virtud, que es trabajo y combate, en medio de la molicie y los dulces pasatiempos? Será bueno, porque así lo hizo la naturaleza; hará el bien, porque le resultará agradable practicarlo. Pero cuando se trate de combatir sus más caros deseos y desgarrar su corazón para cumplir con su deber, ¿lo hará también? Mucho lo dudo. La ley de la naturaleza, o, por lo menos, su voz, no llega hasta ahí. En tal caso se requiere que otra voz mande, y que calle la naturaleza. Pero ¿sería capaz de ponerse en tales situaciones violentas, de las que nacen tan crueles obligaciones? Lo dudo mucho más...”[2].

Sin embargo, la respuesta existía ya en la cosmovisión anterior al inicio de este camino hacia la posmodernidad. Entonces se consideraba al hombre como un ser social por naturaleza. Tendía –precisamente por esa naturaleza– a la búsqueda del bien común como aspiración fundamental. Buscaba racionalmente ese bien común. Se equivocaba, se traicionaba a sí mismo, pero su naturaleza tendía a ello. Era hombre. Esa era –esa es– la ley natural, y no un sentimiento melifluo. En cambio, Rousseau esperaba que su “buen salvaje”, al verse obligado a vivir en sociedad contra su hipotética naturaleza, se convirtiera, por alguna alquimia misteriosa que él llamaba educación, en ángel. El hombre real, se puede transformar lenta y trabajosamente, a lo largo de un arduo proceso personal e histórico, en un hombre mejor. Y lo hace porque su naturaleza, aunque muchas veces se oponga a ella, es la de ser hijo de un Dios que le ha creado por amor. Sólo el amor es la solución de este nudo gordiano. Un amor que no es sólo un sentimiento sino, además, el convencimiento racional en la existencia de un Dios que ama a todos los hombres por igual, y al que debemos retribuir con el mismo amor que Él nos da. Amor dirigido a Él y al resto de los hombres. Porque, “gran cosa es el amor. El amor ha nacido de Dios y sólo en Dios puede ser fijado. El que ama tiene alas, vive en la dicha, es libre, nada le ata. Lo da todo a cambio de todo y posee todo en todo, porque descansa encima de todo en esa unidad soberana de donde fluye y procede todo bien. Para el amor nada es pesado; el amor no conoce lo imposible; todo le es permitido y le es posible. Se basta en todo. El amor es circunspecto, humilde y recto; ni débil ni ligero, ni ocupado en cosas vanas; es sobrio, casto, perseverante, tranquilo, y está en guardia sobre todos sus sentidos. El amor vela y en el sueño no se duerme; en la fatiga no tiene laxitud, ni en la angustia inquietud, ni en el temor perturbación. Es veloz, sincero, piadoso, agradable y gozoso, fuerte, paciente, fiel, prudente, de constancia viril y jamás se busca a sí mismo...”[3]. Sólo ese amor puede conciliar deber, sentimiento y razón y hacer del primero algo jugoso en vez de árido. Pero no con un chasquido de dedos dado por el sistema educativo de Rousseau sino a través de una ardua lucha en la historia del hombre contra su naturaleza caída. A través del ejercicio de la virtud –que es fuerza en latín– y que se adquiere por el entrenamiento arduo –y a pesar de todo, alegre, en el amor– del bien. Y nada de eso puede lograrse si no es ayudado por el amor de ese Dios, Padre y Creador. Y ese amor recibe el nombre de gracia. Pero, contra esta idea unitaria, otra vez aparece el efecto de la esquizofrenia, esta vez entre el sentimiento y el deber. Rousseau por un lado y Kant y sus continuadores, de los que hablaré en la siguiente entrega, por el otro.

Juan Luis, un lector de mi anterior entrada sobre “el camino...”, me señala “que los errores filosóficos no son sino la exaltación de una parte de una verdad, perdiendo una visión global. Y cuando uno descubre algo equivocado en ese camino, en lugar de volver a la visión global toma otra parcela de la realidad y la magnifica...” y bautiza este principio como el principio Chesterton, basándose en una idea de este agudo escritor inglés que viene a decir que “si los grandes pensadores hubieran leído más los clásicos, se habrían dado cuenta de que su ‘gran idea’ no era más que una ‘pequeña idea’ que ya había sido considerada y enmarcada en un contexto adecuado por los autores clásicos”.

Pues bien, sólo la virtud –teologal, por cierto– del amor permite esa visión global que nos salva de la esquizofrenia del sentimiento contra el deber, o de la libertad contra la obligación.
[1] En los Diálogos y en otras obras suyas, Rousseau gustaba hablar de sí mismo como si fuese otro personaje que hablase de él.
[2] Diálogos; Segundo diálogo.
[3] Tomás Kempis. Imitación de Cristo III, 5.

14 de febrero de 2008

Ideas de Polibio

Leo en un libro del insigne historiador D. Luis Suarez[1] algo que me llama la atención acerca del también insigne historiador, del siglo II a. de C., Polibio. Polibio, como buen griego, creía en una historia cíclica en la que los acontecimientos y los regímenes políticos se sucedían y repetían como las órbitas de los planetas.

Según cuenta, toda organización política empieza con la monarquía. No debemos confundir el concepto griego de monarquía con el actual. La monarquía no implicaba para los griegos la existencia de un rey. El monarca no tenía por qué ser coronado ni su gobierno solía ser hereditario. Tampoco admite comparación con nuestras actuales monarquías parlamentarias. Era, como su etimología indica, el gobierno omnímodo de una sola persona. En principio, la monarquía era una petición del pueblo ante el caos del estado de anarquía previo al comienzo del ciclo. El buen monarca se atenía a una ley natural[2] que le hacía gobernar benéficamente a favor de sus súbditos.

Sin embargo, lo mismo que ocurre con el ciclo de las estaciones, el gobierno de ese uno, benéfico al principio, no podía evitar, con el paso del tiempo y la sucesión de monarcas, convertirse en tiranía por la corrupción del gobernante único. De esta forma, la monarquía degeneraba en tiranía. El tirano, dejándose llevar por sus deseos y haciendo caso omiso a la ley natural, sometía a los gobernados a su voluntad y caprichos cada vez más extravagantes.

Pero inevitablemente, los gobernados se las apañaban para derrocar al tirano y, escarmentados del gobierno de uno sólo, instauraban el gobierno de un pequeño grupo de personas. Estos eran, generalmente, los que habían derrocado al tirano y solían ser los mejores ciudadanos. El gobierno de este pequeño grupo de ciudadanos ejemplares constituía la aristocracia o, etimológicamente, el gobierno de los mejores. Mientras este gobierno duraba, la aristocracia respetaba las normas de la ley natural.

Pero también la aristocracia degeneraba en el simple gobierno de unos pocos, no necesariamente los mejores y sí, eventualmente, en una clase privilegiada que en vez de servir al pueblo gobernado según la ley natural, se beneficiaba a sí misma a costa del resto de los ciudadanos, resultando la situación aún peor que la tiranía. Era la oligarquía.

Por supuesto, este estado de cosas no podía perdurar y daba paso al derrocamiento de la oligarquía. Escarmentados de la traición del gobernante único o de una minoría, el pueblo decidía gobernarse él mismo, e instauraba la democracia. La democracia podía regirse por los deseos de la mayoría, pero también estaba frenada en su gobierno por la ley natural. Esto sí parecía infalible. ¿Cómo iba a traicionarse el pueblo a sí mismo?

Pues lo aparentemente imposible se hacía, inexorablemente, realidad. Los demagogos, los que engañaban al pueblo con señuelos populistas y con promesas incumplibles, se hacían indefectiblemente con el poder. Normalmente, estos manipuladores, explotadores de la ignorancia del pueblo, pretendían perpetuar esta ignorancia a través de un adoctrinamiento que extirpase la capacidad crítica de los gobernados y sometiéndolos a consignas tan intocables como contrarias a la razón. Se llegaba de esta manera a la oclocracia. Confieso que esta palabra, que desconocía completamente, fue la que me llamó la atención y la que me hace escribir estas líneas. La oclocracia es, ni más ni menos, que el gobierno de los peores en su propio beneficio y mediante la manipulación del resto.

Pero tarde o temprano el pueblo, airado, acababa por derrocar a los oclócratas –toma palabro que no he visto escrito pero que he deducido, que cada uno ponga nombres propios a estos personajes–, cerrando el ciclo de la órbita política que desemboca otra vez en la anarquía para que todo volviese a empezar.

Ni que decir tiene que no suscribo la visión cíclica de la historia de los griegos en general ni de Polibio en particular. La revelación bíblica nos ha enseñado que la historia, aunque tenga círculos y retrocesos, es, a vuelo de pájaro, lineal y que avanza hacia un final escatológico, su omega, que es el Reino de los Cielos. “Yo soy el que determina desde sus orígenes el curso de la historia: Yo soy el Señor desde el principio y lo seré hasta el final”, le inspira Dios a Isaías (41, 4). A este final, inalcanzable en este mundo, debe tender el hombre en uso de la libertad que Dios le ha concedido, si bien, a menudo retrocede por culpa del pecado, que nubla su razón y tuerce y debilita su voluntad para buscar el bien. En el tiempo, la ciudad terrena lucha contra la celeste y nosotros somos los actores libres de esa lucha.

Pero dicho esto, el concepto histórico de Polibio no deja de tener, en ese juego de avances y retrocesos de una historia lineal con una finalidad, su moraleja. ¿No estamos en este momento en el mundo en una fase de escalofriante descenso hacia la oclocracia? ¿No es oclocracia el populismo que devora tantos países en hispanoamérica? ¿No es oclocracia lo que sufren los países gobernados por regímenes teocráticos carentes de todo Logos? ¿No es un síntoma de la oclocracia el adoctrinamiento –léase educación para la ciudadanía– y la censura cultural a que quiere someternos a la fuerza el pensamiento débil y único de la posmodernidad? ¿No lo es la estúpida obsesión nacionalista con la que mediocres arribistas quieren echar por tierra logros de siglos de fructífera unión?
Y si estamos en una fase de declive mundial hacia la oclocracia, ¿qué debemos hacer con nuestra libertad para evitar que el ciclo de Polibio nos lleve otra vez a la anarquía y la democracia se mantenga sana? ¿Tal vez recuperar los valores naturales? ¿Tal vez sacar del baúl de los recuerdos el derecho natural que nos dice que no es lícito legislar, ni siquiera democráticamente, contra la naturaleza humana? ¿Tal vez formarnos debidamente y formar a nuestros hijos para tener criterios sólidos que nos –les– permitan razonar con rectitud e impidan que seamos –sean– manipulados? No estoy haciendo ninguna apología antidemocrática, soy un demócrata convencido, pero sí creo firmemente que ninguna democracia –ni ningún sistema de gobierno– puede legislar contra la ley natural sin destruirse a sí misma a medio plazo.
[1] Grandes interpretaciones de la historia. Prof. Luis Suárez Fernández, EUNSA, 1985, pag. 35.
[2] La ley natural no es una ley que llevemos impresa en nuestros corazones como una vaga idea abstracta del bien y el mal. La ley natural es aquella a la que nos lleva el uso correcto de la razón, que sí es algo que tenemos en nuestra mente y que, debidamente usada, nos lleva a la verdad y, a través de ella, al bien y a la justicia con independencia de modas, manipulaciones, intereses y demagogias, aunque sean mayoritarias.

10 de febrero de 2008

¿Cómo pudo aparecer la vida? III

Tomás Alfaro Drake

Este es el 12º artículo de una serie sobre el tema Dios y la ciencia iniciada el 6 de Agosto del 2007.

Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿Cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”

Soy un convencido de que la vida es un proceso metabólico y de custodia de la información que puede surgir a partir de la propia química. Pero, como dicen los propios científicos, la probabilidad de que lo haga es inconmensurablemente pequeña. Y si además tiene que responder a la vez a ambas exigencias, la metabólica y la de salvaguarda de información, cosa que no hacen ninguna de las dos teorías anteriores, pues más improbable todavía. Pero por lo que llevamos visto en esta serie de artículos, esa extrema improbabilidad de sucesos, no imposibles en sí mismos, es la firma del Diseñador. Si ya parecía razonable postular un Diseñador para dar respuesta a la ínfima probabilidad de un universo viable, parece más razonable todavía que sólo ese mismo Diseñador, pudiera sintonizar los diales de la radio para que sonase la música de la vida. Pero, indudablemente, para esto tuvo que interrumpir el descanso en el que le dejamos en un artículo anterior. En un libro que escribí hace unos años, me atrevía a poner a ese Diseñador el nombre de “El Señor del azar”. Es Señor del azar porque entre sus atributos está el de hacer que pase lo que espontáneamente podría pasar pero no ocurre por su altísima improbabilidad. Sólo así podría ocurrir lo siguiente: En una atmósfera como la de Miller, se forman aminoácidos con 3 a 6 átomos de carbono que, además, se engarzan en una cadena que forme una proteína. No cualquier proteína, no, sino una muy especial que llamaré “primigenia” y que describiré en breve. Al mismo tiempo, y muy cerca de esa proteína maravillosa, se forman nucleótidos que, además, se engarzan entre ellos para formar una cadena de ARN. El ARN es como un libro de instrucciones para fabricar proteínas. La cadena de ARN que se forme no puede ser una cualquiera. Tiene que ser una cuyo el libro de instrucciones permita generar tres nuevas proteínas también muy especiales. Pero un libro de instrucciones es perfectamente inútil si no hay nadie que lo lea y ejecute esas instrucciones. Vamos a analizar primero la proteína “primigenia”. Tiene que ser una proteína que sepa ejercer de lectora-ejecutora del libro de instrucciones del ARN. Veamos ahora la información que tendría que contener la cadena de ARN. Hemos dicho que debería ser el manual de instrucciones que permitiese el diseño de tres proteínas. Una que hiciese que el ARN se autocopiase, una segunda que hiciese que las instrucciones del ARN se convirtieran en proteínas y una tercera que desarrollase reacciones metabólicas. Una vez aparecidas, a partir del ARN, las dos primeras proteínas, la “primigenia” sería innecesaria y cuando se degradase, cosa que haría en poco tiempo, ya habría cumplido su función. A partir de entonces, la cadena de ARN se copiaría a sí misma de forma repetitiva, se traduciría continuamente en sus proteínas y administraría metabólicamente su energía. Estos son los signos característicos de la vida. Pero, la proteína “primigenia” y la cadena de ARN tendrían que estar, como se ha dicho antes, muy cerca, para poder reaccionar. Sólo así podría iniciarse el proceso que acabo de describir.

Supongo que el lector se habrá hecho un lío, y no le culpo. Pero no creo que le quepa duda que el Diseñador que diseñe el lío anterior, buen Diseñador será. Ahora, que eso pase por azar… suena a algo imposible, aunque no lo sea físicamente. Pero esa es la especialidad del Señor del azar. Hacer posible lo que sin ser físicamente imposible, lo es por inconmensurablemente improbable. ¿Es esto “sólo” filosofía? Puede. Tanto como son filosofía las teorías elaboradas para postular la aparición automática de la vida. Y creo que si Occam se diese un paseíto con su tijera por este artículo y los dos anteriores, serían los anteriores los que sufriesen su agresión. Porque yo sólo postulo un Diseñador. Muy inteligente, sí, pero sólo uno. En cambio, los artículos anteriores necesitan de una cadena increíble de azares fortuitos contra los que Occam no podría evitar ensañarse.

9 de febrero de 2008

Respuesta aun comentario sobre el cambio climático

Juan Luis me escribe:

Como siempre, es un placer contínuo aprender leyendote. Estoy completamente de acuerdo con tu postura, es la misma que yo tengo, aunque soy, quizá, un tanto más suspicaz en cuanto a los intereses ideológicos que hay detrás. El análisis es completísimo (todo el enfoque económico es nuevo para mí), sólo comento dos cosas "a vuela pluma":

1) Trabajo con gente que elabora modelos climáticos. Ellos son los que me dijeron que hasta hace muy poco los modelos del cambio climático no habían incluido correctamente el consumo (o secuestro dices tú) de CO2 de los bosques y del mar. Al hacerlo, los "horizontes" cambiaron drásticamente.

2) Se habla siempre de la deforestación del Amazonas pero es mucho más grave, según esta gente, la deforestación del norte de Rusia y Siberia.

3) A mí me impactó mucho las conclusiones del primer informe del PICC. Venía a decir que con los conocimientos del momento (1989) no se podía determinar si el aumento térmico era antropogénico o no, pero que cuando se pudiera determinar, ya no sería reversible. Actualmente, como tú dices, se sabe que hay un aumento del CO2 de orígen humano, pero no se sabe si el aumento térmico es debido a eso o estamos recuperando las condiciones previas a aquella Pequeña Edad de Hielo, pues no hay manera de estimar (actualmente) la temperatura global de la tierra hacia el 1000 o 1200. Se sabe, eso sí, que era más cálida, pero ¿cuanto más?

En fin, lo dicho, que gracias por un análisis tan detallado.

un saludo,Juan-Luis



Le contesto:

Querido Juan Luis:

Lo primero, te agradezco que te resulte un placer leerme.

Al grano: La verdad es que el tema está muy ideologizado. Demasiado. Parece que es una pieza de dos ideologías, la verde-progre y la liberal-conservadora. Yo, personalmente, aunque me encuadro en el lado liberal-conservador, me resisto como gato panza arriba a que este tema sea una pieza más. Es un tema demasiado serio para mideologizarlo. Nos jugamos mucho. Necesita objetividad, serenidad de criterio y análisis lo más riguroso que pueda hacerse. Lo contrario a su encuadramiento dentro de una postura ideológica, de un signo u otro.

Los modelos son aún hoy muy pobres, pero me parece que aún considerando el secuestro de CO2 por los bosques el panorama no es halagüeño. El efecto del mar sobre el CO2 es todavía muy mal conocido y, por tanto, mal modelizado. Otros aspectos que pueden influir son todavía más desconocidos.

Claro, el Amazonas está en el mundo conocido. Rusia y Siberia todavía están bajo la resaca de los hábitos de secretismo, ocultación y falsedad de la extinta URSS. Por eso, la ideología verde-izquierdista, se tapa el ojo.

Muchas gracias por tu comentario Juan Luis.

Tomás Alfaro Drake.

7 de febrero de 2008

Sobre el cambio climático

Tomás Alfaro Drake

Debo confesar que tras lo que pueda saber, poco o mucho, acerca del problema del cambio climático –más bien muy poco, puesto que nadie sabe mucho y yo desde luego soy de los que menos sé–, mi actitud se puede resumir en una palabra. Perplejidad. Intentaré explicar esta perplejidad y, a pesar de ella, expresar mi tímida opinión –si se le puede llamar así– sobre lo que pueda ser razonable hacer al respecto.

Causas de mi perplejidad:

1ª Todos los estudios sobre el cambio climático están basados en modelos computacionales que, necesariamente tienen que ser simplistas por dos motivos;

a) La inmensidad de las relaciones entre los miles de elementos que conforman el clima.
b) Nuestra enorme ignorancia sobre la inmensa mayoría de esos elementos y sus relaciones.

Por ejemplo; en gran medida, se ha reducido prácticamente el problema a la presencia de CO2 y metano en la atmósfera, pero ignoramos casi todo sobre los ciclos de realimentación del CO2 con los mares y seres vivos[1], corteza terrestre, manto subyacente, etc, o de la producción natural y antropogénica de metano[2]. Se ha pasado de refilón sobre cuestiones como la variación del albedo[3] terrestre inducido por el cambio climático mismo. Ciertos modelos que en las anteriores conclusiones del PICC[4] eran considerados valiosos, han desaparecido del panorama como irrelevantes[5].

Sin embargo, el PICC es lo más serio que puede haber en la materia y hay una casi absoluta unanimidad entre todos los científicos que lo integran acerca de la altísima probabilidad de que las influencias antropogénicas estén produciendo una clara tendencia hacia el calentamiento global, con consecuencias de extrema gravedad para el futuro del mundo. Por otro lado, otros científicos, no incluidos en el panel y, a veces –aunque no siempre–, auspiciados por intereses contrarios al cambio climático, son extremadamente críticos con sus conclusiones.

2ª Muchos estudios están teñidos de ideología o de intereses.

a) La ideología conservacionista, impregna el pensamiento dominante de la comunidad científica y de la sociedad. Muchos científicos, como seres humanos que son, no son inmunes a la influencia social y consecuencias para su carrera que pudiera tener ser críticos con ese pensamiento dominante.
b) Hay poderosos intereses económicos, que muchas veces se han caracterizado por practicar la política del avestruz, que quieren hacer prevalecer el “aquí no pasa nada, todo es agitación de los verdes insensatos”.
c) Los países emergentes no quieren saber nada –y no les faltan razones para ello– de lo que pueda suponer un freno a su progreso. Ahora que llegan a la fiesta, no admiten que los gordos les digan que no pueden tomar pastel porque engorda.
d) Los países productores de combustibles fósiles, se oponen a que se tomen medidas que puedan afectar a sus fuentes de ingresos.

3ª Los modelos utilizados por el PICC, cuestionables a escala planetaria, son excesivamente burdos para decir en qué zonas geográficas y con qué intensidad se manifestarán de forma especialmente cruda las consecuencias del cambio climático.

4ª No hay conclusiones claras sobre el impacto en la economía de:

a) Los costes de mitigar las causas del cambio climático. Algunas estimaciones hablan de un impacto negativo del 3% anual en el PIB mundial.
b) Los efectos si realmente se produjese el cambio climático. La horquilla que se baraja habla de impactos negativos entre el 5 y el 20% anuales.

No está claro cómo se repartirían esos impactos entre distintos países, aunque parece muy improbable que haya una mínima superposición entre las zonas que más lo padecerían y las que más esfuerzo deben y pueden hacer para evitarlo. En particular, es muy posible que determinados esfuerzos de mitigación puedan frenar drásticamente el crecimiento de los países emergentes o generar hambrunas en los menos desarrollados.

5ª No está claro el decalaje de tiempo entre las medidas de mitigación y los resultados de las mismas, ni la relación directa causa-efecto entre medidas mitigadoras y su efecto mitigador real.

6ª En tiempos geológicos se han producido, sin la intervención del hombre, cambios climáticos de mucha mayor envergadura que el que parece que se puede avecinar. Mínimas variaciones en la órbita terrestre o en la inclinación del eje de rotación de la Tierra o en la actividad solar pueden tener efectos enormemente mayores en el clima que los causados antropogénicamente. Sin ir más lejos, hay indicios científicos de que el Sol puede estar entrando en un ciclo de baja actividad que haga que el peligro en el próximo ciclo sea una glaciación en vez de un calentamiento global. Por supuesto que estos análisis también deben ser tomados, por muy científicos que sean, con la máxima cautela, porque pueden estar también contagiados por objetivos espúreos. Sin remontarnos a épocas prehistóricas, los resultados de recientes modelos, publicados en Nature en 2005[6], parecen indicar que hacia el año 1100-1200, hubo en la Tierra un calentamiento similar al que se está produciendo en la actualidad, seguido de una época conocida como la pequeña glaciación, hacia 1550-1750, en donde la temperatura fue notablemente más baja que en la actualidad[7]. Estos modelos vienen a poner en entredicho otros publicados en 1999[8] en los que se hablaba de una curva de temperaturas plana desde el año 1000 con una brusca subida, históricamente inédita, a partir de la era industrial. Esta curva de temperaturas, a la que se ha bautizado con el nombre de “palo de hockey”, ha sido utilizada como arma arrojadiza por los partidarios de la altísima probabilidad del cambio climático. Tras ser la “estrella” del PICC del 2001, el “palo de hockey” ha desaparecido misteriosamente en el del 2007, aunque Al Gore siga usándolo como vedette en su “incómoda verdad”.

Lo que sí está meridianamente claro es que la concentración de CO2 atmosférico ha aumentado dramáticamente en la era industrial, llegando a ser un 30% superior al nivel alcanzado en la época preindustrial, aunque también es cierto que ha alcanzado cotas altas en otras épocas geológicas en las que dicho crecimiento no podía achacarse al hombre porque ni siquiera había aparecido sobre la faz de la Tierra.

7ª La obtención de energía por medios alternativos que no estén basados en el uso de combustibles fósiles plantea arduas disyuntivas difícilmente calibrables.

Por un lado están los bioalcoholes y biodiéseles. Tienen la ventaja de que todo el CO2 que producen al quemarse lo han secuestrado de la atmósfera en los años de crecimiento de las plantas a través de la función clorofílica, por lo que su aporte de este gas invernadero es nulo en el horizonte de la vida de cada planta. El petróleo y otros combustibles fósiles, también tienen un origen orgánico, pero el carbono que poseen lo secuestraron de la atmósfera hace cientos de millones de años, por lo que al quemarse, todo el CO2 es, por así decirlo, añadido. Sin embargo, su la producción de biocombustibles entra en competencia con la producción agrícola para la alimentación humana y animal (que en última instancia es también para la alimentación humana), con el consiguiente encarecimiento de los alimentos. Se estima que el consumo en biocombustibles de un coche que recorriera 20.000 Km requeriría siete veces el consumo de grano de la dieta anual de una persona. Por otro lado, en Brasil, país pionero en la producción de biocombustibles, una parte importante de su superficie de cultivo a procedido de la deforestación de la selva amazónica, lo que, evidentemente, supone desnudar a un santo para vestir a otro. Además, para producir un Kw-h con estos biocombustibles, habría que gastar entre 0,5 y 0,8 Kw-h en el proceso. Si esa energía se produjese con combustibles fósiles, gran parte de su ventaja de no aportar CO2 a la atmósfera quedaría diluida. Es interesante reseñar que en el caso de los combustibles fósiles, basta con gastar tan sólo 1 o 2 Kw-h para obtener 100 Kw-h. Sin embargo, esta eficacia es, como se ha dicho, a costa de una gran liberación de CO2. Es preciso reconocer que, en ausencia del problema del efecto invernadero, los combustibles fósiles son un auténtico tesoro, un gran regalo de la naturaleza, guardado durante cientos de millones de años, que nos ha permitido un progreso impresionante.

La energía eólica y la solar están sujetas a variaciones metereológicas que las inhabilitan para ser la base del suministro energético estable. Además, las células fotovoltaicas requieren del uso de titanio, material escaso y peligroso no degradable.

Los costes humanos de la construcción de grandes presas para la generación hidráulica son inabordables (desplazamientos de grandes masas de población, anegamiento de pueblos, pérdida de superficie cultivable, etc), al menos en países desarrollados.

De las energías actualmente disponibles, sólo la nuclear, a pesar de los problemas que plantea, parece que pueda ser la base de la producción energética, ya que tampoco arroja absolutamente nada de CO2 a la atmósfera. Sin embargo, únicamente en el último informe del PICC se aboga directa y claramente por esta forma de producción de energía que ha sufrido desde hace más de treinta años la terrible acometida propagandística de los grupos ecologistas. Como anécdota, es curioso reseñar que James Lovelock, ecologista y padre de la teoría Gaia, de la que hablaré más adelante, ha decidido apoyar la energía nuclear el día que le plantaron un generador eólico en el idílico entorno de su casa.

Por otro lado, nuevas tecnologías, todavía no desarrolladas, podrían ser una alternativa. Entre ellas está la del hidrógeno. La combustión del hidrógeno es totalmente limpia, puesto que el único subproducto de la misma es agua. Pero la cultura del hidrógeno tiene más de mito que de realidad factible. No existe hidrógeno libre en la Tierra, por lo que hay que producirlo. Esto se puede hacer de dos maneras. La primera a partir del cracking de hidrocarburos, como se hace con la gasolina. El problema que esto plantea es que al quitar el hidrógeno de los hidrocarburos, lo que queda es CO2, por lo que su supuesta limpieza de gases invernaderos queda inmediatamente eliminada. La segunda manera de obtener hidrógeno libre es a partir de la electrolisis del agua. Pero en este caso, se gasta más energía en producirlo –amén de transportarlo– que la que da cuando se quema. Por lo tanto la energía obtenida de él es tan limpia como lo sea la que se usa para obtenerlo, por lo que el problema queda sin resolver. Además, el transporte del hidrógeno es enormemente problemático pues hay que licuarlo, para lo cual hay que almacenarlo y transportarlo a temperaturas muy bajas –el hidrógeno no se puede licuar temperaturas superiores a -252º (el cero absoluto es -273º)– y, aún así, se producen cuantiosas pérdidas. Por último, las pilas de hidrógeno con las que habría que equipar a todo motor que quisiese usarlo como combustible, requieren de cierta cantidad de níquel. Si todos los automóviles instalasen estas pilas, no está claro que hubiese suficientes reservas de este elemento en la Tierra.

Otra tabla de salvación para evitar inyectar CO2 en la atmósfera, es secuestrarlo en el momento en que se produce. Aunque todavía no es una tecnología totalmente desarrollada, las centrales térmicas de nueva generación deberían tener los dispositivos necesarios para capturar el CO2 que producen e inyectarlo, bien en el mar a gran profundidad, donde se disolvería, bien en zonas profundas y porosas de la corteza terrestre que lo retuviesen hasta que la tectónica de placas lo llevase de nuevo al manto en escalas de tiempo geológicas. Esto, como es lógico encarecería notablemente la energía.

La energía de fusión nuclear, sí que sería la panacea energética del mundo. Es una energía completamente limpia, tanto desde el punto de vista del efecto invernadero como desde el radiactivo, cada gramo de hidrógeno fusionado en helio produciría una energía inconmensurablemente mayor de la necesaria para su electrolisis y su suministro sería prácticamente inagotable a partir del agua de los mares. Pero parece que es algo que no estará disponible en el horizonte de tiempo que se requiere. Entre los científicos se dice jocosamente que para la energía de fusión faltan siempre cincuenta años.

8ª Las medidas de ahorro energético –edificios, automóviles, aparatos eléctricos, bombillas de bajo consumo[9], etc.– son absolutamente indispensables y hasta es muy posible que tengan un efecto positivo sobre la economía. Pero no conviene subestimar los posibles efectos segundarios de algunas de ellas. Por ejemplo, las llamadas bombillas BFC (Bombillas Fluorescentes Compactas), cuyo consumo se está fomentando masivamente –consumen el 25% de la energía de una bombilla normal–, contienen alrededor de 5 miligramos de mercurio cada una. En Estados Unidos se estima que se han vendido en 2007, dos mil millones de unidades, lo que representa el 5% del total. En Australia hay un programa para que en el 2010, todas las bombillas sean BFC. Si en USA todas las bombillas fuesen BFC, el mercurio usado para su fabricación sería de 200 Tm. al año. Actualmente en USA se reciclan tan sólo el 25% de esas bombillas, si bien hay estados, como Vermont, en el que los índices de reciclaje son más elevados. El mercurio de las bombillas no recicladas acabaría indefectiblemente en el mar. A título estimativo, en una lata de atún, no debería haber más de dos décimas de miligramo de mercurio[10].

9ª No están debidamente calibrados los retos tecnológicos que serían necesarios para conseguir llevar a la práctica las medidas mitigadoras.

10ª No es imposible que la Tierra tenga mecanismos de realimentación negativa que puedan contrarrestar por si mismos los efectos antropomórficos, aunque, de ninguna manera está claro que estos posibles mecanismos de realimentación y la duración de su ciclo de compensación, caso de que éste existiese, fuesen compatibles con la solución del problema.

A pesar de la perplejidad que me causa todo lo arriba enunciado, no puedo evitar sacar algunas conclusiones por inseguras y vagas que sean.

1ª Tenemos una obligación moral ineludible con las generaciones venideras para legarles un mundo en el que puedan habitar con dignidad.

2ª Ante la inédita gravedad para la historia del hombre sobre la Tierra de las consecuencias del cambio climático, si llegase a producirse, la actitud del avestruz me parece miope hasta el suicidio.

3ª Ante las incertidumbres, aunque pequeñas, de la realidad y envergadura del proceso de cambio climático, del posible coste de las medidas mitigadoras y de la correlación entre su puesta en marcha y el logro de sus objetivos, creo, aunque lo que voy a decir parezca una perogrullada, que es necesaria una gran prudencia en la actuación. Debemos ser muy selectivos a la hora de decidir qué medidas mitigadoras deben y cuales no deben ponerse en marcha, sin que este carácter selectivo de las medidas de mitigación suponga falta de energía o aplazamientos peligrosos.

Por tanto, tanto la política del avestruz como la de “hágase todo a cualquier precio”, me parecen actitudes peligrosamente erróneas. Sin embargo, dada la inercia que supone el iniciar un programa de actuación enérgico, no me parecen negativas actuaciones mediáticas, tal vez un tanto exageradas desde un punto de vista analítico, pero movilizadoras desde el punto de vista de la acción. Me refiero, naturalmente, a todo el montaje mediático de Al Gore y su “Verdad incómoda”, si bien, debería evitarse el recurso a modelos puestos en entredicho.

4º Creo que, sea cual sea la realidad y envergadura del problema, la investigación, tanto básica –sobre los mecanismos que rigen el clima, los ciclos del carbono y otros elementos, los procesos de realimentación climática de la Tierra, etc.–, como tecnológica –métodos de ahorro energético, fuentes alternativas de energía, secuestro de CO2, desarrollo de nuevos materiales, etc.–, son oportunidades de desarrollo. Si algo ha demostrado la investigación básica y tecnológica desde que el hombre existe sobre la Tierra, es que, con independencia de cuales hayan sido las razones por las que se han emprendido, han dado siempre frutos de desarrollo y creación de riqueza en todos los campos de la actividad humana. No es descartable –sino que más bien es bastante probable– que este nuevo reto produzca ese fruto, superándose de esta manera la estimada disminución del 3% del PIB de las medidas mitigadoras.

5ª Me parece de justicia elemental que los costes de las medidas de mitigación que se adopten no perjudiquen –o lo hagan en la mínima medida posible– el progreso de los países en desarrollo o infradesarrollados. Creo que esta situación brinda a la humanidad una oportunidad para desarrollar con generosidad su sentido de la justicia distributiva.

6ª Esta situación debería ser, para los habitantes del mundo desarrollado, una llamada de atención que fomentase una mayor austeridad en nuestras costumbres, algo que no nos vendría mal, aún en ausencia del cambio climático.

Me voy a permitir, por último, una reflexión, de tipo más existencial y filosófica que científica o económica, pero que surge, creo que inevitablemente, ante esta encrucijada, probablemente la más ardua de su historia, en la que se encuentra la humanidad. Los juicios sobre esta situación pueden enfocarse desde dos posibles cosmovisiones[11].

La primera es la cosmovisión existencialista. Según ésta, el hombre es un ser que ha aparecido en el cosmos por puro azar, sin que su existencia tenga ningún sentido o finalidad. Es una simple colocación accidental de los átomos, una pasión inútil. Desgraciadamente, esta cosmovisión, por razones inexplicables, es la que está intelectualmente de moda. La teoría de Gaia, de la que hablé anteriormente, es una consecuencia de esta cosmovisión. Afirma que la Tierra es un organismo superior, del que los seres humanos somos meros parásitos. Mientras no la molestemos demasiado, nos tolerará, pero si la despertamos, acabará con nosotros con reacciones como el cambio climático. Si esta cosmovisión es cierta, el hombre no está diseñado para los retos que tiene que abordar ni, mucho menos, viceversa. Sería como si en el proceso educativo de una persona se eligiese al azar si el examen que tiene que pasar a los ocho años es el de 5º de ingeniería, 4º de filosofía, 1º de BUP o 3º de primaria. Tarde o temprano, más bien temprano, suspendería el examen. Y el suspenso puede suponer, en el caso de los retos de la Tierra, la muerte. A lo más que podríamos aspirar es a hacer pellas, a pasar desapercibidos ante este gigantesco organismo de Gaia, aunque sea a costa de la miseria de millones de esas pulgas que son los seres humanos para esta cosmovisión. Si es así, ¿cómo podemos ser responsables ante las futuras generaciones? Pero ni esta cosmovisión, ni mucho menos la teoría Gaia, están respaldadas ni científica ni filosóficamente.

La segunda cosmovisión sería la de que el hombre es la finalidad del universo y que éste existe, precisamente para que aquél aparezca. Esta cosmovisión se está viendo cada vez más respaldada por teorías con base científica –naturalmente, de la ciencia del siglo XX y XXI, no la decimonónica–, aunque en ninguna forma demostrativas, que podrían englobarse bajo el paraguas del universo de diseño inteligente[12]. Naturalmente, si esta cosmovisión fuese cierta, no sería, de ninguna manera, una patente para el quietismo. Quienquiera que sea el diseñador, nos ha dotado de una inteligencia para, a través del desarrollo tecnológico y ético, vencer los obstáculos que se nos presenten en el camino hacia la finalidad para la que hemos sido diseñados. Tendríamos que prepararnos arduamente cada examen, pero nos encontraríamos cada vez con el examen para el que estamos preparados. Visto así, sería un buen diseño del plan de estudios de ese profesor-examinador que justo al agotarse –o volverse demasiado peligroso– el regalo de la sustancia orgánica enterrada y transformada en petróleo a lo largo de los últimos cientos de millones de años, nuestra tecnología nos permitiese utilizar el recurso inagotable del agua del mar mediante la fusión nuclear. Tal vez el examen que tengamos que superar sea de dos asignaturas: la de tecnología, y la de salvar éticamente el lapso entre una situación y otra. Me permito acabar con una cita de los salmos:

“Él (el Señor) convierte los ríos en desierto,
los manantiales en tierra árida;
transforma la tierra fértil en campo de sal,
por la maldad de sus habitantes.
Convierte los desiertos en estanques,
y la tierra reseca en manantial,
para establecer allí a gente hambrienta,
que funde una ciudad donde habitar,
siembren campos, planten viñas y recojan su cosecha.
El Señor los bendice, se multiplican
y hace que aumente su ganado.
Y cuando son pocos y andan abatidos,
agobiados por desdichas y calamidades,
el que cubre de vergüenza a los príncipes
y los hace errar por desiertos sin veredas,
levanta de la miseria a los pobres,
y multiplica sus familias como rebaños.
Los honrados lo ven y se alegran,
mientras todos los malvados permanecen callados.
El que sea sabio, que tenga en cuenta todo esto,
y medite sobre el amor del Señor”
[13].
[1] No se sabe muy bien, pero parece posible que un aumento de la temperatura del mar fomente la proliferación de crustáceos y moluscos, que tienen gran cantidad de carbono en su caparazón. Carbono que extraerían de la atmósfera, realimentando negativamente el efecto invernadero.
[2] El metano es un gas con un efecto invernadero mucho mayor que el CO2 aunque sus concentraciones en
la atmósfera son mucho menores. Sin embargo, hay recientes estudios, no aceptados por muchos, que hablan de la producción de metano no antropogénico por parte de las plantas, en proporciones mucho mayores que la producción antropogénica. Véase Investigación y Ciencia de Abril del 2007: “Metano, plantas y cambio climático”. Frank Keppler y Thomas Röckman.
[3] El albedo terrestre es la capacidad de la tierra para reflejar la luz solar. Si la tierra reflejase una mayor fracción de la luz del sol, el calentamiento se transformaría en enfriamiento. Las nubes aumentan notablemente el albedo y el calentamiento global incrementaría la nubosidad, por lo que el propio cambio climático induciría una realimentación negativa que haría que se autocompensase. Sin embargo, todo esto no son más que especulaciones factibles pero difíciles si no imposibles de modelizar..
[4] Panel Intergubernamental para el Cambio Climático. Es el órgano científico de la Convención Marco sobre el Cambio Climático, auspiciada por la Organización Metereológica Mundial y el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Lo forman un conjunto de representantes y científicos expertos de más de 120 de países. Tiene su germen en una comisión de distinguidos metereólogos que se reunieron en Cap Cod en 1979 para hacer un estudio sobre el efecto invernadero para la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos. En 1989 se reunió por primera vez y cada seis años elabora un informe sobre la verosimilitud y consecuencias del cambio climático. Hasta ahora han tenido lugar cuatro informes; en 1989, 1995, 2001 y 2007. Como todo organismo supranacional, no está exento de fuertes intereses políticos, amén de que muchos países sin potencial científico manden a este panel a personas que más que científicos son comisarios políticos.
[5] Más adelante se hablará del famoso “palo de Hockey”.
[6] A. Moberg et al. 2005, Nature 433: 613-617
[7] Las mediciones de temperaturas y concentraciones de CO2 en tiempos pasados se obtienen de muy diferentes fuentes, como por ejemplo, anillos de crecimiento de árboles fósiles, testigos de hielo de Groenlandia y la Antártida, sedimentos de los fondos de los océanos, isótopos de distintos elementos en diferentes épocas, etc.
[8] Michael Mann et al. 1999 Geophysical Research Letters 26: 759-762
[9] No hay que olvidar entre las medidas de ahorro energético la simple austeridad en el uso de energía por los particulares, especialmente en los países desarrollados. El efecto de que cada persona consumiese un, por ejemplo, 10% menos de energía usando la tecnología disponible en cada momento, sería espectacular.
[10] Investigación y Ciencia, Diciembre 2007, Bombillas tóxicas, David Appell, pag. 10-11.
[11] Dado que la palabra cosmovisión puede sonar demasiado abstracta, doy la “definición” que a mí me parece más acertada de qué es una cosmovisión. No es, estrictamente hablando, una definición. Es una frase sacada del libro “La democracia en América” escrito por Alexis de Tocqueville en 1840. Dice así: “No hay casi acción humana, por particular que se la suponga, que no nazca de una idea muy general que los hombres han concebido de Dios, de sus relaciones con el género humano, de la naturaleza de su alma y de sus deberes hacia sus semejantes. No se puede evitar que esas ideas sean la fuente común de donde surge todo lo demás. Por tanto, los hombres tienen un interés inmenso en concebir ideas muy firmes sobre Dios, su alma, sus deberes generales hacia su creador y sus semejantes, porque la duda sobre esos puntos dejaría al azar todas sus acciones y las condenaría, en cierto modo, al desorden y a la impotencia. Es esa la materia en la que resulta más importante que cada uno de nosotros tenga ideas sólidas y en la que, desgraciadamente, resulta muy difícil que cada uno, dejado a sí mismo y con el sólo esfuerzo de su razón, llegue a fijar sus ideas”.

[12] Véase el libro “The privileged planet. How our place in the cosmos is designed for discovery”; Guillermo González y Jay W. Richards; Regnery Publishing Inc. 2006.
[13] Salmo 107 (106), 33-43.

4 de febrero de 2008

Comentario a mi entrada "El camino hacia la posmodernidad... 2"

Juan Luis hace un comentario a la segunda entrega de la serie de "El camino..." Me dice.

Debería llamarse, si acaso, Principio de Machado-Alfaro o Alfaro-Machado.

Estoy de acuerdo con tu principio, lo has descrito de una forma muy gráfica. En la misma línea está una frase que pones en el párrafo de Berkeley: "cuando uno abre una puerta, no puede extrañarse de que otro venga y la cruce", por muy buenas intenciones que tenga. Siempre he pensado eso mismo de Descartes: el pobre, tan creyente él, quería afirmar la existencia de Dios y lo hizo como segundo o tercer principio, no me acuerdo. Pero su análisis del Dios "que no deja que nos engañen" es tan endeble que nadie se lo tomó en serio, se quedaron con el "Cogito ergo sum" y, de ese modo, puso los cimientos a la ruptura con la realidad, al idealismo filosófico.

Por otro lado, lo de la esquizofrenia filosófica también me parece un hallazgo muy descriptivo y, en esa misma línea, aún podrías enunciar otro principio. Siempre me ha parecido que los errores filosóficos no son sino la exaltación de una parte de una verdad, perdiendo una visión global. Y cuando uno descubre algo equivocado en ese camino, en lugar de volver a la visión global toma otra parcela de la realidad y la magnifica...

Creo que fue a Chesterton a quien leí un análisis sobre algo similar: venía a decir que si los grandes pensadores hubieran leído más los clásicos, se habrían dado cuenta de qeu su "gran idea" no era más que una "pequeña idea" que ya había sido considerada y enmarcada en un contexto adecuado por los autores clásicos. Buscaré la cita exacta y te la pondré.un saludo,


Le contesto.

Muchas gracias Juan Luis. No creo que la paternidad el principio Machado sea mía. Sólo le he dado un nombre original. El otro principio, el de la esquizofrenia filosófica le podríamos llamar Juan Luis-Chesterton o Chesterton- Juan Luis.

Un abrazo.


Tomás Alfaro Drake

3 de febrero de 2008

El camino a la posmodernidad y el nuevo renacimiento 2

Tomás Alfaro Drake

Introducción

El 6 de Enero, en una entrada de este blog dedicada a Simone de Beauvoir, me comprometí a hacer un análisis de cómo el pensamiento occidental ha derivado hacia la posmodernidad. Luego, pensé que no me bastaba con ese análisis. Necesitaba ver qué reacción estaba habiendo en este pensamiento contra esa decadencia. No me gusta la palabra reacción ni contra. Lo que se está produciendo no es una reacción contra nada, sino un reavivamiento del pensamiento sano que hizo posible Occidente y de cuyas rentas ha venido viviendo nuestra cultura dilapidando una preciosa herencia. Por eso he llamado a esta “reacción” “nuevo renacimiento”. No sé exactamente a dónde me llevará este intento, pero se dice que el que no se arriesga, no cruza el mar. Así que empiezo hoy una serie de escritos que espero sirvan para algo y que no sean demasiado densos ni demasiado largos. Pero no sé cómo me saldrá el intento. Este párrafo iniciará cada una de las “entregas”, para recordar para qué los escribo. No recomiendo empezar la lectura de esta serie por cualquier sitio. Si alguien está interesado en ella, creo que es mejor remontarse al primero, publicado el 20 de Enero del 2008.

El empirismo inglés.

Inglaterra, siempre menos especulativa y más pegada al terreno que el continente, dio a luz una corriente de pensamiento opuesta al racionalismo pero que, como éste, nace de una actitud de profunda desconfianza sobre la posibilidad de certeza en el conocimiento. Se trata del empirismo. Esta corriente desarrolla dos temas diferentes.

El primero de sus grandes temas (A) tiene que ver con la forma que tiene el ser humano para adquirir conocimiento. El segundo (B) se refiere más bien a las formas de organización política y a la teoría del estado.

El tema A podría estar representado por Francis Bacon (1561-1626), (al que no hay que confundir con Roger Bacon, filósoso franciscano inglés del siglo XIII), John Locke (1632-1704) y David Hume (1711-1776). También se suele estudiar, junto a los empiristas a George Berkeley (1685-1753) aunque es más bien un seguidor muy “sui generis” de Descartes

En el tema B encontramos a Thomas Hobbes (1588-1679) y, otra vez, a John Locke (1632-1704)

Esta adscripción de cada filósofo a cada tema es bastante forzada, porque todos ellos tratan, aunque en mayor o menor medida, ambos temas. Aunque parece que, para un estudio del pensamiento abstracto, la corriente B es de menos interés, voy a comentarla, porque sin ella, son incomprensibles los fenómenos del nazismo y el comunismo o la democracia. En los comentarios, voy a seguir el orden arriba expuesto antes que el cronológico.

Tema A: Teoría del conocimiento en el empirismo inglés.

Francis Bacon (1561-1626)

Francis Bacon es anterior a Descartes, aunque en estas líneas se haya tratado de éste con anterioridad. Bacon, como Descartes, asesta un golpe a la teoría del conocimiento de origen aristotélico. Y lo hace antes que Descartes. Pero lo hace, al contrario que éste, rechazando de plano el método deductivo de conocimiento basado en la concatenación de silogismos. Descartes buscaba una base para establecer una premisa mayor de un primer silogismo que sirviese de cimiento al conocimiento. Creyó encontrarlo en el “pienso, luego existo”. Bacon niega de plano que pueda existir una premisa mayor de validez universal, con lo que echa por tierra toda fuente de conocimiento deductiva. Echa mano entonces del método inductivo. De la percepción de la realidad por los sentidos, a través de la observación de distintos fenómenos, la mente puede extraer denominadores comunes que se traduzcan en leyes. Pero niega la posibilidad de conocer algo nuevo que vaya más allá de lo que nos dicen los sentidos, dado que el resultado de la extracción de ese denominador común, ya está implícito en lo observado y no hay manera de ir más allá al no aceptar el razonamiento deductivo. Si bien esto no lleva de lleno al escepticismo[1], sí da un paso importante hacia él. Es importante darse cuenta de la disección que se ha hecho de la teoría del conocimiento aristotélica en dos mitades contrapuestas. Mientras Aristóteles dice que todo conocimiento viene en primera instancia de los sentidos y que luego la razón elabora auténtico nuevo conocimiento, El racionalismo niega a los sentidos ningún aporte de conocimiento, mientras que el empirismo se lo niega al razonamiento. Acaba de entrar la esquizofrenia en la filosofía.

John Locke (1632-1704)

De Locke hablaré más adelante acerca de su teoría política y del estado que es su aportación más importante. En la teoría del conocimiento es un eslabón más hacia el escepticismo, que alcanzará su meta con David Hume.

David Hume (1711-1776)

Para Hume, lo máximo que la mente humana puede conocer es un conjunto de sensaciones que, de una forma más o menos arbitraria, conecta entre sí, dando lugar a un constructo sin existencia real o, en términos más filosóficos, sin esencia. Cuando decimos “manzana”, no sabemos, en realidad a lo que nos estamos refiriendo. Simplemente, nuestra mente ha puesto juntas –ha yuxtapuesto– en un mismo saco un conjunto de sensaciones, color, forma, tacto, sabor, etc., a lo que hemos dado el nombre de manzana. El concepto universal “manzana” la esencia “manzana”, no existe. Es sólo un nombre. Pero está manera de ver la realidad de Hume, no se para en la manzana, sino que la extiende también al “yo”. El “yo” no es sino la yuxtaposición de sensaciones a lo largo del tiempo, sin ninguna realidad esencial que les dé coherencia y consistencia. Acaba de ser pulverizada la esencia “persona”. En realidad, Hume, al llegar a esta conclusión no está sino completando la labor empezada por otro pensador, probablemente el primero en negar la teoría del conocimiento de Aristóteles, William de Ockham (c.1285- c.1350) franciscano del siglo XIV y padre del llamado nominalismo.

George Berkeley (1685-1753)

A caballo en el tiempo entre Locke y Hume, aparece la figura de Berkeley. Obispo de la Iglesia anglicana, llegó a conclusiones extremas, basándose en el racionalismo, a pesar de ser inglés. Si los sentidos no son fiables y sólo la razón crea conocimiento, ¿no podría ser que todo lo que los sentidos presentan como realidad exterior no sea más que una representación mental de cada uno, una creación de cada mente? Berkeley pensó que así era. Esta forma de ver las cosas ha dado en llamarse idealismo psicológico. Si las cosas fuesen así, el tú no existiría. El otro sería tan solo una creación mental del drama creado por mi razón. Las consecuencias de esto son fácilmente imaginables. Si el otro no tiene una existencia real fuera de mí, sino que es tan sólo una creación de mi mente, ¿qué obligación tengo yo para con él? Soy, por así decirlo, su dios. El otro sólo es un pensamiento mío. Puedo suprimirlo cuando y como quiera sin mayores remordimientos. Berkeley no llegó a esta conclusión moral porque, al fin y al cabo, era una buena persona, pero cuando uno abre una puerta, no puede extrañarse de que otros pasen por ella y vayan hasta el final. ¡Y vaya si hay gente que la ha atravesado!

Tema B: Teoría política del empirismo inglés.

Thomas Hobbes (1588-1679)

Hobbes no tenía mucha fe en el hombre, lo que le llevó a formular su conocida frase: “El hombre es un lobo para el hombre”. Si la sociedad quería funcionar había que poner coto a esa ferocidad. Se trataba de establecer un contrato de coexistencia absolutamente inviolable. Pero para que ese contrato fuese absolutamente inviolable debía haber un garante todopoderoso. Ese garante sería, para Hobbes, el estado. Su obra más famosa lleva el nombre de “Leviatán”. Leviatán es un monstruo marino terrible, descrito en el libro de Job.

“¿Puedes pescar a Leviatán con anzuelo o sujetar con un cordel su lengua? ¿Clavarás un junco en sus narices? ¿Taladrarás con un gancho sus fauces? ¿Te hará acaso largas súplicas o te dirá cosas tiernas? ¿Hará contigo el pacto de ser tu siervo para siempre? ¿Jugarás con él como un pájaro o lo atarás como un juguete de tus niñas? ¿Traficarán con él los pescadores? ¿Lo venderán en pública subasta? ¿Acribillarás su piel con dardos? ¿Taladrarás su cabeza con arpón? Atrévete contra él, te acordarás y no volverás a hacerlo.

La sola vista del Leviatán aterra, es de ilusos esperar vencerlo. Nadie hay tan audaz que se atreva a provocarlo. ¿Quién puede resistirlo frente a frente? ¿Quién lo atacó y salió ileso? ¡Ninguno bajo los cielos! Voy a describir también sus miembros, hablaré de su fuerza sin igual. ¿Quién logró desgarrar su dura piel y penetrar por su doble coraza? ¿Quién abrió las puertas de sus fauces rodeadas de dientes terroríficos? Su dorso es una hilera de escudos sólidamente soldados [...] En su cuello reside la fuerza y ante él cunde el terror. [...] Su corazón es duro como la roca, duro como piedra de molino. Cuando se yergue se asustan los valientes, el terror los hace retroceder. [..]. No tiene igual en la tierra, es una criatura sin miedo; hasta a los más arrogantes hace frente. ¡Es el rey de todas las fieras!”
[2]

Tal era el estado Leviatán que garantizaba para Hobbes el contrato entre los hombres. Este moderno Leviatán de Hobbes no respondía más que ante sí mismo. La moral se desplaza, de esta manera, desde un respeto que los hombres se deben unos a otros –aunque frecuentemente no se lo otorguen– por ser hijos de Dios, a un contrato garantizado por un estado todopoderoso y terrible como el Leviatán. Esta norma ética ha dado en llamarse “contractualismo”. Pero, claro, quedaba una cuestión importante sin resolver: ¿Quién o qué podía evitar los atropellos del propio Leviatán?

John Locke (1632-1704)

Cronológicamente, Locke es el eslabón entre Bacon y Hume en lo que se refiere a la teoría del conocimiento. Se encuentra a mitad del camino hacia el escepticismo de Hume. Pero en el terreno de la teoría del estado es el contrapeso de Hobbes. Opuesto a la idea hobbesiana de que el hombre es un lobo para el hombre, Locke concibe en el hombre una tendencia al amor universal. Es un ser con una muy limitada libertad situada en la frontera del determinismo físico, en una, llamémosle así, estrecha zona de indiferencia. De esta limitada libertad nace la obligación del hombre de someterse a una norma moral que es la ley natural. El hombre no nace en la libertad pero sí para la libertad y por eso, su contractualismo de cesión del derecho al estado, es limitado. Debido a que el estado que, al fin y a la postre, siempre estaría controlado por alguien, podría ser usado por ese alguien contra los individuos que lo forman, le parece conveniente que tenga sus poderes restringidos. El poder del soberano provendría del pueblo, y siempre podría volver a él. La separación de los poderes del estado sería la garantía de que esa reversión fuese posible. Así, el Leviatán, en vez de ser una bestia incontrolada, pasaba a estar controlada, al menos en teoría, por la soberanía del pueblo que era, a su vez, tributario de la ley natural. La ley natural es un concepto de la antigua filosofía aristotélica. No descansa en un sentimentalismo bondadoso, sino en la convicción de que el hombre, con su razón puede conocer la realidad y juzgar en ella lo que es bueno o malo, es decir, distinguir entre el bien y el mal y, mediante la fuerza de la virtud –“virtus” en latín quiere decir fuerza–, hacer el bien. Pero para el cuasi escepticismo de Locke la ley natural queda relegada a un vago principio, a un buen deseo. Esta dialéctica entre Hobbes y Locke, entre el contractualismo y la ley natural, llega hasta nuestras días encarnada en dos principios del derecho: El iuspositivismo y el iusnaturalismo. Según el primero, el derecho brota del consenso, no de la verdad dictada por la razón que busca el bien. Si el consenso decide que algo es bueno, lo es. Naturalmente, si se parte de la premisa del escepticismo, de que la realidad no se puede conocer, sólo el iuspositivismo tiene sentido. Locke no había llegado todavía a la estación del escepticismo, de eso se encargaría Hume unos cincuenta años más tarde. Pero eso no es más que una consecuencia de la esquizofrénica separación entre la razón sin los sentidos como única fuente de conocimiento y, viceversa, los sentidos sin la razón. Y, de esta manera, el Leviatán, encadenado y todo, puede hipnotizar al pueblo y hacer derecho lo torcido. Locke es, probablemente, el primer filósofo que habla de la separación de poderes del estado como forma de controlar al Leviatán, aunque el francés Montesquieu se haya llevado la fama. Por otra parte, no es extraño que esta idea de la separación de poderes haya nacido en Inglaterra. Mucho antes de Locke, desde que en el año 1215 el rey inglés Juan I, conocido como Juan sin tierra, firmase, obligado por la baja nobleza inglesa, la Carta Magna, la separación de poderes empezó tímidamente a ser un hecho aceptado, aún de mala gana, por los soberanos ingleses.

Me voy a permitir hacer una mezcla heterodoxa de filosofía y poesía en una especie de “nouvelle cuisine” intelectual. Creo percibir una ley en el devenir del pensamiento de la humanidad que podría enunciarse así: “Cuando un pensador inicia una senda equivocada en cuyo recorrido se para al vislumbrar unas consecuencias que le dan vértigo porque llevan al absurdo, otro vendrá que avance en ese camino equivocado hacia el absurdo. Y cuando el camino se termine de recorrer, alguien habrá que, en vez de decir: ‘¡esto es absurdo, desandemos el camino y veamos dónde nos equivocamos!’, dirá: ‘esto es lo que hay, aceptemos el absurdo’”. Un poeta, Antonio Machado describió magníficamente, con acerado sentido crítico, en cuatro versos, este principio:

El hombre es por naturaleza la bestia paradójica,
un animal absurdo que necesita lógica.
Creó de la nada un mundo y, su obra terminada,
“ya estoy en el secreto –se dijo– todo es nada”
.[3].

Creo que estos versos merecen que al principio que acabo de enunciar le llame principio de Machado en mi terminología de “nouvelle cuisine”. Así me referiré a este principio en los siguientes capítulos de esta serie.
[1] En un sentido filosófico, el escepticismo no es, como en el lenguaje corriente, un cierto sentido crítico o de duda hacia creencias firmes, sino el convencimiento de la incapacidad de la mente para conocer la realidad.
[2] Job, 40, 20-41, 25
[3] Antonio Machado; Proverbios y cantares XVI.

1 de febrero de 2008

Mi testimonio ante la muerte del P. Maciel, fundador de la Legión de Cristo

Tomás Alfaro Drake

POR FAVOR, PIDO A QUIEN HAYA LLEGADO A ESTA ENTRADA QUE VEA LA ÚLTIMA QUE HE ESCRITO SOBRE ESTE TEMA QUE ES LA DEL 2 DE MAYO DEL 2010, JUSTO EL DÍA DESPUÉS DE QUE APARECIESE EL COMUNICADO DE LA SANTA SEDE COMO CONSECUENCIA DE LA VISITA APOSTÓLICA A LA LEGIÓN DE CRISTO. ÁLLÍ ESTÁ MI POSTURA SOBRE ESTE TEMA TRAS CONOCER TODA LA VERDAD.

Hoy, último día de Enero del 2008 es para mí un día triste y alegre al mismo tiempo.

Triste porque ha muerto una de las personas que, junto con mis padres, más bien nos ha hecho a mí y a toda mi familia, aunque apenas le conocí personalmente. Me refiero al P. Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. Cuando miro mi vida con la perspectiva de los últimos 30 años, no puedo dejar de preguntarme cómo hubiera sido mi vida si allá por 1977 el "azar" no me hubiese hecho conocer a Ignacio Oriol, hoy P. Ignacio Oriol, Legionario de Cristo, coincidiendo en el Master del IESE. No sé como hubiese sido mi vida, pero sé que hubiese sido peor de lo que es. Algunos años después de acabar el IESE, Ignacio entraba en la Legión de Cristo y Dios tenía ya preparadas -probablemente las venía preparando desde mucho antes- una serie de jugadas de su Providencia que iban a cambiar mi vida. Hará unos 16 años volví a ver a Nacho Oriol, ya convertido en el P. Ignacio. A partir de ahí, un hijo mío primero y otro unos 10 años más tarde, sintieron la llamada de Dios para entregarle su vida a través de la Legión de Cristo. Desde ese momento, puedo asegurar que la gracia de Dios ha llovido con una abundancia y con una generosidad sobre mi vida y la de mi familia que soy incapaz de describir con palabras. Desde entonces conocí a muchos Legionarios de Cristo y en todos ellos he encontrado una rara mezcla de santidad, inteligencia y reciedumbre, muy difícil de encontrar juntas y que espero que alcancen también mis hijos legionarios de Cristo. No se a cuantos sacerdotes legionarios habré conocido, puede que ronden los cincuenta, pero todos ellos me han ido llevando poco a poco, de la mano, por una senda de un amor creciente a Jesucristo y a su Iglesia a la par que a una maduración en mi fe y una gran capacidad de alegría de las que nada ni nadie puede arrebatar porque está fundada en una sólida esperanza cristiana. Y son muchos también los que han acompañado a mi mujer y a mis hijos -a los Legionarios y a los otros- en ese mismo camino, aunque peculiar de cada uno.

Nada de eso hubiera sido posible y sólo Dios sabe, y yo puedo vagamenente intuirlo, lo gris que hubiese sido mi vida sin esos maravillosos sacerdotes Legionarios. Y ellos tampoco lo serían si el Padre Maciel no hubiese seguido con docilidad la llamada de Dios a un camino lleno de frutos pero duro, áspero y, al final, terrible. Tras una vida de santidad completamente entregada a la voluntad de Dios, la más vil y miserable calumnia a venido a empañarla ante algunos hombres. Pero no ante Dios, ante el que siempre estuvo el P. Maciel y al que ofreció perdonando todos los sufrimientos que esa maldad le causó.

Por eso este hoy es un día triste y alegre a la vez. Porque sé que el P. Maciel, estará ahora en brazos de Jesucristo, al que amó con toda su alma hasta el último trago de la copa de amargura que tuvo que beber acompañandole en Getsemaní. Y la mirada de Cristo hacia él, se transmitirá a todos sus hijos espirituales entre los que me cuento. Sé que gracias a él un torrente todavía mayor de gracia lloverá sobre mi familia, sobre todos su hijos espirituales y sobre toda la Iglesia a la que también amó apasionadamente por ser la Iglesia de Jesucristo.

Doy gracias a Dios por el don de haber podido enriquecer mi vida con los frutos de la santidad del P. Maciel.

Un abrazo a todos.

Tomás


El 22 de Septiembre del 2009, un anónimo publicó en mi blog un comentario a esta entrada mía de un año y medio antes. Esa entrada puede verse en los comentarios a ésta, pero he querido reflejar en la propia entrada el cruce de entradas/mails que tuvimos.


“Buenas tardes Tomás.Ultimamente me he interesado mucho por todo lo que se está hablando sobre los Legionarios de Cristo así como de su fundador, el Padre Maciel. Intento leer todas las opiniones y lo que antes creía que eran meras calumnias, ahora empiezo a creermelas ya que incluso veo que la Iglesia ha reconocido algunas de las informaciones que han salido en los medios, hasta que me he encontrado con su entrada en el blog y he visto algo distinto a todo lo leído anteriormente. Quisiera saber su opinión respecto a todo lo que se está vertiendo en contra de la orden y de su fundador.Muchas graciasUn fuerte abrazo”.
Dudé mucho si contestarle o no, porque quería hacerlo con sinceridad y lo de no saber quién era el que hacía el comentario y sus intenciones me preocupaba. Pero me acordé de que la verdad nos hará libres y le contesté. Ciertamente, me rservé algunas opiniones de las que estoy casi totalmente convencido, pero ese casi y las reservas ante el anonimato me hicieron ser un poco reservado.

Esta fue mi respuesta, hecha como un comentario al anterior comentario en el blog, no como una nueva entrada en él.

“Hola anónimo, soy Tomás:Aunque no te conozco, percibo buena voluntad en tu interés por el asunto del P. Maciel y la Legión de Cristo. En esa confianza te agradezco este comentario y te contesto. Espero no equivocarme.Aunque ya en mayo del 2006 el Papa había ordenado al P.Marcial Maciel que se retirase a una vida de oración y penitencia, yo entonces creía a pies juntillas en su inocencia, más aún, en la santidad de su vida. Y lo hacía porque, aunque no le conocí personalmente, sí conocía a muchos legionarios de Cristo y admiraba, y sigo admirando en ellos, su reciedumbre en la fe y en la virtud y su amor a Jesucristo y a su Iglesia. Y no solo eso, sino que les debía, y nada en el mundo podrá convencerme de que no se lo sigo debiendo, un mayor acercamiento a Jesucristo y una riqueza espiritual que sin ellos, probablemente no tendría. Me argumentaba a mí mismo con la frase del Evangelio que dice que por sus frutos los conoceréis y que no hay árbol malo que de fruto bueno. Atribuía el mandato de Benedicto XVI, que por otro lado no expresaba ninguna condena directa, a un intento de la Santa Sede de terminar con una polémica que era dañina para la Iglesia, con una medida un poco ambigua pero comprensible, teniendo en cuenta la avanzada edad del P. Maciel –a la que se aludía en el texto– y que ya había dejado de ser el Director General de la Legión de Cristo. El hecho de que la orden al P. Maciel fuese seguida de un reconocimiento explícito de la bondad de la Legión de Cristo y de sus obras como congregación, me reforzaba en mi hipótesis.En esta creencia estaba cuando murió el P. Maciel y por eso escribí lo que escribí.
Pero en enero del 2009, supe que el P. Maciel había tenido una vida paralela en la que tuvo una hija. Éste es un hecho positivamente probado que conocí directamente de los propios legionarios de Cristo. Aunque no estén positivamente probadas, al menos una parte del resto de las acusaciones tienen serios visos de ser ciertas. Todo esto lo he ido percibiendo poco a poco con una mezcla de perplejidad y pena. Sin embargo, esto sigue sin hacerme perder la certidumbre que tengo de la bondad de la obra de la Legión de Cristo en general y de los legionarios que conozco. Son muchos años y muchos legionarios los que la avalan. Pero me pregunto cómo puede ser que de un fundador tan pecador haya podido surgir una obra así de extraordinaria. Y, sinceramente, no encuentro una respuesta satisfactoria. ¿Es que la frase del evangelio del árbol y el fruto no es cierta? Lo que es seguro es que los hombres hemos sido siempre muy torpes para interpretar el Evangelio y las Sagradas Escrituras en general. La historia se ha encargado de darnos lecciones de algunos de esos errores de interpretación. Los hombres somos seres históricos y aprendemos a través de ella. Tal vez ésta sea una nueva y misteriosa lección que Dios nos quiera dar sobre sí mismo y sus caminos. Pero no puedo dejar de buscar explicaciones a las cosas que no entiendo, aunque esta incomprensión caiga en el terreno del misterio. Por eso quiero contarte mi atisbo de respuesta, aunque ésta no me deje satisfecho. Sea como fuere y, a pesar de su conducta reprobable, el P. Maciel, al fundar la Legión de Cristo, quiso enraizarla en el corazón de Jesucristo a través de la Iglesia y hacerla un sólido instrumento al servicio de la misma. Redactó unas constituciones –que la Santa Sede aprobó–, de una gran exigencia de entrega radical a Jesucristo. Por ellas, varios miles de hombres y mujeres, le han entregado su vida en el sacerdocio y la vida consagrada, con enorme sinceridad, honestidad y valentía. Es como si estos hombres y mujeres, injertados en un tronco carcomido, creyendo firmemente que estaba sano, hubiesen generado unas raíces que se enterrasen directamente en la tierra de la Iglesia regada por la sangre de Cristo. Y, así como los hombres, todos, podemos fallar y fallamos tantas veces a la confianza que se deposita en nosotros, Cristo no falla. Por eso creo que estos hombres y mujeres recios y valientes, son los auténticos fundadores de la Legión de Cristo, los instrumentos sanos de Dios para la realización de uno de los caminos de sus designios.Me pregunto también acerca la infección que ese tronco enfermo, en el que se han injertado los legionarios, haya podido transmitir a esa obra. Esas constituciones, que atrajeron a estos hombres y mujeres a Cristo, pueden tener también su parte enferma. ¿Qué tipo de enfermedad? ¿Cómo de grave? ¿Qué extensión tiene? ¿Cómo se puede sanar lo que esté enfermo? Afortunadamente no necesito buscar respuestas a estas preguntas. Ni sabría, ni tendría los medios, ni podría. Gracias a Dios Benedicto XVI, ha cargado sobre sus hombros la dura y difícil tarea de diagnosticar la gravedad y extensión de la enfermedad que pueda haber, si la hay. Una vez hecho el diagnóstico, prescribirá el tratamiento a seguir por la Legión de Cristo. Y no me cabe duda de que los legionarios se aplicarán rigurosamente el tratamiento –ya se trate de aspirinas, quimioterapia o cirugía–, para poder ser un instrumento, todavía mejor del que son, al servicio de Cristo y de su Iglesia. Dicen que la paciencia es la virtud de los fuertes, así que, si Dios me da fuerza, esperaré a ver que dice este maravilloso Papa que el Espíritu Santo ha regalado a la Iglesia. Naturalmente, esperaré rezando para que Dios abra el corazón de los legionarios, para que ilumine a los visitadores apostólicos y a Benedicto XVI y sepan encontrar el diagnóstico y el tratamiento adecuados a la enfermedad que pueda tener la Legión de Cristo. Y te pido que unas tu oración a la mía.
Sea como sea, no cabe duda de que ésta es una prueba que Dios permite para la Legión de Cristo, los legionarios y los miembros del Regnum Christi. Y las pruebas son el camino por el que Dios empuja a los hombres hacia la santidad. Son una purificación que acrisola la esperanza. Como dice san Pablo: “La tribulación engendra paciencia, la paciencia, virtud probada, la virtud probada, esperanza cierta”. Tal vez la humildad no sea el menor de los frutos que puedan salir de esta prueba. En mí, desde luego, ya está dando ese fruto. ¿Quién puede decir que entiende los planes de Dios? Me voy a permitir una digresión escatológica. En la terrible lucha entre el Bien y el mal que se está jugando en este campo de fútbol del mundo, en el que, no sé por qué razón, Dios quiere que juguemos los tullidos seres humanos, el demonio ha lanzado un fuertísimo tiro por la escuadra, pretendiendo marcarle un gol a Dios. Pero creo que un soplo del Espíritu Santo está ayudando al sucesor de Pedro a desviar la trayectoria del balón. Espero que, si Dios así lo quiere, éste rebote en el larguero y acabe en un gol en propia meta en la portería del demonio. Nuestro Dios es especialista en sacar bien del mal. Dicho con palabras mejores de Tolkien en una carta a su hijo: “Ningún hombre puede jamás saber lo que está acaeciendo sub specie aeternitatis (bajo la perspectiva de la eternidad). Todo lo que sabemos, y en gran medida por experiencia directa, es que el mal se afana con amplio poder y perpetuo éxito... en vano: siempre preparando tan sólo el terreno para que el bien brote de él”. Espero que así sea. Recemos juntos por ello.Un abrazo.Tomás”.

Al cabo de unas semanas, el pasado 14 de Octubre, el anónimo me envió un mail identificándose en el que me decía:

“Buenas tardes Tomás. No sé si se acordará de mi, soy Eduardo (Omito los apellidos y otros detalles que él sí me decía, por salvaguardar su identidady porque algunos no vienen al caso). Le escribo porque de forma ocasional soy seguidor de su blog Tadurraca, hace unos días anonimamente ya que no soy usuario registrado le hice un comentario acerca de todas las noticias que estaban surgiendo en torno al Padre Macial Maciel y toda la polémica que se ha desatado estos meses acerca de este asunto. Hoy me he acordado de aquel comentario y he visto su respuesta, y ante la respuesta que me ha dado sólo podía darle las gracias; en un principio pensaba ponerle otro comentario, pero lo de escribir de forma anónima nunca me ha gustado así que he pensado que la mejor forma de hacerlo era escribiendole un mail ya que aún conservo su dirección de correo. En cuanto al asunto en cuestión le diré que en cuanto empezaron a salir las noticias acerca del padre Maciel, no se porqué razón, el primero que se me vino a la cabeza fue usted y por ende la universidad en la cual estuve tres años. Le diré que hasta mi entrada a la Universidad casi desconocía por completo a Los Legionarios de Cristo, hasta que un día estando yo en mi primer año, apareció una noticia en la cual dejaba al fundador de los mismos en no muy buen lugar, y usted entró a clase para desmentir dichas informaciones y nos habló durante un rato de la historia y bondades de su fundador y lo que suponía personalmente para usted. Supongo que ésta es la respuesta por la cual cuando salieron las informaciones me vino usted a la cabeza. Me imagino que no han sido momentos fáciles, yo por suerte me han educado en la fe católica, con un primo seminarista y familiares miembros del Opus Dei y siempre he ido a colegios donde la educación religiosa era llevada por estos mismos, al igual que le digo esto también le digo que nunca me he considerado un católico ni mucho menos ejemplar, no pertenezco a ningún grupo, orden o prelatura, y es más, últimamente ando algo reñido con mi fe ya que creo que me hago demasiadas preguntas y fruto de estas preguntas surgió la de escribirle a usted para saber sus impresiones acerca de este tema. Dicho todo lo anterior, sólo quería darle las gracias por su respuesta extensa, sincera y sobretodo y conociéndole un poco, creo que escrita con el corazón, una vez más, y siendo un tema tan sensible para usted, no me ha fallado. Hubiera estado en su derecho de no dar respuesta, pero en vez de eso y sabiendo lo que supone para usted me ha dado una extensa exposición de su punto de vista y también he percibido que conserva intacta la esperanza y la fe en que todo se resuelva según los designios de Dios. He de reconocer que me ha dado una lección de fe de la cual estaba necesitado la verdad. No quiero entretenerle más, le reitero mi eterno agradecimiento por todo lo expuesto anteriormente. Deseandole lo mejor en lo profesional y en lo personal se despide un ex-alumno agradecido. Un fuerte abrazo”

Naturalmente, a los pocos días, el 18 de Octubre, le contesté:

“Querido Eduardo:

Por supuesto que me acuerdo de ti. Me alegro que el anónimo seas tú, ahora con cara y ojos, porque en los tiempos que corren no sabe uno a quién contesta. Y me alegro también de que mi respuesta te haya hecho bien. Es lo que pretendo, en general, con mi blog.

En fin, un abrazo y hasta siempre que tú quieras. Ya sabes que en la Paquito tienes un amigo.

Tomás”
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Todavía no he tenido respuesta a este mail. Tal vez no la tenga nunca, pero no importa. “La verdad os hará libres” nos ha sido dicho. Yo creo que la verdad nos hace más que libres. Nos hace capaces de mejorar, nos hace humildes y nos hace amables, es decir, dignos de ser amados, por Dios y por los hombres. Desde que he sabido la verdad sobre el P.Maciel, mucha gente se ha atrevido a preguntarme y a todos les he contado la verdad, toda la verdad, con la mayor humildad de la que he sido capaz. Al no ser anónimos y en función de quién eran, les he contado también mis opiniones –las que no conté a Eduardo–, presentándolas como tales, pero sólidamente argumentadas. Ni una sola vez he tenido una respuesta de desprecio o insultante. Todas han sido de comprensión, creo que sincera. Y creo también que en todos los casos se ha producido la paradoja de que las personas con las que he hablado –muchas de ellas muy alejadas de la religión y de la Iglesia y tremendamente críticas con la Legión de Cristo, antes incluso de que se conociesen estos tristes hechos– han visto con mejores ojos que antes al cristianismo, a la Iglesia y a la propia Legión. Gracias a la verdad humildemente presentada.